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Crisis climática
Ecoansiedad, cuando el planeta afecta a la salud mental
Miedo y angustia por el futuro, por la posibilidad de vivir una catástrofe ambiental o simplemente de habitar un planeta que sufre los efectos más devastadores de la emergencia climática. La distopía hecha realidad. La Asociación Americana definió la ecoansiedad como “el temor crónico a un cataclismo ambiental y el estrés causado por observar los impactos aparentemente irrevocables del cambio climático y por la preocupación ante el futuro propio y el de las futuras generaciones”.
Nos encontramos en un escenario de emergencia climática y, más allá de informes del IPCC o concentraciones de CO2 en la atmosfera, está afectando a nuestras emociones. El deterioro ambiental, la crisis climática, la pérdida de biodiversidad o los devastadores incendios producen angustia y temor, especialmente entre las personas más jóvenes. Pero también la inacción de negacionistas y retardistas climáticos que prefieren una huida hacia delante a cambiar la manera capitalista de habitar el planeta. En 2019, Greta Thunberg lo expresaba así: “Quiero que entren en pánico. Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días. Quiero que reaccionen como si nuestra casa estuviera en llamas… porque lo está”.
Palabras para nombrar la crisis ecosocial
En 2021 Fundeu proponía ecoansiedad como una de las palabras del año y, sin duda, se ha incorporado a conversaciones y relatos. Junto a otras, como solastalgia, greenwashing o ecocidio, forma parte de un vocabulario de nuevo cuño que sirve para nombrar lo que ocurre –y nos ocurre– en relación con el medio ambiente. Aunque no siempre se ha utilizado con buena intención. Hace unos meses, en plena oleada de incendios, el vicepresidente de la Junta de Castilla y León (Vox) se burlaba de los jóvenes que dicen sufrir ecoansiedad invitándoles a trabajar en la extinción “para que se les quitara la tontería”.
Apropiarse de las palabras, vaciarlas de contenido, incluso ridiculizarlas, es una estrategia que ya hemos visto con anterioridad. A veces funciona, pero eso no hace que los hechos desaparezcan. Ecoansiedad une la emergencia climática –y, en general, crisis ecológica– a la salud mental. Y, aunque no es un término tan reciente, es cierto que en los últimos tiempos se ha popularizado, coincidiendo con una mayor visibilidad de las enfermedades mentales.
En 2021 The Lancet publicaba un estudio –en el que participaron 10.000 personas entre seis y veinticinco años– sobre esta cuestión. Las encuestas que realizaron muestran unas cifras realmente preocupantes: el 59 % manifestaron estar muy preocupados por el cambio climático y la ausencia de políticas capaces de frenar sus efectos; más del 45 % afirmaron que esos sentimientos les afectaban negativamente en su vida diaria.
España no participó en el estudio, pero si lo hizo Portugal, que obtuvo el mayor incremento en el grado de preocupación climática, debido a los devastadores incendios que sufre en verano. Lógicamente, en los países del Sur global se detectó una mayor inquietud, pero el estudio comprobó que era común en los diez países en los que se realizaron las encuestas.
¿Pastillas contra la ecoansiedad?
Lo que para algunos es tontería, para otras muchas personas es, como mínimo, preocupante. El 75 % de las personas que entrevistó The Lancet consideraron que el futuro ofrece una perspectiva alarmante. Las emociones negativas que relataron fueron temor, tristeza, ansiedad, enfado, impotencia o culpabilidad. Según el estudio, al ser preguntadas por el futuro, pocas personas optaron por el optimismo o la indiferencia. Llama la atención que el 48 % de las y los participantes relató que fueron ignorados cuando quisieron exponer sus inquietudes a otras personas.
Al igual que ocurre con la solastalgia, la ecoansiedad no tiene porque ser un sentimiento irreversible y perpetuo. Si cambian las políticas climáticas y nuestro modo de habitar el planeta, es más que probable que los sentimientos de preocupación se mitiguen. Así, muchas personas han pasado del ecoagobio al activismo climático o han incorporado esta mirada a otras reivindicaciones y luchas sociales.
La ecoansiedad no debería sufrirse en silencio. Al fin y al cabo, una gran parte de la impotencia que se siente tiene que ver con el hecho de que lo que cada cual podemos hacer es muy limitado. Más allá de activar cambios individuales en nuestras vidas, se requieren cambios estructurales. Es por eso que es tan importante el encuentro con otras personas que ven el mundo de la misma manera. Personas con las que construir redes de vida y cuidados; pero también con las que reivindicar un cambio de modelo.
Preocuparse por el panorama desolador que nos ofrece el futuro es una respuesta bastante lógica –aunque la enfermedad mental y el padecimiento no deberían serlo–, y la indiferencia solo puede permitírsela quien tiene sus bases bien cubiertas y no se preocupa por quienes vendrán detrás ni por nadie más (aquellos que la ridiculizan para seguir negando la evidencia). Así que hablar de ecoansiedad, además de ayudar a quienes la sienten, puede servir para generar una mayor conciencia de la situación. Algo que, sin duda es necesario, para la transición justa y ecológica que necesitamos con urgencia.