El año del experimento: un gobierno con dos almas y la peor crisis en un siglo

PSOE y Unidas Podemos comenzaron 2020 innovando con un Ejecutivo conjunto y un acuerdo de investidura ambicioso, pero la peor pandemia en cien años cambió los planes. Con presupuestos propios y un 2021 previsiblemente mejor, la coalición definirá su rumbo entre los tironeos a izquierda y derecha. Mientras, PP y Vox mantienen su pulso por el liderazgo conservador con las heridas que dejó una moción de censura bochornosa.

Abrazo entre Pablo Iglesias y pedro Sánchez tras la firma
Dani Gago Abrazo entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez tras la firma del acuerdo de Gobierno en noviembre de 2019.

Era un enero español histórico. Un frío festivo de Reyes en el que el Congreso alumbraba al primer gobierno de coalición de la democracia, malquerido ocho meses antes pero bienvenido por Pedro Sánchez ante la supremacía de los números: el PSOE y Unidas Podemos habían descendido en escaños en las generales de noviembre y tenían que entenderse.

Parecen diez vidas pero ha transcurrido apenas un año. El acuerdo de investidura se había firmado a fines de diciembre bajo el título “Coalición progresista, un nuevo acuerdo para España”, con 50 páginas y 12 incisos. Era ambicioso, claramente de izquierdas y con algunos párrafos que ni el menos iluminado de los adivinos hubiera fallado en pronosticar que traerían disputas (reforma laboral, pensiones y salario mínimo, solo como para empezar).

Pero el acuerdo salió adelante con 167 votos a favor, 165 en contra y las 18 abstenciones que lo hicieron posible, en otro hecho inédito: por primera vez dos partidos claramente separatistas permitían la formación de un gobierno. ERC y EH Bildu lo habían hecho ya en 2018, en la moción de censura contra Mariano Rajoy. Pero acabar con seis años de Partido Popular era la prioridad en ese entonces. En 2020 el independentismo catalán y vasco decidieron abrir una nueva fase y la coalición fue una buena oportunidad para exhibirla.

El escudo social que anhelaba UP no tuvo la envergadura de lo que incluso gobiernos liberales como el de Francia y Alemania pudieron hacer, pero salió adelante con algunas ayudas insignias como la asistencia a los autónomos, los ERTE y el ingreso mínimo vital

Con dos golpes de efecto, la subida de salarios a los funcionarios y al Salario Mínimo Interprofesional, la Moncloa rojimorada inauguraba en el invierno su racha progresista. Pero en marzo, la explosión de casos hizo que la epidemia del nuevo coronavirus provocara un efecto dominó vertiginoso y acabara en el tercer estado de alarma de la democracia. El tercero, el más largo y el más dramático. Todo cambió y el tablero ya fue otro.

Después del tsunami

El estado de alarma tuvo diferentes fases pero los mayores movimientos fueron a la derecha. Con sus apoyos, la nueva líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, aprovechó para mostrar un giro al centro y ofrecerse como posible pilote del PSOE. El viejo sueño del establishment que Albert Rivera ignoró por su ambición legítima de liderar a la España conservadora. También durante los debates sobre la continuidad de la emergencia el presidente del PP, Pablo Casado, sostenía la radicalización de su discurso, empujado por el crecimiento de Vox, que con habilidad capitalizaba mejor la rabia de la gente ante el encierro, el desastre económico y los no pocos errores del Gobierno.

También la pandemia llevó a que se produzca los primeros choques entre lo que representan el vicepresidente Pablo Iglesias y el ala del PSOE alineada con la ministra de Economía, Nadia Calviño. El escudo social que anhelaba UP no tuvo la envergadura de lo que incluso gobiernos liberales como el de Francia y Alemania pudieron hacer, pero salió adelante con algunas ayudas insignias como la asistencia a los autónomos, los ERTE y el ingreso mínimo vital, entre otras. La batalla que ganó más claramente Calviño fue la de los alquileres, que acabó sin perjudicar los intereses de los grandes propietarios (léase, fondos buitres).

La pandemia fue un paraguas que dio a Sánchez algo de refugio en las promesas incumplidas. Algunas, incluso, que no requieren más gasto, como la derogación de la Ley Mordaza. Tampoco hubo avances con respecto a la reforma laboral pero sí anuncios, especialmente por parte de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz (hoy la malabarista estrella del gabinete al equilibrar los intereses de la CEOE, sindicatos y su propio partido): los cambios hechos por el PP no tendrán una marcha atrás total y el objetivo será crear nueva legislación. Que por ahora, por cierto, no aparece.

Las elecciones vascas y gallegas de julio no cambiaron gobiernos autonómicos pero sí consolidaron a los soberanismos en proceso de moderación. Podría llamarse la vía Junqueras: focalizarse en la política social y aparcar el discurso separatista. El Bloque Nacionalista Galego y EH Bildu crecieron (el primero más aún que el segundo) con esa estrategia, a costa de Podemos.

Como señala por lo bajo un exlíder morado, clave en la fundación de la formación y crítico de Iglesias, el electorado no se modera sino que busca una opción más coherente y creíble. La estrategia se replica en el Congreso y los Presupuestos fueron la prueba. El hito histórico fue el apoyo de tres partidos nítidamente soberanistas apoyando las cuentas del Estado del cual se quieren separar. ERC, Bildu y PdeCAT dieron su sí y dispararon la mayoría de investidura a los 189 votos. El soberanismo, junto con los nacionalismos del PNV y Nueva Canarias, gira la balanza en contra de quienes soñaban con un viraje de Moncloa hacia Ciudadanos.

Preguntado por El Salto Diario, un alto cargo del PSOE analizaba fuera de micrófono que “el balance es muy positivo” y que a la coalición “le tocó gestionar la crisis más grave del siglo, sin precedentes, y lo hizo bien”. Las disputas internas las considera “diferencias lógicas, también por la falta de experiencia de gobernar en coalición” y pone en valor que se hayan aprobado “los primeros presupuestos propios y de progreso”.

Casado sabe que con los presupuestos aprobados y el oxígeno de los fondos europeos, solo un milagro (para él) haría que el Gobierno caiga pronto

En prospectiva, el dirigente socialista —en diálogo permanente con Sánchez— afirma que hace falta “un mínimo de paciencia” por las promesas incumplidas y admite que un sector del PSOE no quiere avanzar en la reforma laboral. Pero sugiere esperar porque “la pandemia no está superada” y califica de “ruidos coyunturales” las divergencias con los socios morados, con quienes da por descontado que se mantendrá el acuerdo de gobierno.

Desde la vereda de enfrente, desde la cúpula de Podemos también se manifiestan optimistas y se ufanan de haber forzado una coalición “que el sistema no quería y que encima funciona razonablemente bien”. Contra los que creen que entrar en el Ejecutivo no era necesario, cerca de Iglesias aseveran a El Salto Diario que han podido “instalar y poner en marcha parte del programa a pesar de la aportación modesta” en escaños y ministros.

A diferencia de un reto, creen que la pandemia pudo haber sido la oportunidad para “convencer a Sánchez y que el Estado tenga actitud distinta a la que tuvo cualquier otro gobierno frente a una crisis”. Sobre el futuro de la vigencia del acuerdo, lo ven atado a la actitud del PSOE: “Evitar que estalle es fácil, que los socialistas traten de cumplir lo pactado y no pongan cosas arriba de la mesa que contravienen el espíritu de un gobierno progresista. Y contar con los partidos que apoyaron la investidura y no con Ciudadanos”.

La pandemia fue un paraguas que dio a Sánchez algo de refugio en las promesas incumplidas
Sobre esa grieta, desde UP apuntan al proyecto de las pensiones que prepara el Ministerio de Seguridad Social (llevar de 25 a 35 los años que se tengan en cuenta para el cálculo de la cuantía) como un ejemplo de lo puede traer problemas. “Con cosas como éstas y movidas parecidas, el gobierno se puede resentir”, admiten fuera de micrófono, e insisten en que el electorado reclama “ofrecer una España distinta a la del PP y Vox”.

Con los presupuestos aprobados (los primeros en casi una década que no son del PP) y una economía que se prevé algo mejor en 2021, los socios de gobierno tendrán no solo menos excusas para no saldar las deudas pendientes sino una competencia interna para instalar la agenda y el rumbo. Empezar a cambiar la reforma laboral, avanzar en la transición ecológica, resolver la parálisis en la renovación del CGPJ, derogar la ley mordaza, profundizar en la regulación de los juegos de azar y continuar incrementando el salario mínimo (la promesa fue llevarlo al 60% del ingreso promedio) son algunas de las cuestiones en las que la coalición tiene tarea por hacer.

De fondo se juega una disputa mayor: barones del PSOE que desean un sanchismo más de centro y pactando con Cs (y hasta el PP) e Iglesias con sus aliados tácticos soberanistas que quieren fortalecer la mayoría de la investidura. El primer grupo tiene un lobby de peso en los grandes medios y el Ibex 35. Sin embargo, el 2020 deja el marcador a favor del segundo grupo.

La derecha, en combate

Un apartado merece la pelea entre el PP y Vox por el liderazgo de la derecha, que ha pasado de ser una disputa gentil a convertirse en despiadada. La moción de censura de Vox, la cuarta de la democracia y la que más votos negativos obtuvo, fue en realidad un intento de poner contra las cuerdas a Pablo Casado. La formación de Santiago Abascal se dio el gusto de monopolizar la atención con su jugada pero los resultados, según las encuestas, no fueron destacables.

Según el último barómetro del CIS, Vox baja un punto con respecto a las generales y concentra el 14% de las preferencias, similar a lo que le sucede al PP con 19,2%. Ciudadanos mejora y llegaría al 10,2% de los votos. Ninguna modificación trascendental del escenario. La moción de censura parece haber traído solo más crispación (en medio de una pandemia) y haber exhibido los disparates del ideario de la ultraderecha, con sus alusiones a la conspiración de George Soros, su reivindicación del derrotado Donald Trump y sus afirmaciones xenófobas contra China

La encerrona de Abascal, sumada a un proceso de reflexión interna del PP (no olvidar las filtraciones constantes de los barones disconformes con escorarse a la derecha) llevó a Casado a desmarcarse de Vox, criticarlo duramente y a cambiar a su portavoz. Cayetana Alvarez de Toledo pasó a la irrelevancia y fue ungida la pragmática Cuca Gamarra, de posiciones más centristas en asuntos como el feminismo.
2021 no será fácil tampoco para quienes quieren suavizar el discurso del PP: las elecciones catalanas de febrero auguran una clara mayoría independentista, que superaría por primera vez la mitad de los votos

Casado sabe que con los presupuestos aprobados y el oxígeno de los fondos europeos, solo un milagro (para él) haría que el Gobierno caiga pronto y tiene por delante un largo tiempo en la oposición. La recuperación económica suele favorecer a los Ejecutivos y no a la oposición. Allí radica la sobreactuación conservadora por la renovación del CGPJ: asustar con que se rompe España y con que se quiere subordinar a los jueces es de los pocos recursos que le queda.

Fuentes de Génova señalan que la decisión de moderar el discurso y diferenciarse de Vox estaba tomada y la moción de censura fue aprovechada como escenario. Pero 2021 no será fácil tampoco para quienes quieren suavizar el discurso del PP: las elecciones catalanas de febrero auguran una clara mayoría independentista, que superaría por primera vez la mitad de los votos: sumarían 50,9% los cuatro partidos soberanistas, según el último barómetro del Centre d’Estudis d’Opinió.

Tanto PP como Ciudadanos tienen en su interior sectores que presionan para ser palomas y para ser halcones frente a Moncloa. Solo Vox, más escorado que nadie, aparece sin esos tironeos internos, aunque podría dar sorpresas: algunos buscan su lepenización (los Ortega Smith) y otros nada tienen que ver con un conservadurismo social (Espinosa de los Monteros). La democracia española y el electorado mantienen en un nicho acotado a las posiciones más ultras y peligrosas. Por ahora.

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