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Migración
Saberes migrantes para curar una ciudad rota
La cita es a las 18 en el Reina Sofia. Contará con la presencia de la filósofa Marina Garcés y la activista vecinal, Pepa Torres. Y tendrá forma de picnic: un lugar de encuentro en el que socializar el resultado de un proyecto por el que ha pasado medio centenar de personas, vecinas de aquí y de allá que han pensado juntas qué le falta a la ciudad de Madrid para ser un territorio más habitable, qué remedios necesitaría para ir sanando de sus brechas y hostilidades.
La iniciativa Un Botiquín para la ciudad, consta de “talleres donde estamos recogiendo apaños y ungüentos para curar la ciudad de Madrid, porque entendemos que la ciudad de Madrid está muy rota, tiene muchas heridas abiertas. Son amuletos y recursos en especial para la gente que viene de afuera, gente migrante, que no es tomada en consideración”. Susana Moliner, de Grigri Projets, resume en estas palabras como de andar por casa, en qué consiste la apuesta.
El botiquín “es una forma de generar unos mínimos, unos básicos para poder hacer habitable la ciudad, y esos básicos se traducen en unos mapas en los que hemos marcado los sitios que duelen en la ciudad, los sitios que curan”
Un camino en el que han ido de la mano de SERCADE, espacio de acogida de personas migrantes, que viven en la extraña situación de atravesar el encuentro con la ciudad, sus límites y exclusiones, desde pleno Paseo del Arte, en una zona que expulsa vecinos y llama a grandes inversores y miles de turistas. Pero también se han aliado con las instituciones de arte vecinas, como el Fablab de Medialab Prado, el Reina Sofía y el museo Thyssen, espacios muchas veces ajenos e incluso hostiles a las personas migrantes, percibidos como espacios de exclusión, y que, a través del proyecto, se busca permear, abrir huecos para entrar y apropiárselos como vecinos.
Pero qué invento extraño es esto del botiquín, “es una forma de generar unos mínimos, unos básicos para poder hacer habitable la ciudad, y esos básicos se traducen en unos mapas en los que hemos marcado los sitios que duelen en la ciudad, los sitios que curan, hemos recogido frases amuleto para poder animar a la gente que llega de que tiene que seguir adelante”, una simbología propia que acuda al rescate ante las derivas que la ciudad propicia. Mapas, banderas, cánticos, creados desde la vivencia de la urbe.
Adam es una de las personas que, junto a otras personas migrantes, sobre todo subsaharianas, y otras vecinas de la zona, ha participado de este espacio de reflexión. No es la primera vez que se sienta con otras y otros para compartir saberes y explorar la idea de hospitalidad, o debatir sobre la construcción de futuros compartidos. Proveniente de Chad, tras casi tres años en la ciudad, cuenta cómo una de las experiencias más ricas en el marco de estas conversaciones ha sido poder escuchar a artistas y pensadores africanos: “se invitaron artistas de África, de Marruecos, Niger, Burkina Faso, Mozambique, un poco de todos lados. Personas provenientes de realidades muy diversas”.
En esta ocasión lo que se persigue es “ver donde está herida la ciudad”, cuenta Adam “pensar en otras formas de cuidarla a través del encuentro, de pensar juntos. El botiquín es para curar dónde está dañada, cuidarla por ejemplo de la contaminación, pero también de la falta de confianza hacia las otras personas”. Una confianza que para este joven se construye a través del encuentro, de compartir en el barrio.
“Lo importante no es de dónde vienes sino dónde estás”
Pero los espacios de encuentro faltan, también el tiempo para estar con otros. “Creo que no es un problema de las personas migrantes, que la falta de estos espacios es un problema para toda la ciudad. La falta de confianza, de posibilidades de encuentro, afecta también a la gente de aquí. En Chad la gente te acoge, te presenta a su familia. “Esta es tu casa”, te dice. Se confía muy rápido, hay otra forma de hospitalidad”.
La hospitalidad entendida como algo más que dar de comer, de ser buen samaritano, algo necesario, comenta Moliner, pero limitado, “creemos que el encuentro y el poder ser vecinas y el poder generar esta conversación no con la persona migrante o racializada, sino con Omar, Mohamed, Jannick o Adama, con historias y caminos concretos, hace que nuestra forma de vivir la ciudad se amplifique, que se transforme y genere cambios también en nuestra manera de vernos”.
“Creo que no es un problema de las personas migrantes, que la falta de estos espacios compartidos es un problema para toda la ciudad. La falta de confianza, de posibilidades de encuentro, afecta también a la gente de aquí”
Se trata de politizar la hospitalidad, “no solamente abrimos la puerta, sino que una vez entra la persona ponemos en común cómo gobernamos, a qué damos importancia, generamos esa conversación, un diálogo que pone en crisis muchas cosas”, crisis que para Moliner es necesaria “en este momento en el que estamos en una situación de impasse, bloqueados”.
Para las personas que han participado en esta reflexión “lo importante son las ganas de estar juntas y de poder reencantar esta ciudad que está tan rota. Este botiquín se queda como algo físico y concreto que pueda luego servir para generar dinámicas para pensar sobre la acogida y sobre cómo poder dar lugar a cualquiera que viene a la ciudad. Festejar el hecho de estar juntas desde la diversidad e independientemente del origen de cada cual, porque lo importante no es de dónde vienea, sino dónde estás”, concluye Moliner.