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Elecciones
El decisivo voto de clase en las elecciones del 28 de abril
Los resultados del último barómetro del CIS devuelven la pertinencia a una vieja pregunta: ¿ha vuelto el voto de clase a ser un factor en el sistema político español?
El 38,5% de encuestados de clase media alta y clase alta en el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) cree que un partido hizo más esfuerzos por centrar la campaña en los asuntos que más les interesan. Se trata de Podemos, un partido que no se identifica y que, de hecho, centró sus argumentos de campaña en criticar a los más poderosos de la escala social. Los discursos de Pablo Iglesias y Podemos no calaron tanto como entre las clases altas en ninguna de las otras categorías con las que el CIS segmenta a la población.
Podemos es el partido que menos representa los intereses de las viejas clases medias —solo un 16,3% de ese grupo cree que lo hace—, un hecho menos preocupante para la dirección morada que el que solo el 23,3% de los obreros no cualificados —el grupo con menos ingresos— considere que Podemos es el partido que mejor ha representado sus intereses en la pasada campaña.
Los buenos números que el partido de Pablo Iglesias ha mostrado en la encuesta postelectoral del CIS —realizada a primeros de mayo, antes de las elecciones del día 26— avalan la campaña llevada a cabo por el partido pero señalan, antes que nada, la distancia que le separa del PSOE entre las clases sociales y las categorías socioeconómicas más humildes, categorías en las que, pese a la alarma generada antes de las elecciones, no cala Vox.
El voto de los segmentos sociales proletarios se volcó el pasado 28 de abril con los partidos de “izquierda”, pero la diferencia entre el PSOE y Podemos es más que significativa: según el CIS, Unidas Podemos fue el segundo partido preferido por las clases medias y altas, el tercero —tras el PSOE y el PP— entre obreros y obreras cualificadas, el tercero —tras PSOE y Ciudadanos— entre no cualificadas y viejas clases medias, el quinto —también después de Vox— entre las viejas clases medias. El PSOE fue el más votado en todas las categorías, pero cimentó su ventaja con el voto proletario, de no cualificados, grupo del que obtuvo el 42% del voto: 36 puntos más que el PP. En el voto de las viejas clases medias, los socialistas solo aventajaron al partido alfa de la derecha en seis puntos porcentuales.
Transmisión del voto de clase
Al margen de las polémicas sobre los métodos utilizados, y de la crítica de los partidos que salen peor parados, los resultados del CIS devuelven la pertinencia a una vieja pregunta: ¿ha vuelto el voto de clase a ser un factor en el sistema político español? El debate lleva servido muchos años en la academia, y las conclusiones, aunque los diagnósticos difieran, indican que sigue existiendo una identificación de clase que determina los resultados electorales en mayor medida que la dimensión “económica” o racional del voto. Al menos, señala Javier G. Polavieja en las conclusiones de su estudio ¿Qué es el voto de clase? Los mecanismos del voto de clase en España, “toda interpretación que ignore la dimensión ideológica e identitaria del fenómeno está llamada a ser una interpretación incompleta”.
Factores como la transmisión intergeneracional de la ideología y las percepciones de intereses económicos de clase concretos —por las que un partido es el mejor capacitado para defender esos intereses— siguen teniendo un peso específico frente a la tendencia “atrapalotodo” de partidos que buscan representar a la “ciudadanía” o el “sentido común”. O, al menos, lo han tenido en las últimas citas electorales desde 2015.
El estudio de Polavieja, del año 2001, resalta que una tipología de motivaciones de voto “sugiere que el voto identitario es significativamente más frecuente entre votantes del PSOE y trabajadores manuales cualificados y el voto basado en la performance de los partidos entre los votantes del PP y los profesionales de la clase de servicio”.
Aunque el abanico se haya abierto y el bipartidismo imperfecto de los años 2000 se haya transformado en un pluripartidismo asimétrico en el curso de una década, se mantienen dos grandes mantras que conviene analizar: los partidos identificados con la izquierda buscan un voto identitario en mayor medida que los partidos del espectro derecho, que persigue motivar mediante mecanismos económicos “subjetivamente racionales”.
Esa es, al menos, la teoría. La tendencia, no obstante, muestra el prolongado declive de ese voto de clase “fuerte”.
El sociólogo César Rendueles asegura que “desde la Transición” ha existido una escasa relación entre voto y clase social, “en el sentido de que la pertenencia a un grupo social no permite predecir el sentido del voto”. El nivel de ingresos tampoco es un factor concluyente a la hora de asignar simpatías o adhesiones a un partido, ya que el nivel de encuestados en el CIS que prefieren no responder a la pregunta sobre sus rentas imposibilita hacer un análisis riguroso: el 30% de los trabajadores no cualificados no contesta cuando le preguntan sobre sus ingresos. Entre las viejas clases medias, hasta el 45,2% evita responder.
Un voto reconocible, pero declinante
“En realidad, existe un voto claro de clase, reconocible y claramente distribuido en las áreas metropolitanas y en las regiones de tradición industrial”, indica el sociólogo e historiador Emmanuel Rodríguez. “Este se ha distribuido tradicionalmente hacia la izquierda con mayoría del PSOE y en segundo lugar del PCE-IU, con escasa presencia de la extrema izquierda. Desde los años 90, sin embargo, se observa una lenta erosión de este patrón, al tiempo que se completa la desindustrialización, la instalación de ETT, el nuevo proletariado de servicios, una inmigración desprovista de derechos”.
Para el también sociólogo Jorge Sola, mientras en el resto de Europa la base electoral de la socialdemocracia ha perdido apoyos de la clase trabajadora y ganado de la clase media, en el Sur de Europa esa relación se ha mantenido más o menos estable. Sola, no obstante, ha escrito sobre uno de los mecanismos fundamentales para entender la especificidad española: que el proceso de desplazamiento en la búsqueda de votantes no se ha producido a partir de la “demonización de la clase obrera” tanto como desde su invisibilización.
Aun así, Rendueles cree que, en los últimos años, la pertenencia generacional es la variable más importante para entender el sentido del voto: “Los jóvenes están votando más a partidos emergentes, los mayores a partidos consolidados. Y eso tiene que ver con una fractura material importante y muy real. Por explicarlo con un ejemplo, uno de los colectivos que menos ha sufrido el impacto de la crisis son los mayores de 65 sin personas a su cargo. En cambio, uno de cada tres menores está en riesgo de pobreza”.
Otro factor que hay que ponderar es el voto en clave de género: al PSOE (y a ERC) le votan más mujeres que hombres, al PP le vota prácticamente la misma proporción de mujeres que de hombres, mientras que a los tres partidos emergentes les votan más hombres que mujeres. También hay que destacar que en las pasadas elecciones se abstuvieron más hombres que mujeres.
Se trata de explorar en la realidad laboral con ganas de bucear en un sistema más complejo que el que idealiza un solo sujeto obrero —normalmente varón, blanco y ligado a la industria— y de reconocer el sujeto emergente del “precariado” y su composición mestiza. Pero también, apunta Rendueles, de “encontrar mecanismos para dirigirnos a algunos colectivos muy relevantes, como los autónomos, por ejemplo”. A través de esa búsqueda de otros nichos y nuevas alianzas —con pequeños empresarios, profesionales liberales o taxistas— se puede comenzar a explicar por qué un partido como Unidas Podemos encuentra más simpatías entre los escalones más altos de las categorías sociales y pierde pie respecto al PSOE en el voto consolidado de las clases proletarias.
La categorización que desarrolla el CIS dista mucho de plantear el mapa complejo del mercado laboral existente. Ese pequeño empresariado identificado con las clases medias también ha sufrido las consecuencias de la crisis y, dado el modelo de acceso a la propiedad y de inserción en el ciclo de crédito inmobiliario, se adscribe a un grupo pese a que a menudo participan de la misma precariedad que las capas no cualificadas o de obreros cualificados. “Es absurdo que los autónomos se sientan mejor representados por la derecha”, abunda Rendueles, “pero lo cierto es que no tenemos un proyecto para ellos. Y otro tanto pasa con un vector que podría ser crucial para construir un gran bloque social emancipatorio, a mi juicio, como son las políticas familiares. Rivera puede aparecer en la tele diciendo esa chorrada de que va a ser el presidente de las familias porque sabe que nadie desde la izquierda le va a responder con un proyecto alternativo. Y eso, en un país tan familista como España, es un error catastrófico. Son solo dos elementos de un panorama muy complejo, pero da idea del cambio de perspectiva que creo que necesitamos”.
El irresistible encanto de las clases medias
Tejer alianzas con otros sectores económicos ha sido un objetivo definido por Unidas Podemos desde sus inicios, aunque los resultados electorales no fueron suficientes para desbancar al PSOE en 2015 y 2016, debido, en gran parte, a la fuerte presencia socialista en el voto de más de 65 años y en los sectores no cualificados. “Unidos Podemos tuvo en su mejor momento implantaciones sociales interesantes: estaba bien situado —primera fuerza— entre las profesionales jóvenes, los más desclasados y también entre los trabajadores/obreros cualificados, los más sindicalizados”, resalta Emmanuel Rodríguez. Podemos mostraba, en su opinión, “un patrón de alianza social posible entre desclasados de la clase media y los últimos restos de la clase obrera”, aunque, recalca, “no tenía implantación fuerte entre segmentos descualificados y semicualificados, que votaban masivamente al PSOE y se iban a la abstención”.
Jorge Sola cree interesante ver “qué apoyos han conquistado las fuerzas a la izquierda de la socialdemocracia, en el caso de España, la nueva política de Podemos y aliados”. Para este sociólogo, cabe observar cómo “su bastión ha sido lo que Oesch llama los ‘profesionales socioculturales’: profesores, creativos, periodistas, profesionales sanitarios o trabajadores sociales”.
Al igual que sucedió con Izquierda Unida, un partido que tenía mucha más facilidad para atraer profesionales liberales y clases medias-altas que a los sectores descualificados identificados con el “felipismo”, Podemos corre el riesgo de no alcanzar nunca a las clase subalternas en la medida en que el PSOE lo consiguió a partir de 1982.
Pese a lo sugerente de presentar una alianza entre obreros e intelectuales como la que se dio en los años de clandestinidad del PCE, se corre el riesgo de nuevo de caer en la invisibilización de los intereses de las clases populares, especialmente por la potencia política —pero también despolitizadora— de la clase media.
Rendueles señala como una de las posibles razones de esa disociación entre clase y opción electoral a “la ausencia de espacios de socialización política amplios y la decadencia de los que existían”. En la misma línea, Rodríguez fija como objetivo a corto plazo un proyecto no electoral “sino mucho más sindical y de organización inmediata en los territorios del nuevo proletariado de servicios mestizo, complejo y no exento de expresiones culturales interesantes”.
Las clases medias, mientras, han ocupado el discurso y la atención mediática, hasta invisibilizar a las clases trabajadoras, la clase obrera o las clases populares. Como señala Emmanuel Rodríguez, aunque hay un voto de clase, “lo que no hay es una presencia mediática de ningún discurso ni siquiera electoral que señale realidades de clase: todos somos clase media”.
Sola matiza que hay diferencias en los discursos: “Si uno observa las retóricas explícitas de los partidos hay quien apela explícitamente, y exclusivamente, a ‘la clase media’ —como el PP y, con variaciones como ‘la clase media trabajadora’, Ciudadanos— y hay quien también apela a las ‘clases trabajadoras’ y/o ‘populares’, diría que el PSOE y, con más énfasis, Podemos, por más que también haga referencia a los autónomos y los pequeños empresarios”.
Pero, apunta este investigador, “más allá de esas interpelaciones explícitas, todos buscan el voto de ‘clase media’... porque representa en torno al 40% de la población, depende de cómo la definamos, más o menos”.
Junto a esas clases medias, si hay una categoría predominante en España es la de los parados. Por más que el paro sea una estación coyuntural, un 35% del “precariado” formado por los trabajadores no cualificados establece como su principal preocupación personal el paro, seguido por los “problemas de índole económica”, las pensiones y la baja calidad del empleo.
El pasado 28A, y siempre según el CIS, el 25,5% de los votantes de Unidas Podemos señalaban el paro como su principal preocupación personal frente al 17,1% de los de Ciudadanos, el partido con menor peso en este campo entre los cinco de dimensión estatal. Sin embargo, en el diagnóstico de los “principales problemas de España”, el 47,5% de los votantes de morados y naranjas coinciden en señalar el paro como el problema número uno. De lo que se extrae una conclusión: el paro afecta personalmente más al votante de izquierdas, pero los discursos económicos y mediáticos sobre el paro y la desigualdad afectan a todos los partidos por igual, diluyendo el componente de clase en el camino entre la experiencia material y la percepción mediatizada de esa realidad.
El 28 de abril, el PSOE fue la primera fuerza en 11 de las 15 ciudades con la renta media más baja del país, mientras que solo superó el 20% del voto en dos de las 20 localidades más ricas. Por su parte, Unidas Podemos obtuvo un 13,8% en Rocafort, en su mejor resultado en las localidades con la renta más alta y superó el 13% en siete de las 15 ciudades con menor renta.
El voto de clase existe —como se ha empeñado en demostrar la academia en las últimas décadas— pero los mecanismos para mostrar la realidad de clase, las diferencias entre unas clases y otras, y el posible antagonismo que las separa, andan averiados desde hace tiempo.
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Suso De Toro
@SusodeToro1
Tras el informe y la petición de la comisión de la ONU sobre los presos políticos catalanes: para mí lo terrible es que tantas personas españolas no comprendiesen ni se solidarizasen con esos demócratas presos. Que prefiriesen alinearse con la política de este estado."
Suso De Toro
@SusodeToro1
Si Podemos fuese una tragedia se parecería a Macbeth. Si fuese comedia al tren de los hermanos Marx. Pero debe de ser una empresa familiar que jugó con la inversión en ilusión de miles de personas."
Defensa a ultranza de la cúpula burguesa al frente de Podriamos si no fuéramos unos pijos madrileños.