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Independencia de Catalunya
¿Es aún posible un ‘nosotros’ no identitario?
Se requisan urnas y se resuelven disputas políticas a porrazos ¿represión lo llamáis? ¡Qué antiguos! Nosotros preferimos hablar de defender la legalidad y garantizar el orden democrático.
La sensación es la siguiente: desconcierto. Leer y escribir, y leer y leer, e intentar escribir e intuir que da igual, que nada alcanza: impotencia. Alberti la describió muy bien en su poema Nocturno: “Manifiestos, artículos, comentarios, discursos, humaredas perdidas, neblinas estampadas. ¡Qué dolor de papeles que ha de barrer el viento, qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!”.
No reproduzco aquí los primeros versos porque podrían ser carne de Ley Mordaza. Los escuché por primera vez en los 90, cantados por Paco Ibáñez. Ponía la cinta, llegaba esa canción, y lloraba. Su voz sonaba a dolor, a exilio, a dos Españas. A una etapa disfuncional de nuestra historia, feliz y herméticamente cerrada meses antes de que yo naciera —qué suerte la mía— o al menos eso era lo que me contaban los libros de texto del instituto. Eran los años 90, y como yo, el régimen del 78 estaba en pleno pavo. Llenaba sus televisores de mamachichos y otras mujeres luciendo tetas. Hacía cosas vistosas para suscitar la admiración de los demás: Expos, Olimpiadas. Sufría crisis acotadas, ritos de pasaje de los que forman la personalidad. Vendía lo que quedaba del Estado porque era lo que se llevaba para ser moderno y dinámico y pertenecer al club de los más guays del instituto. Éramos emergentes, europeos, molones. Fueron años de pueril cortoplacismo. Una adolescencia, que como las contemporáneas, se alargó más de la cuenta.
Se requisan urnas y se resuelven disputas políticas a porrazos ¿represión lo llamáis? ¡Qué antiguos! Nosotros preferimos hablar de defender la legalidad y garantizar el orden democráticoY llegó la crisis, las crisis. En consonancia con los ciclos vitales actuales, el régimen del 78 saltó de la adolescencia directamente a la vejez. Tanto olía a vetusto el Estado, que cada vez era más difícil ignorarlo. Os equivocáis, nos decían, nos siguen diciendo, vivimos en un saludable marco de convivencia, en una España plural y democrática. Muy lejos del NO-DO, nuestros telediarios públicos tienen una estética moderna y colorida. Se requisan urnas y se resuelven disputas políticas a porrazos ¿represión lo llamáis? ¡Qué antiguos! Nosotros preferimos hablar de defender la legalidad y garantizar el orden democrático.
Tomo por ejemplo dos imágenes que, en blanco y negro, podrían haber ilustrado los capítulos franquistas de mis libros de historia del instituto. Una es del 27 de mayo del 2011, la otra del 1 de octubre de este año. En la primera varios Mossos arrastran a la gente fuera de plaza Cataluña. En la segunda, policías nacionales se emplean a fondo contra personas que defienden con sus cuerpos el acceso a un colegio. Parto del supuesto de que disparar con balas de goma a inmigrantes que pelean por su vida en las aguas del Estrecho, aporrear a okupas veinteañeros, o enchironar a raperos de incendiarios textos no es menos grave en términos democráticos que pegar a abuelas o encarcelar a cargos electos.
Quizás el problema es que los modos franquistas que se habían diluido en los años 90 —porque no eran sexies— venden bien en esta democracia como envejecida, en esta Europa también vetusta y autoritaria
Pero aunque todas estas situaciones transpiren autoritarismo, las dos últimas son simbólicamente mucho más costosas: una ley que debe protegerse a hostias contra cientos de personas desarmadas, un orden que necesita para perpetuarse de órdenes de busca y captura internacionales para políticos díscolos, no pueden ser una ley y orden que alcancen.
Quizás el problema es que los modos franquistas que se habían diluido en los años 90 —porque no eran sexies para los amigotes europeos, porque no encajaban con nuestra modernísima modernidad— venden bien en esta democracia como envejecida, en esta Europa también vetusta y autoritaria, obtienen un rédito que supera al costo. Porque total, quienes sentimos indignación moral ante esas imágenes ya nos cansaremos, ya claudicaremos ante el shock, ya quedaremos mareadas en esta dialéctica de la velocidad, ya nos distraeremos pensando en cómo vamos a llegar a fin de mes. Ya nos enzarzaremos entre nosotras. Si es necesario usan la cárcel, e ilegalizan partidos, recursos no les faltan.
“Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste, lo desgraciado y muerto que tiene una garganta cuando desde el abismo de su idioma quisiera gritar lo que no puede por imposible, y calla”. En 2012 volví mucho al poema de Alberti en la voz de Paco Ibáñez. Vivía en Buenos Aires, en un cierto exilio —hacer la vida de la gente económicamente inviable hasta el punto que deban irse es otra forma de exilio, también muy en boga durante el franquismo—.
El PP acababa de ganar las elecciones generales por mayoría absoluta, el 20N (glups) de 2011, sí, ese año en el que todo iba a cambiar. Volvieron al Gobierno y se aplicaron concienzudamente al cambio, a peor. Ya no sé ni lo que pasó, porque pasó de todo: los recortes en todos los servicios sociales, privatizaciones, ley de sanidad, ley Wert, la ocurrencia aquella del aborto de Gallardón, la ley Mordaza, Fátima Báñez y la Virgen del Rocío combatiendo el desempleo. Una tormenta imparable, doctrina del shock de manual, vamos teniendo cada vez más conceptos para explicar lo que nos hacen, pero eso no consigue mellar su eficacia. Entender todo, para nada. Allá en la indignación solitaria del migrante era difícil creer que sirvieran las palabras. No fui la única. A veces ante situaciones determinadas hay mucha gente que siente cosas parecidas. Es en ese sentipensar común, en esa indignación moral, sobre el que se tejen “nosotros” capaces de convertirse en mareas, de llenar las calles, de mostrarle al poder sus vergüenzas, de ir más allá de las palabras.
Seguramente pequé de ingenua o simplista, quizás de cosas peores, pero no puedo evitarlo. Busco desesperadamente un “nosotros” donde quepan las identidades pero que no sea solo identitarioEl 1 de octubre, en Cataluña, había un “nosotros” movilizado, decidido a ir más allá de las palabras, a mostrarle al poder sus vergüenzas. Y a mí me parece admirable. Me siento convocada a sumarme, comparto la indignación moral. Claro que el Gobierno no escuchó la voluntad de una parte significativa de la sociedad catalana de poder votar sobre su continuidad en el Estado. Claro que desde los tiempos del estatut fallido, la humilló, la ninguneó y siguió a lo suyo. Lo mismo que hizo con las gentes de la PAH, con las mareas, con quienes luchaban por la sanidad pública, contra los recortes, contra la ley mordaza. Cuando no puede seguir ignorando las demandas, reprime, legisla contra la protesta, multa, encarcela. En fin, despliega autoritarismo a punta pala. En todo el Estado. Puedes verlo como una España que ataca y oprime a Cataluña. O apreciar los bandazos represores de un régimen envejecido dispuesto a llevarse todo por delante para sobrevivir.
Seguramente pequé de ingenua o simplista, quizás de cosas peores, pero no puedo evitarlo. Busco desesperadamente un “nosotros” donde quepan las identidades pero que no sea solo identitario, pues éste no es solo un conflicto identitario aunque el despliegue de banderas, de grandilocuentes proclamas, y futboleros cánticos nos quiera llevar a ese terreno: esa panda autoritaria y corrupta a la que nos enfrentamos pone su españolismo en la retaguardia a conveniencia, y hace no tanto, hasta hablaba catalán en la intimidad si lo consideraba necesario.
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El único nosotros útil es un nosotros de barrio y de planeta, infinitamente respetuoso de las decisiones de cada persona y cada colectivo que se tomen de abajo a arriba. Algunas serán para salvaguardar identidades porque la identidad decidida pacífica y democráticamente es una dimensión más de la persona y del colectivo, como derecho propio junto a, y no por encima ni por debajo, de sus otras necesidades.