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Los economistas convencionales están acostumbrados a actuar “como si”. Como si no existieran las relaciones de poder, como si la información fuera simétrica, como si no existieran las instituciones o el propio tiempo y el espacio. En los años 40, la CEPAL publicó un estudio de Prebisch en el que se habló por primera vez de las dinámicas Centro-Periferia. Según ella, el devenir de los territorios periféricos está condicionado al progreso de los centrales. Estas dinámicas se pueden ver en múltiples escalas, siendo las más conocidas y relevantes las relaciones Norte-Sur. Pero también se observan a escala europea, con una economía central representada por Alemania y las economías periféricas de la Europa meridional (Portugal, Grecia, España). Sin embargo, siendo esta geografía económica fundamental, cabe también preguntarse por las dinámicas transversales que sostienen este orden. Ya conocemos sobradamente quién soporta los efectos económicos negativos en la Periferia pero, ¿y en el Centro? ¿Quién paga en su territorio el precio de mantener Alemania como hegemón europeo?
Mientras las economías sureuropeas dependen del consumo interno (y la inversión en el caso de España, fundamentalmente inmobiliaria), Alemania basa su dinamismo en una balanza comercial exterior positiva (exportadora neta) a estos países. Como consecuencia, el endeudamiento privado (reconvertido a público vía rescates) de los países del sur sostiene al modelo alemán, como ya he escrito anteriormente. Mantener a Alemania como el principal nodo exportador requiere una mayor competitividad que el resto. Por lo tanto, merece la pena detenerse en analizar las bases de la competitividad alemana. Se suele considerar que ésta tiene mucho que ver con la productividad, los precios y los tipos de cambio. Dado que en el marco del euro el tipo de cambio es el mismo, las dos primeras variables son las importantes aquí.
La estructura productiva alemana padece la lacra de la desigualdad con una intensidad semejante a las economías sureñas
Antes de continuar, detengámonos un momento a definir qué es el coste laboral unitario real (CLUr). A nivel micro, representa los costes salariales a los que tienen que hacer frente los empresarios por cada unidad producida y por eso es una medida de la competitividad. Pero además, a nivel macroeconómico, el CLUr representa la masa salarial de todo el país. Finalmente, el CLUr puede expresarse como el cociente entre el salario medio (w) y la productividad real del trabajo (PL) -la cantidad que produce, de media, cada trabajador descontando el efecto de los precios. Por lo tanto: CLUr=w/PL.
El Gráfico 1 muestra que mientras la productividad real del trabajo (PL) ha aumentado un 20%, los costes salariales (CLUr) se han reducido más de un 6%. De este modo, tenemos 3 lecturas diferentes según el Gráfico 2: i/ la economía alemana, efectivamente, ha ganado en competitividad; ii/ el peso de los salarios en la economía alemana ha caído y, en consecuencia, ha aumentado la importancia de las rentas que recibe el capital; y iii/ la caída del CLUr implica que el salario promedio (w) ha crecido por debajo de la productividad del trabajo (PL) o, dicho de otro modo: los trabajadores han aportado nuevas porciones a la tarta, pero parte de su producto no ha sido para ellos (en contra de lo que dicta la ortodoxia económica). Por lo tanto, las grandes perjudicadas del modelo de acumulación alemán son las rentas salariales.
Esto puede llegar a chocarnos, toda vez que Alemania suele aparecer relativamente bien posicionada en los rankings de igualdad. Por ejemplo, el índice de Gini es un indicador de desigualdad que se comprende entre 0 y 1, en el que 0 representa la máxima igualdad en la distribución de la renta y 1 la máxima desigualdad. Normalmente este indicador se ofrece en relación a la renta disponible, es decir: una vez el Estado ha recaudado impuestos (progresivos) y los ha redistribuido a través de transferencias (desempleo, pensiones, subvenciones, etc.). Así, el índice de Gini suele presentar un mejor aspecto del que proporcionaría la distribución que tendría lugar si el Estado no interviniera. En el Cuadro 1 se puede ver el índice de Gini antes de la intervención del Estado (Gini 1), el de después (Gini 2, el habitual) y en tercer lugar, la ratio entre el primero y el segundo. Cuanto mayor sea esta ratio, mayor esfuerzo redistributivo realiza el Estado para paliar la desigualdad generada por las fuerzas del mercado. Como cabe esperar, Alemania presenta los mejores resultados en el Gini 2. Sin embargo, resulta llamativo cómo su Gini 1 no es muy diferente al de España o Grecia. De hecho, la ratio Antes/Después de Alemania es la mayor de todas.
La estructura productiva alemana padece la lacra de la desigualdad con una intensidad semejante a las economías sureñas. No en vano, la densidad sindical (el porcentaje de trabajadores afiliados a un sindicato) de desplomó en Alemania del 33.9% en 1992 al 18.1% en 2013 (datos OCDE). Del mismo modo, en el mismo período, la tasa de trabajo parcial involuntario (porcentaje de trabajadores a tiempo parcial que desearían estar a tiempo completo) se cuadriplicó, llegando a multiplicarse por 7 en los peores años de la crisis (datos OCDE). Todos hemos oído hablar de los mini-jobs y de la creciente precariedad de las clases populares alemanas. La manera en la que Alemania sortea este foco de creciente inestabilidad es a través de la redistribución del Estado, como hemos señalado antes. Pero, ¿cómo? ¡Gracias al mismo superávit comercial que las clases populares cargan a sus espaldas! La ecuación fundamental de la macroeconomía dice que el “Saldo Exterior=Saldo Público + Saldo Privado”. De esta manera, la balanza comercial positiva de Alemania genera ahorros en el sector privado (que se traducen en inversiones de capital en el Sur) y recursos para el sector público con los que contener las negativas dinámicas del sistema productivo antes mencionadas.
El endeudamiento privado de los países del sur sostiene al modelo alemán
La sólida economía alemana es, en realidad, un frágil encaje de bolillos al que, sin la concurrencia del Euro, el BCE y el mercado único, se le ven las costuras. La economía de la Unión Europea es un castillo de naipes en el que la fila de cartas inferior, no importa su país de procedencia, sostiene toda la estructura. Ahora bien, el diseño institucional del proyecto europeo permite a las clases populares del Centro mantener un mejor nivel de vida, si bien más precario y dependiente de las prestaciones sociales que antes de la crisis. No por casualidad es la extrema derecha la que ha cautivado a las clases populares del Centro, pues es el encaje de las naciones en el diseño europeo el que mantiene, mal que bien, el equilibrio social. Lograr evidenciar estas contradicciones es de la mayor importancia para frenar la ola de fanatismo y construir un futuro justo.
Texto: Jaime Nieto | Ilustración: Iñaky y Frenchy