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Literatura
“Es imprescindible trabajar por una cultura que deslegitime la violencia”
El pueblo no perdonará (Alberdania, 2023) es la traducción de Herriak ez du barkatuko (Elkar, 2019). Su autora, Irati Goikoetxea (Beasain, 1984), narra el dolor de Oihana, de Martín, de Feli, pero también de Carmen y de otros tantos que van por la vida con un agujero en alguna parte del cuerpo. No es que todos los dolores sean idénticos, pero en todos los dolores hay un proceso. Es en el reconocimiento donde se encuentran. A Oihana y Martín ETA les arrebató a un padre; pero antes les habían arrancado la tranquilidad. Carmen se siente culpable: la suciedad en las manos de su padre zarandea el resto de su vida. ¿Cómo se transmite la pena? ¿Cómo evitar sentir los ojos de otros en la nuca, clavados, cuando has perdido la propia mirada? “—Donde no hay nada, crece la maleza, mamá. —O la memoria”, escribe la guipuzcoana. Goikoetxea es profesora de matemáticas y forma parte de la Dirección General de Memoria y Convivencia del Gobierno de Navarra.
¿Dónde se unen las matemáticas y la memoria?
En el cruce donde la vida se abre camino. Las matemáticas como la memoria están muy presentes en la esencia de la vida, pero en ocasiones no llegamos a ver ni una ni la otra. Las matemáticas nos explican la vida y la memoria también. Las dos las deberíamos de utilizar para tomar decisiones del presente y futuro. Las matemáticas no pueden ser un ejercicio memorístico, ni la memoria puede limitarse a un cúmulo de números.
En tu libro, recién traducido, hablas de memoria, de lutos, de dolor… pero arrancas con una conversación donde la idea principal es la imaginación. Comer agujeros. ¿Qué son los agujeros en tu narración y en tu vida?
La novela en sí es un gran agujero. Ha sido una opción consciente: escribir agujeros. Palparlos, darles forma y dejarlos a la vista. Sin ninguna intención de taparlos. Creo que es una de las tareas pendientes que tenemos como sociedad: analizar agujeros, grietas, vacíos. Se tiende a taparlos por si acaso. ¿Por si acaso qué? ¿Por si nos caemos en ellos? Los agujeros hay que señalizarlos y repararlos. Si los tapamos son siempre las mismas personas las que se caen.
“Cuando le dijeron que su padre había muerto, que lo habían matado, que se lo habían arrebatado, Oihana se meó encima”. Oihana ya no era una niña, tenía 19 años y estaba en la universidad cuando recibe el martillazo. ¿Por qué decidiste incluir esta imagen tan gráfica? ¿Hay una reivindicación de la imposibilidad de encajar un golpe así, a cualquier edad?
Exactamente. Además, un golpe así es muy difícil asimilarlo cuando estás rodeada de gente y te sientes totalmente sola. Es una reacción incontrolable, en el que el cuerpo y la mente se derrumban.
“El dolor no tiene que caducar, el dolor hay que sentirlo, expresarlo. Y para todo ello, el dolor tiene que estar acompañado”
¿El dolor no tiene edad? ¿Y caducidad?
Tal vez cambie de forma, de color, de olor, tal vez se transforme en algo que no sabemos identificar, tal vez se aleje, pero permanecer diría que permanece. El dolor no tiene que caducar, el dolor hay que sentirlo, trabajarlo, expresarlo. Y para todo ello, el dolor tiene que estar acompañado. La soledad del dolor es muy dura, y desgraciadamente son muchas las víctimas que se han sentido y siguen sintiéndose solas en su sufrimiento.
¿Y cuántos años tienen los muertos?
Los muertos siguen viviendo mientras los tenemos muy presentes en nuestros recuerdos. Al padre de Oihana lo mataron siendo padre y tras 22 años ahora también es abuelo. Lukas y Katti, nieto y nieta, lo traen al presente. Los muertos no pueden quedar en el pasado. Lo que no sé es si aunque avancen en el tiempo, avanzan en la edad. Nuestra mente los rescata con la imagen que grabamos cuando mueren.
¿Cuántos leones caben en un corazón? ¿Usas esta metáfora para explicar algo así como que el odio, el enfado, es algo que aprendemos desde pequeños? Katti, nieta de un asesinado por ETA, dice no saber enfadarse. O al menos pregunta cómo meter esos leones en su pecho.
Katti no sabe enfadarse y le pregunta a su madre cómo hacerlo. Necesita exteriorizar lo que siente y en el imaginario que va construyendo visualiza leones rugiendo. Los niños y las niñas sienten malestar, pero no un sentimiento contrario, y mucho menos odio, hacia el resto. Eso lo aprenden con el mal ejemplo de las personas adultas, incapaces de gestionar las diferencias de una forma positiva y no violenta. Es un trabajo muy consciente que muchas víctimas lo han tenido muy en cuenta a la hora de hablar con sus hijos e hijas, el hecho de no transmitir odio.
“Sí, nos salvará el amor, el esculpido, el amor que facilite espacios seguros para sentir y expresar”
En algún momento, con más años encima, Oihana empieza a curar, o eso parecemos pensar como lectores: “Oihana tiene las manos llenas de las manos de Jorge”. Pero luego ni el amor por Jorge le salva. Hay otro amor, el de Katti y el de Lukas, sus hijos, el de Carmen, su mejor y lejana amiga, el de Feli, su madre, o el que recupera de Martin, su hermano. ¿El dolor es crónico? ¿Nos salvará el amor?
Oihana empieza a curar cuando toma conciencia de su dolor, ya que consciente o inconscientemente pasa años y años huyendo de su propio sufrimiento. Poco a poco, y tras reencontrarse con ella misma, las personas que le rodean las siente más cercanas, la complicidad toma forma, y se deja sostener por esa red que van tejiendo. Llamémosle amor en sus múltiples expresiones. Sí, nos salvará el amor, el amor trabajado, esculpido, el amor que facilite espacios seguros para sentir y expresar.
¿Qué comparten una hija de un asesino del GAL y una hija de un asesinado por ETA?
Comparten la soledad, la incomprensión, el hecho de no poder hablar con nadie sobre su condición. Eso es lo que comparten en la novela Oihana y Carmen. Hay diferentes maneras de ser, pensar y actuar entre las víctimas de ETA, y supongo que habrá otras tantas maneras de ser, pensar y actuar entre las hijas de asesinos del GAL o de lo que sea. Es un tema en el que me gusta pensar: ¿Qué trayectoria de vida estarán haciendo los hijos y las hijas de los victimarios? Una lectora me dijo: tira, tira de ese hilo...
ETA
Herri esaten diogun hori
¿Te aplicas la máxima que aprende Oihana, “hay que simplificar la vida”?
Lo intento, pero creo que en general tenemos un don especial para complicarnos el día a día en cuanto a las relaciones cercanas, en cuanto a círculos profesionales, en cuanto a decisiones que tomamos, etc. Pero estoy totalmente de acuerdo con Oihana, creo que la felicidad, de encontrarla, la encontraremos en la sencillez de la vida. Si la propia sencillez es compleja, disfrutemos de esa complejidad, pero no compliquemos las cosas en balde. Creo que una de las claves es el respeto hacia el entorno natural y social.
¿Qué te permite la narrativa que no te da la poesía?
¡Poder complicarme la vida! Poder anudar hilos que a través de la poesía no puedo, en cuanto a tiempos o personajes. Aunque sí creo que la poesía puede llegar hasta donde quien escribe quiere. El pueblo no perdonará, en muchos de los momentos, refleja la verdadera belleza de la vida y para ello tiro mucho de la poesía, de la esencia de las imágenes. Una lectora me dijo que ella entendió lo que era la prosa poética cuando leyó Herriak ez du barkatuko (la versión original en euskera de El pueblo no perdonará).
“El problema surge cuando parte de la sociedad toma el pueblo en su propiedad para excluir a quien piensa, siente, se emociona... de forma diferente”
Herriak ez du bakartuko. ¿Quién es el pueblo?
El pueblo es toda aquella persona que quiera ser el pueblo. Oihana reivindica el País Vasco, ese lugar que tanto ama como suyo. El problema surge cuando parte de la sociedad toma el pueblo en su propiedad para excluir a quien piensa, siente, se emociona... de forma diferente. En cuanto al grito amenazante de Herriak ez du barkatuko (El pueblo no perdonará) es una parte minoritaria del pueblo quien se vale de la totalidad para hacer fuerte su grito. Cada persona debería responsabilizarse de sus acciones en su propio nombre, sobre todo si esas acciones están dirigidas a hacer daño. Utilizar al conjunto del pueblo para justificar ciertas acciones es de cobardes.
¿Qué nos une? Como pueblo, ¿debemos pensar más en esto, que nos vincula, que en qué nos separa?
Siempre es importante buscar puntos de unión para fortalecernos y con esa base sólida trabajar en los aspectos qué nos separan. No hay que tener miedo a ello, al revés, un pueblo será más fuerte, bello y rico en valores cuanto más consciente y respetuoso sea con las diferencias. Y eso implica enfrentarse a ellas y trabajarlas. El problema de este pueblo es que el dolor y el sufrimiento de las víctimas sea lo que nos separa. Un pueblo no puede crecer humanamente, ni en cualquier otro sentido, si no responde unánimemente ante cualquier vulneración de derechos humanos y no se posiciona al lado de cada una de las víctimas. Es algo que no llego a entender. Creo que esa es nuestra tarea pendiente. Estoy convencida de que todos los lectores y lectoras pueden llegar a empatizar con todos los personajes de la novela: con Oihana (ETA mató a su padre), con Jurgi (los GAL mataron a su padre), con Edurne (fue brutalmente torturada), con la doctora Soroa... Es un ejercicio muy interesante trasladar la ficción a la realidad.
¿Aún hay quien no pasea por sus propios pueblos? ¿Aún hay quien compra en supermercados alejados de sus barrios para no encontrarse con según quién?
Aún hay quien piensa que mejor marcharse fuera a vivir. Me parece terrible.
“Al perdón hay que darle sentido y llenarle de contenido. Vivimos en el día a día y aquí hace falta una reivindicación clara por la vida”
¿Hay más perdón del que estamos asumiendo, del que estamos escribiendo, del que nadie puede admitir aún?
Al perdón hay que darle sentido y llenarlo de contenido. El perdón no se puede limitar a una palabra o a un concepto. Tampoco a un gesto aislado. El perdón debe ir acompañado de acciones; vivimos en el día a día y aquí hace falta una reivindicación clara por la vida.
ETA
La violencia que fue en Euskal Herria y que nunca más ha de ser
¿Qué le queda a Euskal Herria por hacer? ¿Cuál es el siguiente paso?
Una apuesta firme y real por la convivencia. Es la mejor herencia que podemos dejarles a las nuevas generaciones: referentes que trabajen por la escucha, el diálogo y el compromiso conjunto. Y para ello hace falta mucha honestidad. El pasado hay que revisarlo sin miedos; hay que responsabilizarse, reconocer todo el daño causado, estar incondicionalmente al lado de las víctimas y trabajar para que nada parecido se repita. Creo que ya está pasando demasiado tiempo sin que se den avances en mayúsculas. La violencia está muy presente en las aulas, en las calles, en los entornos familiares... es imprescindible trabajar por una cultura que deslegitime la violencia.