Un regalo para Kushbu, el cómic que cruza fronteras

Un regalo para Kushbu. Historias que cruzan fronteras es un regalo para quien se adentra en esta novela gráfica que retrata el periplo de nueve vecinos de Barcelona que llegaron desde Senegal, Nigeria, Colombia, Níger, Afganistán, Marruecos, India, Uzbekistán y Nepal.

Una página del cómic 'Un regalo para Kushbu'
Una página del cómic 'Un regalo para Kushbu'.
7 ene 2018 07:00

Un regalo para Kushbu. Historias que cruzan fronteras es, en realidad, un regalo para quien se adentra en esta novela gráfica que, a través de un cómic creado por diez dibujantes y un guionista, retrata el periplo de nueve vecinos de Barcelona que llegaron desde Senegal, Nigeria, Colombia, Níger, Afganistán, Marruecos, India, Uzbekistán y Nepal.

Conocer a Soly, Deborah, Camilo, Bubakar, Farida, Ilyas, Raju, Dilora, Bastan y Kushbu ayuda a empatizar con quienes buscan refugio en nuestras ciudades y barrios, después de huir de situaciones de escasez, guerra o persecución, y al llegar a Europa han visto sus derechos vulnerados por leyes de extranjería discriminatorias y excluyentes.

Desde El Salto hablamos con algunos de los protagonistas de esta obra coeditada por el Ayuntamiento de Barcelona y Ediciones Astiberri, y que ha sido impulsada por la Fundación Mescladís y Al-linquindoi, con el apoyo de Barcelona Ciutat Refugi.

La doble batalla de Camilo: inmigrante y trans

Camilo nació en Colombia como “un hombre atrapado en un cuerpo de mujer”. Así es como le gusta definirse. Creció recibiendo insultos y sin poder utilizar una palabra que lo definiera. “Simplemente era ‘raro’, pero ya encontré la definición. Soy trans”, confiesa orgulloso al otro lado del teléfono.

Las viñetas dibujadas por Sonia Pulido relatan, desde la absoluta sinceridad, su transición de identidad de género, a la vez que su experiencia como persona migrante y un recorrido vital marcado por historias de amor que desafían cualquier prejuicio.


“Llevo 26 años como indocumentado en Europa”, revela. De su país natal la vida le llevó hasta Holanda, donde vivió 13 años. Después pasó por Madrid, Almería, Valencia y Barcelona, donde vive en la actualidad sin papeles y como empleado de hogar cobrando 450 euros al mes. Pero en la ciudad catalana su vida también ha dado algunos giros importantes: desde hace un año, en sus documentos de identidad colombianos, Camilo es su nombre oficial. Además, cada vez se siente más identificado con su cuerpo desde que, el pasado mes de junio, se sometiera a una mastectomía.

Desde entonces, asegura sentirse “plenamente feliz”. Aun así, su lucha no ha terminado y en ocasiones sufre la doble discriminación por ser inmigrante y transexual. “Sin papeles cuesta más conseguir trabajo, o cuando estaba en un momento físicamente ambiguo encontrar habitación para alquilar era algo imposible”, pone como ejemplo.

Su empeño ahora radica en “facilitar el camino para las personas trans más jóvenes”, y para ello, entre otras cosas, participa como activista en la Asociación Catalana por la Integración de Homosexuales, Bisexuales y Transexuales Inmigrantes (ACATHI). “No nos mostramos como víctimas, simplemente queremos visibilizar que los derechos de las personas trans también son derechos humanos y que tenemos el mismo derecho a ser diferentes”. Este mensaje es el que quiere transmitir con su participación en la novela gráfica.

Cuatro años atrapado en el Monte del Renegado en Ceuta

Raju salió de India hacia Europa con la intención de poder sacar adelante a su familia. Lo intentó en dos ocasiones, todas ellas bajo el control de las mafias. “Salí de casa en 2005 y en 2007 llegué hasta Ceuta, después de pasar por Etiopía, Burkina Faso, Mali, Argelia y Marruecos”, cuenta con un acento andaluz que ganó en la ciudad autónoma, donde vivió durante cuatro años en el Monte del Renegado junto con otros 70 compatriotas, después de haber huido del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) por miedo a ser deportados. Allí se organizaron y levantaron chabolas de plástico, palos y cartones para resistir al frío y a las enfermedades, o como el propio Raju resume, “había que sobrevivir y luchar”.


Su caso y el del resto de compañeros saltó a la opinión pública en 2009 gracias al apoyo de algunos colectivos sociales. Pero solo consiguieron abandonar Ceuta cuando accedieron regresar al CETI y de ahí fueron trasladados al CIE de Algeciras, donde permanecieron 58 días, de los 60 establecidos como límite. Hoy es activista por el cierre de estos centros y por los derechos de las personas migrantes y espera que, con su relato, “la gente comprenda que migramos para buscarnos la vida, no para robar”.

Farida, en el exilio por defender los derechos de las mujeres afganas

Farida habla con un tono tan dulce como cálido y, pese a su trágica experiencia, no evita las risas en la conversación. Esta joven nació en Afganistán “justo cuando empezó la guerra”, tuvo que huir de su país en varias ocasiones. La primera de ellas lo hizo acompañada de su familia para refugiarse en Pakistán. La segunda fue hace un año y medio, cuando llegó a Barcelona huyendo de las amenazas del régimen talibán por ser activista defensora de los derechos de las mujeres.


Aunque la separan miles de kilómetros de su hogar, su batalla continúa. “Siempre pienso que Afganistán me necesita más que ningún otro país. Sigo trabajando de forma online con mi asociación, organizamos talleres y formación sobre los derechos de las mujeres, damos a conocer sus derechos”, explica. Pero reconoce que es una difícil tarea porque “hay muchas mujeres que han crecido pensando que los hombres tienen todo el poder sobre las ellas”, y romper con esa estructura “es muy difícil”, lamenta.

Farida se siente afortunada de haber crecido en las antípodas de ese credo. “Antes, en Afganistán, las cosas eran diferentes. Mis padres estudiaron, mi madre estudió con otros hombres, podía vestir como quisiera y tenían una vida y mentalidad más abierta. Luego cambió todo, pero la mentalidad de mis padres no cambió. Por eso, cuando yo era pequeña, aunque fuera hubiera guerra, dentro de casa tenía todos los derechos”, explica agradeciendo los valores inculcados por sus padres, especialmente por su madre.

Esta joven va adaptándose a su nueva ciudad, con el deseo de regresar algún día a Afganistán, aunque tiene claro que no lo hará “si el precio de volver es la propia vida”. Y explica: “Aquí la gente piensa que si eres refugiado no tienes educación, o que vienes por temas económicos, o que todos los problemas del mundo vienen de tu cultura y educación, pero espero que puedan entender que salimos porque están jugando con nuestras vidas”.  

Mescladís, cocinando oportunidades

La Fundación Mescladís es el germen de este mosaico de historias migrantes que refleja el libro. Se trata de un proyecto que cuenta con más de una década de recorrido, basado en una fórmula que no es ni secreta ni mágica, sino real y colectiva, y que busca ofrecer oportunidades laborales a migrantes en situación irregular.

Por un lado, está la terraza del Espai Mescladís, ubicada en el corazón del barrio del Born. En este restaurante a cielo abierto y con una original y reivindicativa decoración, además de ingredientes locales y de temporada, se cocinan oportunidades, lucha e inclusión. Se cocina futuro. Soly, Kushbu o Illyas, algunos de los protagonistas de la novela, lo saben bien.

Mescladís también incluye otros programas como "Cuinant oportunitats" ("cocinando oportunidades", en catalán), que ofrece formaciones de camareros, ayudantes de cocina, etc., para facilitar la inserción sociolaboral a personas con dificultades para conseguir opciones de futuro. En los últimos diez años, la media de contratos conseguidos por los alumnos es del 30%.

Por otro lado, la coherencia en la sostenibilidad también está servida. En el plano económico, el 5% de los ingresos del año pasado derivaron de subvenciones, el 10% de prestación de servicios sociales y el 85% de la propia actividad económica. Este modelo aporta independencia y facilita trabajar con el colectivo en situación irregular.

También son marca de la casa los talleres de cocina interculturales de cocina abiertos al público, donde se comparten experiencias y recetas de diferentes puntos del mundo.

Del mismo modo, y en la línea de desarrollo comunitario que caracteriza a Mescladís, ponen en marcha otros proyectos como "Diálogos invisibles" , un trabajo fotográfico y artístico en el que se empapelaron 120 persianas de comercios con imágenes tomadas por el fotógrafo Joan Tomas, donde se plasman diálogos entre personas unidas “para sacar de la exclusión al migrante irregular”. Una experiencia que se ha transformado en el libro Un Regalo para Kushbu. Historias que cruzan fronteras.

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