Análisis
El gobierno neoliberal de la vida: ¿un crimen perfecto?

El último libro de Borxa Colmenero sintetiza gran parte del pensamiento crítico sobre el concepto neoliberalismo y opta por una lectura alternativa a la empleada habitualmente: más que una ideología mercantilista, es un gobierno económico de la vida.
O governo neoliberal da vida
Contraportada del libro de Borxa Colemenero, 'O governo neoliberal da vida'.

A veces para referirse a una doctrina económica o a una etapa histórica, otras para designar de forma amplia la realidad social y económica en la que vivimos, la palabra ‘neoliberalismo’ ya forma parte del lenguaje político de nuestro tiempo. Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de neoliberalismo?

El último libro de Borxa Colmenero, O governo neoliberal da vida (Axóuxere Editora, 2023) puede entenderse como un intento de respuesta a esta pregunta. La obra sintetiza gran parte del pensamiento crítico sobre el término y opta por una lectura alternativa a la empleada habitualmente: el neoliberalismo, más que una ideología mercantilista o una doctrina económica, es un gobierno económico de la vida.

Neoliberalismo: el origen

Desde los años veinte del siglo pasado “neoliberalismo” fue usado para referirse a una serie de escuelas de pensamiento socioeconómico, como la Escuela neoclásica angloamericana, la austríaca o la de Friburgo. Aunque plurales, incluso discordantes en algunos puntos, todas y cada una de estas escuelas mantenían en común su oposición a la planificación socialista y democrática de las economías.

Esta fue la ideología económica que amparó el programa de los gobiernos conservadores en los años 80. A partir de entonces, el término neoliberalismo también sirvió para designar un programa político y una etapa histórica caracterizados por un marcado antisocialismo y por la deificación del mercado libre, reflejados respectivamente en los ataques frontales a las organizaciones de la clase trabajadora y en la proliferación de deslocalizaciones y procesos de reconversión industrial. Esta fase histórica, que William Davies denominó como “neoliberalismo combativo” (1979-1989), debe comprenderse en el contexto de la confrontación contra el modelo socialista. Dos hitos marcan su inicio: la colaboración de los Chicago Boys con Pinochet tras el golpe de Estado a Salvador Allende en 1976 y el ascenso de los gobiernos conservadores de Reagan y Thatcher en los años ochenta.

El neoliberalismo no solo produjo un conjunto de políticas públicas regresivas, sino que vino acompañado por estrategias de combate cultural y por la conformación de un discurso que aspiraba a formar una serie de consensos sociales, una nueva cultura. Se estaba configurando una profunda transformación cultural y moral, y al poco tiempo ya no era la doctrina económica de los conservadores, sino el paradigma compartido por toda la sociedad. Mientras que programas como Dallas transmitían la idea de que el éxito material y el acceso a bienes de lujo eran sinónimos de libertad y realización personal, la industria cultural mayoritaria demonizaba el “socialismo gris”, representando la vida en los países socialistas como aburrida y mortificante, en contraste con la vitalidad y la abundancia de recursos en las sociedades de consumo occidentales. Era la época de películas como “Red Dawn”, en la que se glorifica la resistencia de la juventud estadounidense ante una invasión ficticia de la URSS, y de la declaración, atribuida a Thatcher, de que “si a partir de los treinta no tienes coche, eres un fracasado”. El neoliberalismo articulaba el anticomunismo y el ataque frontal contra el jardinero estatal con la reivindicación de la libertad individual proporcionada por el mercado. “No existe tal cosa como la sociedad; existen hombres y mujeres individuales, y existen familias” ya no era una opinión de Thatcher, sino el sentido común con el que cada vez se regían más personas.

El objetivo: conquistar las almas

Thatcher, planificadora consciente de esta transformación cultural, decía que “la economía es el medio, el objetivo es cambiar los corazones y las almas”. En una entrevista de 2002, le preguntaron cuál había sido su mayor éxito político. Respondió sin dudar: “Tony Blair y el nuevo laborismo”. Por fin, su repetitivo eslogan se había convertido en una realidad: “There is no alternative”.

Este nuevo neoliberalismo entendido como un consenso social profundo es lo que Davies denomina como “fase normativa” (1989-2008). Dos fenómenos ayudan a situar esta evolución, este cambio de las almas: las transformaciones acontecidas en el seno de los Estados y las acontecidas en las relaciones laborales.

En cuanto a las primeras, se refieren a la adopción de mecanismos de mercado como criterios válidos para la toma de decisiones políticas y la gestión de recursos públicos. En la fase neoliberal se impregna a los estados con el espíritu empresarial: flexibilización de normas y procedimientos, gestión por resultados, rendición de cuentas, constitución de cuerpos de técnicos en los que recaen decisiones políticas. Bajo la idea de que, una vez más, “no hay alternativa”, se naturalizan los valores del mercado como valores neutros y de “sentido común”. Las lógicas del mercado son las lógicas naturales y, por tanto, las productoras de libertad, mientras que las otras opciones o alternativas son demonizadas como intervencionistas e hiperburocratizadas, por tanto, autoritarias y castradoras.

El componente antiburocrático es una de las claves del éxito del discurso neoliberal. Colmenero señala lo paradójico de este componente, pues el neoliberalismo no supone una auténtica desregulación, sino que promueve una forma de vida en la que los sujetos se convierten en burócratas de sí mismos: alquilar una vivienda, contratar un seguro de salud, abrir una cuenta bancaria, contratar telefonía o internet, son procesos que acontecen en el ámbito del mercado, pero no dejan de suponer rígidos procedimientos burocráticos impuestos por entidades impersonales y poco transparentes. Tenemos un ejemplo dramático en Estados Unidos, donde la privatización radical de la sanidad defendida por los neoliberales produjo un ecosistema de empresas aseguradoras que convirtieron el acceso a la cobertura sanitaria en un laberinto burocrático deliberadamente kafkiano, cuyos principios rectores -“Delay, Deny, Defend”- terminaron hace apenas unas semanas grabados en las tres balas que asesinaron al CEO de United Healthcare.

En cuanto al segundo fenómeno que nos ayuda a situar esta “conquista de las almas” de la que hablaba Thatcher, se trata de la profunda transformación del trabajo ocurrida en las últimas décadas. Colmenero señala la desaparición del empleo fordista en favor de un tipo de relación laboral desprotegida, precaria y temporal en la que ya no se puede trazar una frontera divisoria clara entre asalariados y desempleados, dado que ambos fluctúan precariamente entre el empleo y el desempleo. Pero el sumum del neoliberalismo no estaría solo en la transformación del trabajo, sino en su extensión ad infinitum: las lógicas del trabajo y la productividad impregnan todas las dimensiones de la vida. Para el Homo oeconomicus neoliberal, las relaciones sociales son oportunidades para el networking, su vida emocional puede ser constantemente “trabajada” para alcanzar su “mejor versión”, sus constantes vitales y actividades físicas son monitorizadas mediante sistemas de self-tracking que generan estadísticas de productividad personalizadas, su ocio es susceptible de ser “mejor aprovechado”, y sus talentos pueden transformarse en ingresos económicos o en contenido para su marca personal.

En definitiva, cualquier porción de tiempo puede ser invertida en generar una productividad, ya sea económica, social o erótica, generando un eterno hilo de actividades que son económicas por su lógica interna. Comenta al respecto Colmenero que “la responsabilidad reside por entero en el propio sujeto, un individuo precario e imperfecto que debe ir completándose, construyéndose a sí mismo, configurando su identidad, su seguridad y su modo de vida. El acceso a unas condiciones de vida dignas forma parte de su responsabilidad”. Aparece entonces la culpa por actividades percibidas como no productivas, como descansar (“no hacer nada”), o por situaciones percibidas como un fracaso personal: el paro, las malas condiciones de trabajo o el malestar psicológico. Como ha señalado Byung Chul-Han, en el régimen de autoexplotación neoliberal, las personas se convierten en víctima y verdugo simultáneamente, transformando su indignación con el sistema en una profunda depresión consigo mismas.

En esta serie de cambios neoliberales del cuerpo social y político, las personas normalizan una ética del riesgo en la que la vida aparece como un juego con lo imponderable, un juego en el que la resiliencia y la búsqueda de oportunidades encubren un panorama de incertidumbre e inseguridad. El neoliberalismo se alía así con el “racismo de Estado” del que hablaba Foucault, con la defensa de la raza productiva y la apuesta por el control de las vidas que sobran en ese esquema de cálculo y rendimiento. Es como si el neoliberalismo llevase hasta las últimas consecuencias las reflexiones de Benjamin sobre cómo el capitalismo instala un culto (sans rêve et sans merci) permanente y culpabilizador, pero con una gran diferencia respecto a las religiones tradicionales: en este culto no hay posibilidad de expiación, ni ningún “día de la semana” que no se caracterice por la tensión extrema del adorador. Las formas de vida neoliberales, marcadas por su constante disposición a producir, incluso cuando no se “trabaja”, reflejan nuestra extrema tensión como adoradores: proliferan cada vez más cuadros de depresión, ansiedad o síndromes de Burnout; pero cada vez más personas demandan otro reparto social del tiempo y cuestionan que el trabajo asalariado sea el elemento central de sus vidas –véase la Gran Renuncia–.

Neoliberalismo: un futuro

La crisis de 2008 puso en tela de juicio la superioridad de la razón económica neoliberal. Esta crisis de legitimidad se vio agravada por una gestión fuertemente moralizada, basada en la interiorización de la responsabilidad en el cuerpo social por los excesos cometidos durante el boom económico, en una estrategia de responsabilización individual, especialmente gravosa en el caso de los grupos sociales más desfavorecidos y también más castigados por la crisis, que “vivieron por encima de sus posibilidades”. Se carga a las vidas empobrecidas con una deuda que deben pagar en forma de recortes, reducciones de salarios y servicios públicos. Es lo que Davies bautiza como “neoliberalismo punitivo” (2008-actualidad), que manteniendo las características del neoliberalismo normativo, se convierte en un modelo de gobernanza más autoritario.

Pero decía Foucault que “si el poder no tuviera otra función más que reprimir, si operase solo siguiendo la forma de censura, de exclusión, de obstáculos, de represión a la manera de un gran superyó, si solo se ejerciera de forma negativa, sería muy frágil. Si es fuerte, es porque produce efectos positivos al nivel del deseo –esto comienza a saberse– y también al nivel del saber. El poder, lejos de impedir el saber y el deseo, los produce”. Foucault transmite la idea de que, para que el poder sea realmente efectivo, necesita producir una racionalidad, un nuevo sentido común que el subordinado aplique “voluntariamente”; necesita conectar con el deseo del subordinado, mostrarse como apetecible. Entonces, ¿por qué triunfó el neoliberalismo como forma de poder y como cultura? ¿Cuál es esa promesa neoliberal que puede ser deseable para el individuo?

Esta utopía neoliberal podría sintetizarse con tres elementos de los que habla Colmenero en su libro: la post-política, la disponibilidad total de la vida y la inmunidad.

El primer elemento, la post-política, genera una vida “pública” sin antagonismos, esto es: un debate público donde se disuelve el conflicto entre adversarios políticos, donde se produce una simbiosis entre la gestión privada y la gestión pública. Se trata de la promesa de abordar los conflictos y antagonismos sociales como si se tratara de asuntos técnicos, siempre susceptibles de ser resueltos desde un supuesto “sentido común” o “científico” –coincidente con los criterios del mercado– por parte de un equipo de tecnócratas.

El segundo elemento es el de la vida disponible, sin impedimentos ni obstáculos, siempre lista para producir. Vidas definidas por la posesión de ciertas habilidades y competencias que se ponen al servicio del mercado en forma de “perfiles profesionales”, para su utilización puntual y fragmentada. Definidas también por la posesión de productos, experiencias y rasgos personales que se ponen al servicio del mercado en forma de perfiles en redes sociales, para su utilización puntual y fragmentada (recordemos Tinder o Grindr como una realización extrema de esta idea). Los individuos buscan la mejora y el crecimiento constante de estos perfiles, convirtiéndose en sujetos reflexivos que están constantemente pensando en todos los aspectos de su vida para mejorarlos mediante sus decisiones personales. El sujeto neoliberal está en la búsqueda constante de la mejor versión de sí mismo.

El tercer elemento, la inmunidad, fue desarrollado por los autores de la Italian Theory, y concretamente por las tesis de Roberto Esposito. Este autor señala cómo en el neoliberalismo se produce un proceso de ruptura del munus comunitario, esto es, de la responsabilidad colectiva que vinculaba a unos individuos con otros en los elos de la unión y la solidaridad. La promesa neoliberal sería la promesa de una vida individual sin pesados compromisos con la comunidad, liberada de la responsabilidad hacia lo colectivo, sin ningún tipo de deuda con el grupo, que permite decidir sobre el propio destino. En esta promesa, los individuos deben “vivir próximos”, pero sin estar en contacto directo. Una inmunidad que promete una vida en la que el otro, en tanto que impredecible, queda fuera de los cálculos que uno decide para sí, evitando interrupciones y daños.

Así, el neoliberalismo promete una vida que se realiza a sí misma, independiente, libre, sin conflicto, abundante y deseable para el individuo. Pero en las mismas promesas del neoliberalismo se encuentran los elementos de su subversión.

La utopía neoliberal no es posible porque tiene a las vidas como materia prima, pero también una profunda ceguera hacia las mismas. Se pueden asimilar a los principios del mercado todas las propuestas ideológicas, pero no se puede sustraer a los individuos de los antagonismos más fundamentales, al igual que no se los puede sustraer de sus diferencias. Tampoco es posible fragmentar nuestro ser y separarlo del tiempo para ponerlo a disposición del mercado por partes. Mientras nuestro cuerpo no sea robótico o divisible, no podemos separarlo de los avatares más inevitables de la vida –la enfermedad, el envejecimiento, el cambio, la tristeza, el amor–. Tampoco es sostenible una vida perpetuamente erigida sobre la responsabilidad individual, en la que no se contacte con los demás: por más que se infecte el cuerpo social para inmunizarlo, mediante todo tipo de desastres económicos, sociales, laborales, medioambientales; o por más que se medicalice el cuerpo social bloqueando su sensibilidad, no se puede huir de los anhelos de comunidad de nuestra época, y de la búsqueda por parte de muchos de redefinir una base ética entre unos y otros.

Nuestros deseos siempre buscan un lugar, a veces en el pasado, en lo que fue, y otras en el futuro, en lo que está por venir. Y dado que estamos constituidos por la falta, y que por mucho que busquemos un lugar nunca estamos completos, el neoliberalismo nunca podrá producir su crimen perfecto. Siempre dejará un rastro que revele su impotencia.

Política
O goberno neoliberal da vida: un crime perfecto?

O último libro de Borxa Colmenero sintetiza gran parte do pensamento crítico sobre o termo 'neoliberalismo' e opta por unha lectura alternativa á empregada habitualmente: máis que unha ideoloxía mercantilista, é un goberno económico da vida.
O governo neoliberal da vida
Contracapa do libro de Borxa Colemenero, 'O governo neoliberal da vida'.

Ás veces para referirse a unha doutrina económica ou a unha etapa histórica, outras para designar de forma ampla a realidade social e económica na que vivimos, a palabra 'neoliberalismo' xa forma parte da linguaxe política do noso tempo. Pero, de que falamos cando falamos de neoliberalismo?

O último libro de Borxa Colmenero O governo neoliberal da vida (Axóuxere Editora, 2023) pode ser entendido como un intento de resposta a esta pregunta. A obra sintetiza gran parte do pensamento crítico sobre o termo e opta por unha lectura alternativa á empregada habitualmente: o neoliberalismo, máis que unha ideoloxía mercantilista ou unha doutrina económica, é un goberno económico da vida.

O neoliberalismo: a orixe

Desde os anos vinte do século pasado, ‘neoliberalismo’ empregouse para referirse a unha serie de escolas de pensamento socioeconómico, como a Escola neoclásica anglo-americana, a austríaca ou a de Friburgo. Aínda que plurais, mesmo discordantes nalgúns puntos, todas e cada unha destas escolas mantiñan en común a súa oposición á planificación socialista e democrática das economías.

Esta foi a ideoloxía económica que amparou o programa dos gobernos conservadores nos anos 80. A partir de entón, o termo neoliberalismo serviu para designar tamén un programa político e unha etapa histórica caracterizados por un marcado antisocialismo e pola deificación do mercado libre, reflectidos respectivamente nos ataques frontais ás organizacións da clase obreira e na proliferación de deslocalizacións e procesos de reconversión industrial. Esta fase histórica, que William Davies denominou como “neoliberalismo combativo” (1979-1989), debe comprenderse no contexto da confrontación contra o modelo socialista. Dous fitos marcan o seu inicio: a colaboración dos Chicago Boys con Pinochet tras o golpe de Estado a Salvador Allende en 1976 e o ascenso dos gobernos conservadores de Reagan e Thatcher nos oitenta.

O neoliberalismo non só produciu un conxunto de políticas públicas regresivas, senón que viu acompañado por estratexias de combate cultural e pola conformación dun discurso que aspiraba a formar unha serie de consensos sociais, unha nova cultura. Estaba a configurarse unha profunda transformación cultural e moral e, ao pouco tempo, xa non era a doutrina económica dos conservadores, senón o paradigma compartido por toda a sociedade.

Mentres que programas como Dallas transmitían a idea de que o éxito material e o acceso a bens de luxo eran sinónimos de liberdade e realización persoal, a industria cultural maioritaria demonizaba o “socialismo gris” representando a vida nos países socialistas como aburridas e mortificantes, en contraste coa vitalidade e a abundancia de recursos nas sociedades de consumo occidentais. Era a época de películas como Red Dawn, na que se glorifica a resistencia da mocidade estadounidense perante unha invasión ficticia da URSS, e da declaración, atribuída a Thatcher, de: “Se a partir dos trinta non usas coche, es un fracasado”. O neoliberalismo artellaba o anticomunismo e o ataque frontal contra o xardineiro estatal coa reivindicación da liberdade individual proporcionada polo mercado. Iso de que “non existe tal cousa como a sociedade, existen homes e mulleres individuais, e existen familias” xa non era unha opinión de Thatcher, senón o sentido común co que cada vez se rexían máis persoas.

O obxectivo foi conquistar as almas

Thatcher, planificadora consciente desta transformación cultural, dicía que “a economía é o medio, o obxectivo é cambiar os corazóns e as almas”. Nunha entrevista de 2002, preguntáronlle cal fora o seu maior éxito político. Respondeu sen dubidar: “Tony Blair e o novo laborismo”. Por fin o seu repetitivo slogan convertérase nunha realidade: “There is no alternative”.

Este novo neoliberalismo entendido como un consenso social profundo é o que Davies denomina como “fase normativa” (1989-2008). Dous fenómenos axudan a situar esta evolución, este cambio das almas: as transformacións acontecidas no seo dos Estados a as acontecidas nas relacións laborais.

En canto ás primeiras, refírense á adopción de mecanismos de mercado como criterios válidos para a toma de decisións políticas e a xestión de recursos públicos. Na fase neoliberal imprégnase aos estados co espírito empresarial: flexibilización de normas e procedementos, xestión por resultados, rendemento de contas, constitución de corpos de técnicos nos que recaen decisións políticas. Baixo a idea de que, unha vez máis, “non hai alternativa”, naturalízanse os valores do mercado como valores neutros e de “sentido común”. As lóxicas do mercado son as lóxicas naturais e, polo tanto, as produtoras de liberdade, mentres que as outras opcións ou alternativas son demonizadas como intervencionistas e hiperburocratizadas, polo tanto, autoritarias e castradoras.

O compoñente antiburocrático é unha das claves do éxito do discurso neoliberal. Colmenero sinala o paradóxico deste compoñente, pois o neoliberalismo non supón unha auténtica desregulación, senón que promove unha forma de vida no que os suxeitos se converten en burócratas de si: alugar unha vivenda, contratar un seguro de saúde, abrir unha conta bancaria, contratar telefonía ou internet son procesos que acontecen no ámbito do mercado, máis non deixan de supoñer ríxidos procedementos burocráticos impostos por entidades impersoais e pouco transparentes. Temos un exemplo dramático nos Estados Unidos, onde a privatización radical da sanidade defendida polos neoliberais produciu un ecosistema de empresas aseguradoras que converteron o acceso á cobertura sanitaria nun labirinto burocrático deliberadamente kafkiano, cuxos principios reitores —“Delay, Denay, Defend”— remataron fai apenas unhas semanas gravados nas tres balas que asasinaron ao CEO de United Healthcare.

En canto ao segundo fenómeno que nos axuda a situar esta “conquista das almas” da que falaba Thatcher, trataríase da fonda transformación do traballo acontecida nas últimas décadas. Colmenero apunta á desaparición do emprego fordista en prol dun tipo de relación laboral desprotexida, precaria e temporal na que xa non cabe trazar unha fronteira divisoria clara entre asalariados e desempregados, en tanto que ambos flutúan precariamente entre o emprego e o desemprego.

Pero o sumum do neoliberalismo non estaría só na transformación do traballo, senón no seu alargamento ad infinitum: as lóxicas do traballo e a produtividade impregnan todas as dimensións da vida. Para o Homo oeconomicus neoliberal as relacións sociais son oportunidades para o networking, a sua vida emocional pode ser constantemente “traballada” para alcanzar a súa “mellor versión”, as súas constantes vitais e actividades físicas son monitorizadas mediante sistemas de selftracking que xeran estadísticas de produtividade personalizadas, o seu ocio é susceptible de ser “mellor aproveitado”, e os seus talentos de ser transformados, ben en ingresos económicos ou ben en contidos para a súa marca persoal.

En definitiva, calquera porción de tempo é susceptible de ser investida en xerar unha produtividade, xa sexa económica, social ou erótica, xerando un eterno fío de actividades que son económicas pola súa lóxica interna. Comenta ao respecto Colmenero: “A responsabilidade reside por enteiro no propio suxeito, un individuo precario e imperfecto que debe ir completándose, construíndose a si mesmo, configurando a súa identidade, a súa seguridade e o seu modo de vida. O acceso ás condicións de vida dignas forman parte da súa responsabilidade”.

Aparece entón a culpa por actividades percibidas como non produtivas, como descansar —non facer nada—, ou por situacións percibidas como un fracaso persoal: o paro, as malas condicións de traballo ou o malestar psicolóxico. Como ten sinalado Byung Chul-Han, no réxime de autoexplotación neoliberal, as persoas tórnanse vítima e vitimario simultaneamente, transformando a súa indignación co sistema nunha fonda depresión consigo mesmas.

Nesta serie de mudanzas neoliberais do corpo social e político, as persoas normalizan unha ‘ética do risco’ na que a vida aparece como un xogo co imponderable, un xogo no que a resiliencia e procura de oportunidades encobren un panorama de incerteza e inseguridade. O neoliberalismo alíase así co “racismo do estado” do que falaba Foucault, coa defensa da raza produtiva e a aposta polo control das vidas que sobran nese esquema de cálculo e rendemento.

É como se o neoliberalismo levase até as últimas consecuencias as reflexións de Benjamin sobre como o capitalismo instala un culto (sans rêve et san merci) permanente e culpabilizador, pero cunha gran diferencia con respecto ás relixións tradicionais: neste culto non hai posibilidade de expiarse, nin ningún “día da semana” que non se caracterice pola tensión extrema do adorador. As formas de vida neoliberais, marcadas pola súa constante disposición a producir, inclusive cando non se “traballa”, reflicten a nosa tensión extrema de adoradores: cada vez proliferan máis cadros de depresión, ansiedade ou síndromes de Burnout; pero cada vez máis persoas demandan outro reparto social do tempo e cuestionan que o traballo asalariado sexa o elemento central das súas vidas —véxase a Gran Renuncia—.

O camiño cara o futuro do neoliberalismo

A crise de 2008 puxo en tea de xuízo a superioridade da razón económica neoliberal. Esta crise de lexitimidade viuse agravada por unha xestión fortemente moralizada, baseada na interiorización da responsabilidade no corpo social polos excesos cometidos no boom económico, nunha estratexia de responsabilización individual, especialmente gravosa no caso dos grupos sociais más desfavorecidos e tamén máis castigados pola crise, que “viviron por riba das súas posibilidades”. Cárgase ás vidas pauperizadas cunha débeda que deben pagar en forma de recortes, reducións de salarios e servizos públicos. É o que Davies bautiza como “neoliberalismo punitivo” (2008-actualidade), que mantendo as características do neoliberalismo normativo, tórnase nun modelo de gobernanza máis autoritario.

Pero dicía Foucault que “se o poder non tivese outra función senón reprimir, se el non operase mais que seguindo a forma de censura, de exclusión, dos obstáculos, da represión á maneira dun gran superego, se el non se exercese mais que dunha forma negativa, sería moi fráxil. Se el é forte, é debido a que produce efectos positivos ao nivel do desexo —isto comeza a saberse— e tamén ao nivel do saber. O poder, lonxe de impedir o saber e o desexo, prodúceos”. Foucault transmite a idea de que para que o poder sexa realmente efectivo, precisa de producir unha racionalidade, un novo sentido común que o subalterno aplique “voluntariamente”, precisa conectar co desexo do subalterno, mostrarse como apetecible. Entón, por que triunfou o neoliberalismo como forma de poder e como cultura? Cal é esa promesa neoliberal que pode ser desexábel para o individuo?

Esta utopía neoliberal poderíase sintetizar con tres elementos dos que fala Colmenero no seu libro: a post-política, a dispoñibilidade total da vida e a inmunidade.

O primeiro elemento, a post-política, xera unha vida “pública” sen antagonismos, isto é: un debate público onde se disolve o conflito entre adversarios políticos, onde se produce unha simbiose entre a xestión privada e a xestión pública. Trátase da promesa de abordar os conflitos e antagonismos sociais como se de asuntos técnicos se tratasen, sempre susceptibles de ser resoltos dende un suposto “sentido común” ou “científico” —coincidente cos criterios do mercado— por parte dun equipo de tecnócratas.

O segundo elemento, é o da vida dispoñíbel, sen impedimentos nin obstáculos, sempre pronta para producir. Vidas definidas pola posesión de certas habilidades e competencias que se poñen ao servizo do mercado en forma de “perfís profesionais”, para a súa utilización puntual e fragmentada. Definidas tamén pola posesión de produtos, experiencias e trazos persoais que se poñen ao servizo do mercado en forma de perfís en redes sociais, para a súa utilización puntual e fragmentada —recordemos as apps de citas como Tinder ou Grindr como un paroxismo realizado desta idea—. Os individuos procuran a mellora e o crecemento constante destes perfís, converténdose en suxeitos reflexivos que están constantemente pensando en tódolos aspectos da súa vida co fin de melloralos mediante as súas decisións persoais. O suxeito neoliberal está na procura constante da mellor versión de si mesmo.

O terceiro elemento, a inmunidade, foi desenvolvido polos autores da Italian Theory, e concretamente polas teses de Roberto Espósito. Este autor sinala como no neoliberalismo se sucede un proceso de quebra do munus comunitario, isto é, da responsabilidade colectiva que vinculaba a uns e outros individuos nos elos da unión e a solidariedade. A promesa neoliberal sería a promesa dunha vida individual sen pesados compromisos coa comunidade, liberada da responsabilidade para co colectivo, sen ningún tipo de débeda co grupo, que permite a decisión sobre o destino dun mesmo. Nesta promesa os individuos deben “vivir próximos”, pero sen estar en contacto directo. Unha inmunidade que promete unha vida na que o outro, en tanto que impredicible, queda fóra dos cálculos que un mesmo decide para si, evitando interrupcións e danos.

Así, o neoliberalismo promete unha vida que se realiza a si mesma, independente, libre, sen conflito, abundante e desexable para o individuo. Pero nas mesmas promesas do neoliberalismo atópanse os elementos da súa subversión.

A utopía neoliberal non é posible porque ten ás vidas como materia prima, pero tamén unha profunda cegueira coas mesmas. Pódense asimilar aos principios do mercado todas as propostas ideolóxicas, pero non se pode substraer aos individuos dos antagonismos máis fundamentais, ao igual que non se os pode susbtraer ás súas diferenzas. Tampouco é posible fragmentar o noso ser e separalo do tempo, para poñelo á dispoñibilidade do mercado por partes. Mentres o noso corpo non sexa robótico ou divisible, non podemos separalo dos avatares máis inevitables da vida —a enfermidade, o envellecemento, o cambio, a tristeza, o amor—. Tampouco é sostible unha vida perpetuamente erixida sobre a responsabilidade individual, na que non se contacte cos outros: por máis que se infeccione o corpo social para inmunizalo, mediante todo tipo de desastres económicos, sociais, laborais, medioambientais; ou por máis que se medicalice o corpo social bloqueando a súa sensibilidade, non se pode fuxir dos anhelos de comunidade da nosa época, e da procura por parte de moitos por redefinir unha base ética entre uns e outros.

Os nosos desexos sempre procuran un lugar, as veces no pasado, no que foi, e outras no futuro, no que está por vir. E dado que estamos constituídos pola falta, e que por moito que procuremos un lugar nunca estamos completos, o neoliberalismo nunca poderá producir o seu crime perfecto. Sempre deixará o rastro que desvele a súa impotencia.

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Polo de agora, tres persoas responsables da granxa de Begonte centran as investigacións da Garda Civil. As 82 persoas explotadas vivían nun hotel de Ordes (A Coruña) que non tiña sequera licencia de hostalaría.
Siria
Kurdistán Entre las bombas turcas y las negociaciones con el Gobierno: Rojava ante la construcción de la nueva Siria
La Administración Autónoma del Norte y Este de Siria presiona al nuevo Gobierno para crear un Estado que respete los derechos de las mujeres, descentralizado, tolerante y multiétnico.
Literatura
Letras Galegas Da Sección Feminina do franquismo ao Cancioneiro Popular Galego: o pobo é quen canta e baila
As cantareiras protagonizarán o Día das Letras Galegas de 2025. Beatriz Busto e Richi Casás fálannos delas, de Dorothé Schubarth, do Cancioneiro Popular Galego e da dificultade de acceder aos arquivos sonoros que conservan as súas voces.