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En mayo de 2023 Olaf Scholz proclamó que en Alemania se estaba produciendo una gran «reindustrialización». En la inauguración de una nueva planta de fabricación de semiconductores de Infineon Technologies en Dresde, valorada en cinco millardos de dólares, el canciller alemán se jactó de que uno de cada tres microchips europeos se fabricaría ahora en Sajonia. Un mes después, Intel confirmó que invertiría 33 millardos de dólares en dos nuevas fábricas en Magdeburgo: la mayor inversión extranjera directa de la historia de la República Federal. A lo cual siguió el anuncio de que el gigante taiwanés de los semiconductores TSMC asumiría una participación del 70 por 100 en la nueva planta de fabricación de microchips proyectada en Dresde y valorada en 11 millardos de euros. El llamado libre mercado no atrajo a estas empresas a «Silicon Saxony»: lo hicieron los 20 millardos de euros concedidos en concepto de subvenciones por el gobierno alemán. El país erigido en sumo sacerdote de la disciplina presupuestaria de la Eurozona ha dejado de lado sus sagradas escrituras, respondiendo al declive de su modelo de crecimiento basado en las exportaciones con un atracón de subvenciones.
La causa inmediata de este giro fue la inflación provocada por la pandemia del virus Covid-19. En octubre de 2021, cuando Europa empezaba a relajar las restricciones, el director general de la European Automobile Manufacturers’ Association (ACEA), Eric-Mark Huitema, lanzó una advertencia, indicando que el sector automovilístico europeo, cuya mayor parte se concentra en Alemania y su zona de influencia, había sufrido pérdidas de producción de 100 millardos de euros durante 2020, mientras la provisión mundial de semiconductores estaba experimentando serios problemas de suministro. Ante esta escasez, Huitema abogaba por un «plan estratégico paneuropeo destinado a aumentar la producción de semiconductores en la Unión Europea» con el objetivo de minimizar la dependencia europea de los mercados exteriores.
Al otro lado de la Rue de Loi, donde se encuentra la sede de la ACEA, la Comisión Europea se afanaba en desarrollar sus planes para apuntalar la alicaída industria europea. Ursula von der Leyen subrayaba la necesidad de fortalecer la capacidad productiva de chips de la Unión Europea para recuperar su «soberanía tecnológica», dadas las crecientes tensiones geopolíticas. Estos planes culminaron con la aprobación de un paquete de 43 millardos de euros recogido en la European Chips Act (2023), esto es, la versión de la CHIPS and Science Act estadounidense de 2022, cuyo objetivo era reducir la dependencia externa de Europa apostando por la relocalización de la producción de semiconductores en el territorio del mercado único. Lo más importante de la Ley no su cálculo del precio de seguridad de los microchips, ni su ambición de «duplicar la cuota europea en el mercado mundial de semiconductores para 2030». Su verdadera importancia radica en los Estados miembros. La Comisión ha relajado las restricciones a las ayudas estatales, permitiendo a los gobiernos nacionales inyectar fondos públicos en sus sectores nacionales de semiconductores. La Dirección General de Competencia, tradicionalmente el organismo responsable de la aplicación del estricto régimen contrario a todo tipo de subvenciones vigente en el seno de la UE, ha dado su visto bueno a las nuevas disposiciones. En lugar de vigilar celosamente las prácticas «anticompetitivas», Bruselas apoyará ahora activamente un régimen de subvenciones masivas.
Esto supone una ruptura decisiva con el pasado reciente. Durante las décadas de 1990 y 2000 Washington y Bruselas consideraban que el funcionamiento y el comportamiento de la industria de los semiconductores constituía un ejemplo de que la globalización operaba según lo previsto. La cadena de suministro de semiconductores es notoriamente compleja e incorpora múltiples empresas a través de numerosas fronteras nacionales. Los productores del Reino Unido están especializados en el software que sustenta la fabricación moderna de chips; Silicon Valley domina el diseño de chips de alto valor añadido; Taiwán ejerce un monopolio efectivo sobre la fabricación de chips de gama alta; la última fase del proceso de fabricación se subcontrata a países como Malasia y Vietnam. Las élites occidentales apostaron por que la expansión hacia el Este de las cadenas de suministro consolidaría la primacía de las empresas estadounidenses y europeas, reduciendo los prohibitivos costes empresariales de puesta en marcha, lo cual les permitiría concentrarse en las actividades de I+D y garantizar un suministro continuo de componentes a bajo coste.
Pero el optimismo característico de las escuelas de negocios, que sustentaba esta visión de la globalización, se ha desvanecido. En lugar de una esfera de intercambio comercial sin fisuras, la cadena de suministro de semiconductores se ha convertido en un área de rivalidad económica y conflicto geopolítico. China, decidida a reducir su dependencia de Occidente en lo referido a las tecnologías de gama alta, aumentó rápidamente su capacidad productiva nacional. En 2000, el año anterior a su adhesión a la OMC, China puso en marcha la Shanghai Manufacturing International Corporation (SMIC), una planta de fabricación de chips respaldada por el Estado, que pretende desafiar a su rival al otro lado del estrecho de Taiwán. En 2014, bajo los auspicios del programa «Made in China 2025», Pekín reservó 170 millardos de dólares para apoyar el desarrollo de «campeones nacionales», siendo la SMIC uno de los principales beneficiarios. En 2019 China representaba el 20 por 100 de las exportaciones mundiales de semiconductores, una cifra que, de acuerdo con las previsiones, seguiría aumentando en las décadas siguientes.
La UE, por supuesto, sigue estando muy fragmentada: no hay recursos suficientes a escala supranacional para apoyar una política industrial expansiva a escala continental
En un principio el gobierno de Obama se mostró relajado ante este rápido ascenso, pero algunos actores implicados en la seguridad nacional estadounidense pronto empezaron a expresar su preocupación. Los semiconductores son una tecnología de «doble uso» capaz de despliegue tanto civil como militar, mientras que el impulso de China para asegurarse la independencia tecnológica también amenazaba con socavar uno de los «puntos de estrangulamiento» críticos que Washington mantenía sobre Pekín. Con la Export Control Reform Act de 2018, las autoridades estadounidenses comenzaron a frustrar sistemáticamente el avance tecnológico de China. Trump incluyó a Huawei en la «lista de entidades» estadounidense, que incluye a los individuos, empresas y organizaciones extranjeras susceptibles de plantear una preocupación para la seguridad nacional, y Biden amplió las restricciones, obligando a los aliados de Estados Unido, incluida la neerlandesa ASML, la principal empresa del punto de producción de fotolitografías para la industria de los semiconductores especializada en la producción de circuitos integrados, a limitar la exportación tanto de máquinas-herramienta cruciales como de propiedad intelectual a empresas chinas de alta tecnología. Al mismo tiempo el gobierno de Biden incrementó el apoyo a los fabricantes de chips nacionales, canalizando 280 millardos de dólares a través de la CHIPS and Science Act hacia la industria estadounidense.
La escalada de la guerra en torno los chips librada entre Estados Unidos y China conmocionó al núcleo industrial europeo. Los controles a la exportación, la escasez de chips y la feroz competencia por las subvenciones amenazaron con socavar la primacía tecnológica de la industria europea. La principal víctima fue Alemania. En los años de auge de las décadas de 2000 y 2010, Alemania consolidó su posición como plataforma de producción globalizada, pero los triunfos de ayer ensombrecen hoy su renqueante economía orientada a la exportación: dependencia de la energía rusa, inflación persistente por encima de la media de la Eurozona, escaso poder adquisitivo de los consumidores agravado por los elevados costes del endeudamiento y desplome de la demanda de las exportaciones alemanas. «El riesgo de desglobalización es especialmente grave para las perspectivas de crecimiento de Alemania», observó Joachim Nagel, presidente del Bundesbank. «Su economía está mucho más abierta al comercio que la de muchos otros países».
Por esta razón ya no servirán las fórmulas que dominaron la economía política europea durante la era neoliberal: multilateralismo, política de competencia y reforma por el lado de la oferta. Un mundo de «interdependencia militarizada», expresado en las palabras de los politólogos Henry Farrell y Abraham Newman, prima la capacidad estratégica, el poder estatal y la escala. Para el capital europeo es preciso implementar un nuevo marco para la integración de la Unión Europea capaz de asegurar la posición del bloque comercial en el núcleo de la economía mundial. Como decía una declaración conjunta de los gobiernos francés y alemán pronunciada en 2019, la opción es «unir nuestras fuerzas o permitir que nuestra infraestructura y nuestra capacidad industriales desaparezcan gradualmente».
La European Chips Act, con su ambición de crear un marco paneuropeo capaz de competir con Estados Unidos y China, es una expresión de esta lógica de «unificar o morir», que aspira, sin embargo, a un tipo peculiar de unificación. La UE, por supuesto, sigue estando muy fragmentada. Su presupuesto sigue ascendiendo a un mísero 1 por 100 del PIB total del bloque, lo cual significa que no hay recursos suficientes a escala supranacional para apoyar una política industrial expansiva a escala continental. En efecto, poner en común los recursos significa crear las condiciones para que los clústeres industriales ya existentes y los Estados dotados de poder fiscal consoliden aún más sus posiciones dominantes. La convergencia en torno a una política industrial común de la Unión Europea amenaza con acelerar las divergencias existentes entre los Estados miembros. Desde que la Unión Europea relajó sus restricciones, Alemania ha aportado asombrosamente el 53 por 100 del total de los 672 millardos de euros concedidos en ayudas estatales. Alemania también se ha beneficiado de los nuevos marcos paneuropeos de apoyo a los sectores estratégicos y se ha llevado la mitad de las ayudas estatales a los «Important Projects of Common European Interest» en el sector de la microelectrónica.
Tras la crisis de la Eurozona, surgió una línea de fractura entre el núcleo septentrional de Europa, cuyas economías se hallan orientadas hacia la exportación, y su periferia meridional, cuyas economías están impulsadas por el endeudamiento. Las élites habían prometido que la integración europea favorecería una mayor convergencia del comportamiento económico de los Estados miembros. Pero bajo el euro, sus estrictas normas de deuda y déficit y la falta de mecanismos de transferencia fiscal, quedó claro que este tipo de integración estaba produciendo exactamente el resultado contrario. La industria alemana se disparó, mientras que los Estados deudores del sur de la Eurozona sufrían la penuria de la austeridad permanente. Hoy en día, las condiciones que permitieron este dinamismo impulsado por las exportaciones se están desmoronando, trayendo aparejadas consecuencias nefastas para el capitalismo alemán. La respuesta de la Unión Europea, sin embargo, consistente en una nueva política industrial paneuropea, que permite un intervencionismo estatal más vigoroso, representa un intento de fortalecer el núcleo industrial de Europa.
Los mitos que impulsaron la globalización neoliberal se han hecho añicos por mor de la batalla librada en torno a los semiconductores y otros sectores estratégicos. Las normas que antes se aplicaban rígidamente se están eludiendo ahora para permitir nuevas oleadas de intervencionismo estatal; la «igualdad de condiciones» del Mercado Único se esquiva hoy para sostener a las fracciones dominantes del capital europeo. Mientras tanto no dejan de forjarse nuevos mitos: una unión cada vez más integrada y autónoma, unida por el desafío que plantean China y Rusia. A medida que los responsables políticos de la Unión Europea se movilizan contra sus rivales exteriores, las fisuras internas del bloque, que corren entre el núcleo industrial y la periferia subdesarrollada, no dejan de ampliarse.
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Creo que te refieres al núcleo de la Unión Europea no al núcleo de Europa.
La farsa neoliberal no deja de demostrar lo que fue: Globalización y libre mercado si, siempre y cuando les favoreciera industrial y económicamente a los capitales occidentales.
Pero a la mínima que han tenido problemas (desabastecimiento, competencia extranjera...), ya no les interesa dicha globalización y pasan al intervenciónismo público...
Todo es una estrategia para mantener su poder explotador!