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Editorial
Dos transiciones y media
La elección de Gabriel Boric en Chile ha sido la última gran noticia de un año 2021 que comenzó con la imagen patética y peligrosa de un hombre vestido de bisonte dándose un paseo por el Capitolio. La victoria del candidato socialdemócrata frente al candidato de la reacción pinochetista estuvo cimentada por el voto de las mujeres y de los jóvenes del país andino. Dos de cada tres personas menores de 30 años votaron a Boric, en lo que aparece como un mensaje que tiene resonancia en todo el mundo: los discursos del miedo sucumben ante la emergencia de una nueva izquierda que se presenta como baluarte en la defensa de la democracia.
No es necesario decir que pronto se esfumará el entusiasmo por la victoria de Boric, que pronto comenzarán los cuestionamientos a sus políticas y se subrayarán los límites de los cambios que pueda sacar adelante. Las décadas de neoliberalismo y extractivismo, de persecución a las comunidades originarias, no se reparan en unas horas. Es muy posible que la izquierda chilena —y como reflejo, la izquierda latinoamericana y el internacionalismo europeo— terminen este 2022 recordando que queda mucho camino por hacer en Chile.
Pero esa conciencia crítica, ese recordatorio de que las urnas no solucionan todos los problemas —y a menudo crean nuevos— no debe sustituir totalmente la conciencia de que tanto en Chile como en España hay un conflicto abierto entre dos tendencias históricas. Una, la que arrastra hacia la regresión, niega identidades y desarrolla un programa de acumulación in extremis antes de que las crisis energética y climática colapsen las vías de extracción. La segunda, la que defiende la democracia consciente de sus imperfecciones y sus límites, consciente sobre todo de que no se ha desarrollado plenamente aún, de que ha estado y sigue estando vigilada por parte de los herederos económicos e ideológicos de las dictaduras que destruyeron los grandes impulsos de cambio en España y en Chile durante el siglo XX.
La segunda transición de Chile depende en mucha mayor medida del Proceso Constituyente aprobado en 2020, pero sin la victoria de Boric el 19 de diciembre, las contradicciones y dificultades de ese proceso hubieran obstaculizado sobremanera el desarrollo de ese proceso de consolidación de libertades y derechos. En España, el año que viene estará marcado por el comienzo de una carrera electoral poco estimulante, definida por las ataduras que el Gobierno de coalición ha demostrado con el poder económico y lo limitado de sus reformas. Sin embargo, pese a que la conciencia de esas limitaciones, el objetivo de los proyectos transformadores para 2022 debe ser mantener abiertos todos los caminos para que siga siendo posible ampliar materialmente las bases de la Constitución. Eso implica mucho más trabajo en las calles y en los barrios que en el Parlamento y las instituciones. Así lo han demostrado las cientos de miles de personas que en Chile han conseguido cortocircuitar el sistema e iniciar una nueva transición para poner fin al imperio del neoliberalismo en su país.