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Catalunya
Auto de terminación
“Es preciso enseñar al pueblo a asustarse
de sí mismo, para darle coraje”
(Marx, introducción a la Filosofía del Derecho de Hegel)
Turno para el adversario. Solo los errores del Gobierno central pueden ayudar al Govern a retomar el procés de ruptura. Que vuelva a hacer lo que en su fuero interno no desea cumplir. Tal es el misterio que rodea al enigma de esa verbalización de independencia con solemnidad impostada del histórico supermartes 10-O. Porque cuando Carles Puigdemont demoró sine die aplicar lo previsto en las leyes de Referéndum y de Transitoriedad, aprobadas por el Parlament, estaba vulnerando su propia legalidad. Salvo que el pathos del secesionismo catalán haya tenido la extraña virtud de convertir un plazo tasado de 48 horas en un aplazamiento indeterminado de semanas.
Así que, ahora sí, esa declaración de buenas intenciones del president puede contar con la asistencia sobrevenida del brusco empujón de Moncloa para revertir el apaciguamiento ofertado. Con la zorrería que le caracteriza, existe la posibilidad de que Mariano Rajoy aproveche la oportunidad para acometer sin miramientos aquello a lo que hasta hoy se resistía. Pudiera parecer contradictorio que cuando los desplantes del independentismo eran continuos, e incluso humillantes, el Ejecutivo permaneciera impasible, y ahora que quiere firmar la pipa de la paz se disponga a neutralizarlo sin contemplaciones. Pero la jugada es de manual.
Entre un espacio y el otro, eso que los cursis llaman controlar los tiempos, se han producido dos hechos que lo cambian todo para que lo principal persista. Primero fue la dinamitera alocución del rey Felipe VI exigiendo mano dura y tente tieso. Y en segundo lugar, la abdicación de Pedro Sánchez en su rol de agente para el diálogo a que estaba obligado por aquello de su contribución a la plurinacionalidad. Dos circunstancias que evitan exponerse al gobierno del Partido Popular asumiendo en solitario la aprobación del artículo 155 de la Constitución, en su modalidad de requerimiento previo de desistimiento a Puigdemont, para sofocar al “desafío separatista”. De algo debe servirle al líder del PP el batacazo bumerán cosechado por haber abusado del rodillo parlamentario contra la voluntad general. Reincidir en la herida mediante su mayoría en el senado seria de primerizos.
Pero eso no existe oxímoron político, aunque sí ético, al pasar de cándida paloma a agresivo halcón en el preciso momento en que su contrario se aviene a negociar. Justo al revés de lo que sucede con el primer partido de la oposición. Es el PSOE de “Somos la Izquierda”, el mismo que ha mantenido como un mantra la necesidad de “echar a Rajoy de las instituciones”, reprobar a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría por la represión policial del 1-O y capitalizado el fetiche del “parlen”, el que se pega un tiro en el pie en esta cacería. Cuando Pedro Sánchez, ante el tiempo muerto ofrecido por Puigdemont, responde poniéndose a las órdenes del Gobierno para lo que guste mandar, se sitúa al final de la escapada como alternativa política y en el artífice bufo del rescate a Rajoy (tan erróneamente caricaturizado). El bipartidismo dinástico del 135 exprés siempre tira al monte.
Eso intramuros. En Catalunya la apuesta va de reconstruir un catalanismo anfibio con las huestes de un PDeCAT renacido gracias a la celebridad del irredentismo y el concurso de “los comunes” de Ada Colau en gestación. Suficiente para constituir un bloque nacionalista moderado de amplio espectro que permitiría sacar de la pista a los antisistema de la CUP, que por su radical idiosincrasia están condenados a ser solo una exigente minoría en cualquier cita electoral a escala. Aunque, como en los mejores enredos, el secreto está en la masa.