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Violencia machista
La mejor versión de ti
Era una mañana de otoño, un otoño aún joven, aunque el cansancio acumulado de este 2021 ya se apreciaba sobre los hombros de los pasajeros. El vagón transitaba entre barrios del sur, con el día ya entrado, tras el inicio del cole, a esas horas dónde las mujeres son mayoría en el metro. La cantante entró abrigada y recta, se plantó entre las dos puertas, nadie al principio le hizo mucho caso. Activó el dispositivo con música pregrabada que llevaba sobre un buffle atado a la estructura de un carrito, se llevó el micrófono cerca de la boca y entonó: “La mejor versión de mí, nunca la conociste”.
No recuerdo la letra exacta de la canción, fue hace semanas. Pero sí lo que contaba. Hablaba de desprecios que muerden el amor propio, de celos que amputan libertad, de amenazas que te convierten en un animal asustado. Cantaba sobre gritos que son como puñetazos, que instalan la alerta y nunca más te dejan relacionarte tranquila, en igualdad, con quien dijo que te amaba. No hablaba de golpes, pero hablaba —quizás no con estas palabras— de la posibilidad de un golpe como una carga que no te deja más caminar erguida.
La canción hablaba de desprecios que muerden el amor propio, de celos que amputan libertad, de amenazas que te convierten en un animal asustado. Cantaba sobre gritos que instalan la alerta y nunca más te dejan relacionarte en igualdad con quien dijo que te amaba
Erguida como estaba, superviviente de quién sabe cuántas batallas, o quizás solo consciente observadora de la vida de las otras, la mujer cantaba con voz clara, sin artificio, sobre las cosas que no hicimos, los pasos que no nos atrevimos a dar, el dolor vergonzoso de quien ha dejado su autoestima en manos de otro. De la modulación del deseo, del movimiento, de la risa, del baile, para contentar a unos ojos ajenos, para no sufrir el silencio, el rechazo, o la violencia.
Eran solo tres paradas. Una canción sencilla. Una mujer como las que viajábamos en el metro. De piel morena y pelo negro, vestida como cualquiera de las pasajeras, migrante y universal. Casi nadie la estaba mirando, pero yo miraba a todas, las bocas tapadas por la mascarilla, solo con los ojos expuestos. Tenían la mirada quieta de quien escucha afuera algo que resuena adentro, de quien se topa con una verdad inesperada que la remueve y agita: “La mejor versión de mí, nunca la conociste”.
Pasa la gorra, se lleva pocas monedas, queda un silencio denso cuando sale del vagón. Nos ha dejado algo, algo importante. Pienso que nunca escuché, ni leí, ni pensé, algo tan claro y tan concreto sobre el poder, el dolor patriarcal y la violencia machista. Siento cómo se instala un duelo colectivo y callado —en ese metro que transita por el subsuelo del sur— por todas las mejores versiones de ti, de mí, de ellas, de nosotras, que nunca fueron, que se quedaron por el camino.
Quienes se autocontrolaron para no provocar celos, se mordieron la lengua para no activar conflictos en los que siempre salían perdiendo, cuestionaron su derecho a quejarse, a pedir más, a descansar, a ser felices, somos muchas, la mayoría, quizás todas
No son solo las muertas a las que lloramos porque no volverán para poder ser la mejor versión de sí mismas lejos del miedo, no son solo las golpeadas que registran en su piel los esfuerzos de un macho por mantener su estatus, no son solo las abusadas, deshumanizadas por alguien que consideró más importante su propio deseo o voluntad de mostrar dominio. Son muchas más. ¿Cómo guardar estadística de todas las que han transitado el miedo, quienes han temido que ese golpe fuera el definitivo, quienes han deseado que hubiera un golpe para poder denunciar las amenazas que las estaban matando en vida?
Quienes se autocontrolaron para no provocar celos, se autodisciplinaron para adaptarse a lo que se esperaba de ellas, se mordieron la lengua hasta hacerla sangrar para no activar conflictos en los que siempre salían perdiendo, odiaron su cuerpo por no encajar en las expectativas del otro, cuestionaron su derecho a quejarse, a pedir más, a descansar, a ser felices, somos muchas, la mayoría, quizás todas. Algo que puede que no hayamos explicado bien cuando hablamos de lo que el machismo y sus violencias les hace a nuestras vidas. Algo por lo que caminar, por lo que cuidarse y cantar cada día, solas y con nuestras amigas, en manifestaciones o vagones de metro, para que las mejores versiones de ti, de mí, de nosotras, de ellas, puedan brotar, desparramarse en primaveras donde solo habrá relaciones iguales, sin miedo, compañeras.