Opinión
Maketos
En Euskadi de manera especial, se insiste en la importancia de la construcción de una memoria colectiva, una memoria que sea sanadora para toda la sociedad; una memoria que contribuya a superar el trauma vivido por toda la ciudadanía vasca. Sin embargo, aunque este objetivo es prioritario, también es uno de los retos más difíciles que podemos encontrar porque preferimos refugiarnos en una especie de pseudo-olvido social que nos libera de la “culpabilidad”; es decir, de la responsabilidad moral de asumir lo vivido.
Primo Levi dijo que “no es fácil ni agradable escarbar en este abismo de vileza, y sin embargo creo que debe hacerse, porque lo que pudo perpetrarse ayer podría intentarse de nuevo mañana". Les admiramos, pero no les hacemos mucho caso. De esta manera, repetimos los mismos errores aun sabiendo que al hacerlo, no solo traicionamos la memoria de quienes sufrieron, sino que también legitimamos la injusticia que cometieron quienes erraron.
¿Qué pasa si nos miramos un poco el ombligo? Para ello, quiero detenerme en el término maqueto. Según la RAE, procede de la palabra vasca maketo, tiene una connotación despectiva y significa: “Inmigrante que procede de otra región española y no conoce ni habla vasco”. Esta palabra se popularizó a finales del siglo XIX, coincidiendo con el surgimiento del nacionalismo vasco de Sabino Arana y la primera llegada importante de inmigrantes. Entonces, hubo quienes consideraban que las personas que llegaban de fuera barrerían la identidad de nuestro pueblo. En torno a los años 60, con la segunda gran oleada migratoria, revivió el término maketo.
Así, las personas inmigrantes procedentes de Andalucía, Extremadura, Castilla-León, Galicia… y sus descendientes eran señalados como maketos para marcar diferencia con los de aquí. Este desprecio fue real y muchas de estas personas trataron de combatirlo a base de curiosos procesos de integración: algunas personas euskaldunizaron sus nombres y apellidos, otros, incluso, trataron de convertirse en más vascos que el propio Sabino, si hiciera falta, entregándose a aquellas causas cuyos fines les identificarían más con los de aquí como la defensa del euskera o de la independencia de este país. De hecho, no es extraño comprobar que bastantes miembros de ETA no tuvieran apellidos de origen vasco, sino aquellos que eran objeto de la discriminación.
Nos negamos a aprender de lo que hicimos o nos hicieron, para aprender de esa vergüenza, e incluso nos sumamos o alimentamos esa ola de puro racismo que la extrema derecha pretende imponer
La gran mayoría de la población vasca actual, ha sido o ha tenido un familiar de aquellos llamados maketos y saben del sufrimiento y malestar que padecieron. Sufrieron por las duras condiciones de trabajo y de vida, por la soledad y la añoranza de su tierra, familia, amistades… y también sufrieron por comprobar que llegaban a un sitio donde una parte importante de la población no los querían, que les hacían feos… en resumen, que les hacían sentir de fuera.
Tuvimos una oportunidad de oro de aprender de todo aquello, pero hemos preferido dejarnos arrastrar por ese pseudo-olvido social y, una vez más, somos absolutamente intolerantes con quienes vienen de fuera (cuando hablamos de los de fuera, nos solemos referir a los del otro lado de esa frontera que nos separa de los de diferente etnia, nivel de vida, concepto de libertad o igualdad y otros aspectos.
Tuve la ocasión de vivirlo hace poco, en una reunión de la comunidad de vecinas y vecinos donde vivo que es muy humilde. Una mujer, a gritos, defendió la ocupación de viviendas, pero… no para todas las personas; esto es, le parecía bien que se ocuparan siempre y cuando no fueran de ese otro lado de la frontera. Hacía referencia a dos jóvenes magrebíes que han ocupado una de las lonjas que tiene el Gobierno vasco vacía desde hace más de 20 años. Lo peor no fue la violencia de los gritos de la señora, sino la sonrisa cómplice de algunas personas asistentes. De nuevo, me vino a la cabeza el pseudo-olvido social.
Todas y todos conocíamos la discriminación que sufrieron quienes llegaron en la década de los 60, incluso, puede que algunas personas asistentes la hubieran sentido en sus propias carnes; sin embargo, optaron por “pseudo-olvidar” todo aquello y cambiarse al equipo de los discriminadores faltando a la memoria de quienes años atrás llegaban con sus alpargatas en invierno, con una caja de cartón atada con una cuerda donde llevaban lo poco que traían, con la mirada perdida, sin ningún contacto a quien dirigirse… y eran recibidos con desprecio; y legitimando aquella discriminación, aquel racismo que sufrieron.
No vinieron a delinquir, sino a buscarse la vida, a trabajar y forjarse un porvenir y ayudaron a levantar lo que hoy es el País Vasco, de la misma manera que hoy llegan personas de África, de Sudamérica y de otros lugares del mundo. Pero nos negamos a aprender de lo que hace pocos años hicimos o nos hicieron; nos negamos a aprender de esta vergüenza e, incluso, nos sumamos, cuando no alimentamos, esa ola de puro racismo que la extrema derecha pretende imponer en el mundo más desarrollado.
La historia se repite y mal vamos si no somos conscientes de que aquí, hay sitio para más gente, que, como entonces, también la necesitamos; mal, si no somos conscientes de que están huyendo de la miseria y vienen a trabajar; mal, si no somos conscientes de que los maketos del siglo XXI son los senegaleses, argelinos, bolivianos, etc. Los juzgamos por su olor, su piel, su manera de hablar… nos creemos los falsos mensajes que les imputan todas las desgracias que pueda vivir una sociedad… y, sin embargo, sabemos que, si tienen una casa, se asean y lavan su ropa; si consiguen trabajo, se esmeran porque mucha gente depende de su salario; y si tienen la oportunidad de integrarse, aprenden euskera, castellano y lo que haga falta.
¿Qué es lo que realmente nos molesta de los maketos de antes y de los de ahora? No es su cultura o su aspecto, no nos gustan porque son pobres
¿Qué es lo que realmente nos molesta de los maketos de antes y de los de ahora? No es su cultura, ni siquiera su aspecto. No nos gustan porque son pobres porque si una de esas personas fuera un famoso futbolista, no nos fijaríamos en su olor, en el color de su piel, ni en su manera de hablar. ¿Esos son los baremos para valorar a una persona, su poder económico y su prestigio social? Con esta actitud, estamos reafirmando que aquel insulto de ¡Maketo! estuvo justificado, que estuvo bien. Repetimos la misma vergüenza.
Como sabemos, Sabino Arana fue un racista de campeonato que escribió frases terribles como estas (sustituyamos las palabras “español” por tunecino, armenio…): “El español apenas se lava una vez en su vida y se muda una vez al año”, “El vizcaíno es laborioso; el español, perezoso y vago”… incluso llegó a escribir “Si algún español se ahoga y pide socorro, contéstale: Nik eztakit erderaz (no sé castellano)”. Sabino también padecía de ese pseudo-olvido social porque obvió que, en diferentes momentos de la historia, miles de vascos tuvieron que dejar esta tierra para buscarse la vida fundamentalmente en América. A nadie le sorprende los apellidos vascos de presidentes de gobierno, futbolistas, empresarios y miles de personas desconocidas que viven a miles de kilómetros de aquí.
Creo sinceramente que necesitamos a los nuevos maketos más de lo que creemos. Es muy posible que sean estas personas que vienen de fuera las nos salven del abismo de vileza en el que nos estamos sumergiendo.
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