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Literatura
Obra literaria reconocida en un premio de prestigio busca quien la publique
¿Y si ganar un premio literario o quedar finalista ya no es garantía de publicar? Desde la pandemia en adelante, aunque no es un fenómeno que arrancase con ella, más autores, o sobre todo autoras, comparten que se les quedan en un cajón obras que habían sido seleccionadas por convocatorias de prestigio, como el mismísimo Nadal, porque nadie se molesta ni siquiera en leerlas. Un panorama literario, además, esquizofrénico, en el que hay autores que (mal)viven de ganar premios desconocidos de ayuntamientos o diputaciones, pero con una mínima dotación económica, y otros que reciben prestigio literario por estar en los círculos adecuados de Madrid o Barcelona para, simplemente, ser leídos.
Además, es difícil intentar siquiera acercarse a una cifra exacta de la cantidad de premios literarios existentes en España, ya que cada año se crean nuevas convocatorias y otras desaparecen. Para mayor inri, existen premios literarios a nivel nacional, regional y local, en diferentes géneros y para autores de diferentes edades y niveles de experiencia. Lo más significativo es que, a la hora de elaborar este reportaje, personas que incluso lo comentaban en sus redes sociales de manera pública han declinado participar, o al menos hacerlo con su nombre o caso concreto, por entender que no se trata de ninguna novedad —algo en lo que han insistido quienes sí aparecen— y que, además, darle demasiada importancia puede perjudicar a la obra, premiada y sin publicar, que siguen intentando mover.
“Solo hubo un caso, de una editorial pequeña, que al saber que había sido finalista me pidieron ellos mismos que les enviase el manuscrito y lo hice, pero ha pasado un año y no sé nada”, comenta la escritora Almudena López Molina, finalista del Premio Nadal en 2022
Almudena López Molina es uno de los casos que sí ha querido hablar con nombre y apellidos. En 2022 fue una de las cinco finalistas del Premio Nadal con su novela Cómo encender un fuego. Lo ganó Las formas del querer de Inés Martín Rodrigo, y de los otros cuatro solo ha acabado publicado, de momento, El teatro en medio del océano, de Francisco Juan Quevedo. No se muestra ni extrañada ni decepcionada al respecto, más bien asume que es el funcionamiento editorial. “He movido el manuscrito con ese aval, pero solo dos agentes han accedido a leerlo. Con las editoriales no ha cambiado nada respecto al camino habitual que he tenido con otros textos, tanto novela como poesía. Solo hubo un caso, de una editorial pequeña, que al saber que había sido finalista me pidieron ellos mismos que les enviase el manuscrito y lo hice, pero ha pasado un año y no sé nada”, comenta López Molina. “No es nada raro, ni mejor ni peor. A lo mejor cuando empiezas piensas que un premio así, aunque no lo ganes, te va a facilitar las cosas, pero luego aprendes que no”, añade la escritora, quien entiende que es algo que tiene que ver “con las dinámicas del mercado”.
El hecho de ser finalista de un premio de prestigio no significa que una obra vaya a ser más comercial, ni le va a dar un plus a esa editorial. Son empresas que quieren rentabilizar una inversión y que puede no interesarles un determinado perfil. López Molina asegura que le “consta” que todas las editoriales, grandes o pequeñas, “están saturadas de manuscritos”. Y apunta una pequeña ironía: “Todo lo que he publicado ha sido siempre a través de ganar premios más pequeños”.
El Premio Nadal, que otorga desde 1944 ediciones Destino (adquirida y convertida en un sello propio por Grupo Planeta en 1988), es el galardón que combina mayor visibilidad y prestigio literario (aunque no cuantía económica) de España, frente al siempre polémico Planeta. Presume de lanzar carreras como las de Carmen Laforet, su primera ganadora por Nada, o Miguel Delibes.
“A uno de los autores que acabé representando ya le habían advertido, en una agencia, que nadie edita a un finalista del Planeta”, dice la agente literaria Eva Fraile
Eva Fraile, conocida en redes como La Reina Lectora, es agente literaria y asesora editorial. En su caso ha llevado las obras de tres finalistas del Premio Planeta, el mejor pagado y más mediático de España. Finalistas, aclara, no del segundo premio (que en este caso sí que se publica por la propia editorial), sino de la terna de 10 que pasan el filtro. Eran dos hombres y una mujer. “Me ha cambiado la perspectiva, pues pensé que el galardón de finalistas les daría visibilidad y credenciales como para que las editoriales se los rifaran. Nada más lejos. De hecho, a uno de los autores que acabé representando ya le habían advertido, en una agencia, que nadie edita a un finalista del Planeta”, comenta Fraile. En su opinión, “el segundo puesto no le interesa a nadie. Y, en este caso, al ser un segundo o tercer puesto de una marca tan específica y de un grupo tan específico, se espera que quienes más interesados puedan estar sean los de este grupo. Fuera de él, quizás no valoran los mismos criterios ni buscan los mismos temas. Lo que para Planeta puede ser un finalista, para otras editoriales no es publicable”.
“Los premios lo que nos tienen saturados es a nosotros, los del mundillo. La gente directamente no se los cree”, afirma Fraile. Aunque reconoce que se siguen presentando, “así que es todo una gran contradicción”. En su experiencia, “los premios siguen dando prestigio si los ganas. Si eres finalista, el prestigio te lo tienes que montar tú, pero también pueden ayudarte. Ahora bien, estamos saturados y con la mosca detrás de la oreja”.
Premios para el mercado y premios para que vivan los autores
Otra de las finalistas de ese Nadal 2022 que sigue sin publicar su novela, El pasado invisible, es Carolina Redondo, que se muestra igual de familiarizada con el proceso que sus colegas: “Claro, si de mil manuscritos solo han quedado cinco y uno es el tuyo, aunque no ganes, esperas que sirva de aval. Pero es que luego el mercado funciona de otra manera. Esta misma novela también fue preseleccionada entre las finalistas del Premio del Ateneo de Sevilla, junto a otras, más de diez. Aunque no es tan conocido como el Nadal, con los dos ‘avales’ la he seguido moviendo, pero es que las editoriales tienen un proceso lento y seguramente están hasta arriba”.
“Con mi primera novela, ‘El sueño de Newton’, en 2017, me dijeron que me hiciese Facebook o era como si naciese muerta”, recuerda Carolina Redondo
Así, Redondo asume que “ni agencias ni editoriales tienen tiempo y un finalista no te destaca tanto entre todo lo que reciban. Nadie está obligado a leérselo y no tiene por qué encajar en el mercado. Pero desde tu ignorancia, te parece que ese reconocimiento que has tenido podría ayudar”. Para este reportaje la encontramos casi por casualidad, dado que no tiene redes sociales, y cuando se lo comentamos nos deja esta reflexión: “Con mi primera novela, El sueño de Newton, en 2017, me dijeron que me hiciese Facebook o era como si naciese muerta. No hizo mucha diferencia, así que sigo con formas con las que estoy más cómoda”.
Antonio Sancho es escritor, lector de manuscritos y autor de varias novelas y relatos premiados. Ha ganado premios pequeños y sido finalista de otros, como el Ignotus, de ciencia ficción, con La puerta de Pandora (2018), o el Premio Tristana, de novela fantástica, con La culpa es de Adán (2021). Como la mayoría de autores, no vive de lo que escribe y salta de beca en beca, siendo preseleccionado para las de la Fundación Antonio Gala o recibiendo la de Creación Literaria que concede el Ministerio de Cultura, en 2021. “En mi experiencia, el mundo de los concursos y el de las editoriales van por separado, y lo que tienes premiado no es lo que tienes publicado. Son mundos con objetivos diferentes. Los concursos pequeños los organizan ayuntamientos, universidades y otras instituciones. Ofrecen premio en metálico o una publicación no comercial para hacer promoción de algún evento”, comenta. Por eso, “la mayoría de los premios que hay no son prestigiosos. Conozco casos de gente que vive de ganar premios de concursos de pueblo, pero eso no da prestigio ni de cara a editoriales ni al público lector”.
Su opinión es que la creación literaria está tan precarizada que, de alguna manera, provoca esa saturación: “Si ves la lista de personas de la ayuda del Ministerio el año que me la concedieron a mí, tienes a gente desconocida, como yo mismo, pero también nombres consagrados, que necesitan esa subvención para poder dedicarle tiempo a su última obra”.
Con quién te tomas las cervezas
Como anunciamos, para este reportaje nos hemos encontrado con personas que no querían aparecer dando su nombre, aunque admitían que realmente no hay nada extraño ni que ocultar en el proceso editorial del que estamos hablando. Una joven editora que trabaja para un sello de una gran editorial señala uno de los tabúes de cualquier mundillo laboral, creativo o no: el amiguismo. Aunque lo desdramatiza: “A veces los amigos van a valer más que el manuscrito, pero no por enchufe, sino por pasar el filtro entre todo lo que llega para que te lean”.
“He llegado a la conclusión de que es más fácil entrar en el circuito comercial que en el literario”, añade, tras aclarar que ha trabajado con y para ambos. “En el comercial, el criterio está más o menos claro y las puertas están abiertas a los textos o los y las autores que lo cumplan. Además, una gran editorial o un sello importante tiene a más de una persona cribando los textos que llegan, buscando unos objetivos profesionales claros”. En el literario “se supone que no hay barreras como el nombre o los seguidores en redes, pero al final, como también tienen que cribar, puede depender mucho de con quién te tomas las cervezas o, en algún caso muy extremo, con quién te drogas. No es ninguna conspiración, es que si no te conocen, no te van a leer porque no les da tiempo. Si escribes poco comercial pero no estás en los eventos o en algún grupo personal, es una tierra de nadie que hace muy difícil que te publiquen. Y si sales en una editorial independiente de verdad, que no forme parte de esos círculos del prestigio, no saldrás en las listas de recomendaciones de los suplementos que te permitiría acceder a una cosa u otra”.
“En los premios, sean grandes o pequeños, las editoriales buscan una novela ganadora, y una vez la tienen, ya cuentan con una programación de tantos libros al año. Los finalistas no suelen tener hueco”, explica la editora Eva Mariscal
Eva Mariscal, editora y asesora editorial, entiende que “tiene sentido” ese dislate de criterios entre premios y publicación. Insiste en la idea que se repite en este reportaje: la saturación. “En los premios, sean grandes o pequeños, las editoriales buscan una novela ganadora, y una vez la tienen, ya cuentan con una programación de tantos libros al año. Los finalistas no suelen tener hueco”.
Coincide con su colega anónima en que esa saturación “es peor cuanto más pequeña es la editorial. Lo que marca la diferencia entre una editorial pequeña y otra es la elección personal, una especie de marca”. Así que también entiende que es “más fácil” publicar en un grupo con mayor proyección “por estar más cerca de lo comercial”. El literario “es como cualquier otro sector, está claro que si conoces a alguien va a ser más fácil entrar. Pero si tu obra no encaja con lo que están buscando, pues ya está, te quedas fuera. Es cierto que si tienes una red de contactos, pues es más fácil llegar a puerto, pero no es una garantía”.