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La mirada rosa
Volver a mirar
Cada vez somos más personas las que pensamos que esta salida del armario de la intolerancia a la que nos enfrentamos puede sernos realmente útil. Con esta columna incorporamos como colaborador fijo a Ramón Martínez, experto en literatura española y diversidad sexual, investigador LGTBIQ+ y activista LGTB.
Seguimos librando una batalla en defensa de los Derechos Humanos, pero no todo el mundo parece comprenderlo. Los éxitos del pasado, aunque limitados, provocan hoy el habitual “ya está todo conseguido, ¿qué más queréis?”, y nuestro movimiento social, que antaño parecía imparable en su progreso, se mueve a la deriva, si es que no quedó varado para siempre en las cómodas playas del Matrimonio Igualitario.
Hoy puede parecer que nuestro principal problema son esas propuestas extravagantes como el ‘pin parental’ que acaban ocupando todas las conversaciones. Nacen promovidas por una extrema derecha que sabe imponer su agenda,alcanzan notoriedad gracias a la torpeza —o connivencia— de esos conversadores y pseudoliberales que siempre acaban haciéndole el juego al extremismo, con mayor o menor disimulo, mientras una y otra vez fingen apoyar las ideas que luego traicionan; y nos entretienen durante días -semanas ya- con debates tan peregrinos como estériles.
Es alarmante que nos hayamos convertido en un movimiento reactivo que se mueve mejor encarando una amenaza que proponiendo sus propias iniciativas
Pero no nos engañemos: hemos de desvelarnos también por nuestras propias flaquezas como movimiento social. Porque sucede que hoy no solo es preocupante la desmovilización de quienes antes nos apoyaban sin reparos, de todas aquellas personas que, por falta de información o falta de sensibilidad, piensan ahora que realmente no nos queda nada por conseguir y caen fácilmente en esas sutiles trampas de la intolerancia que nos tacha de radicales, intolerantes, fascistas de izquierdas...
También, y sobre todo, es alarmante que nos hayamos convertido en un movimiento reactivo, que se mueve mejor encarando una amenaza clara, aunque puntual y, a la postre, estéril, que proponiendo sus propias iniciativas, su particular visión de cómo ha de ser el mundo que tratamos de construir. ¿Cuándo hemos dejado que nuestros adversarios vuelvan a afianzar el marco de comprensión de la realidad que tanto hemos luchado por erradicar? ¿Hemos pasado demasiado tiempo disfrutando de nuestros éxitos, tanto como para olvidar nuestra responsabilidad hacia el futuro?
LGTBIAQ+
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Somos nosotras, aquellas a quien se pretende infructuosamente empujar hacia los armarios, las que tomamos la palabra para explicar que este pin del odio nos afecta, y no solo a nosotras: también a las familias no tradicionales y al alumnado LGTBIQ+. Queremos alzar la voz y pulsar la alarma acerca de los efectos que sobre nuestra existencia y sobre la propia infancia conlleva esta iniciativa del pin parental en el contexto educativo que bloquea vidas, cuestiona identidades y alienta violencias.
No obstante, cada vez somos más personas las que pensamos que este rebrote o, mejor, salida del armario de la intolerancia a la que nos enfrentamos, a pesar de resultarnos especialmente enojosa, puede sernos realmente útil. Hay quien cree que el nuevo discurso extremista que cuestiona nuestros avances puede servir para volver a tender puentes dentro de un movimiento desnortado, cada vez más dividido, cada vez más confuso y confundido. Pero hay también quienes pensamos que esta situación puede ofrecer un provecho mucho mayor para nuestros intereses.
Unámonos, claro está, pero unámonos con un objetivo que vaya más allá de ofrecer una respuesta concreta a un problema determinado, a una amenaza particular. Más allá de proponer un pacto educativo que parece más una reacción a ese desafío del ‘pin’ que una de nuestras demandas más antiguas. Si hemos de unirnos, que nuestra unión sirva para llevar a cabo un verdadero renacimiento de nuestro ideario, ya tan perdido; que permita la reconstrucción de un activismo que parece haberse olvidado de pensar a lo grande, de manera global, para cambiarlo todo y para garantizar los derechos de todos.
Que este nuevo tiempo que podemos comenzar nos enseñe otra vez a mirar con las gafas rosas que nos indican dónde está la intolerancia, dónde está la homofobia.
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Vivimos en un país donde los homosexuales nos podemos casar, adoptar y no nos lapidan por eso. Dejemos atrás el victimismo y no pretendamos vivir en una perpetua burbuja protectora. Esta en la naturaleza humana el ridiculizar a las minorías (es un hecho guste o no). A pesar de pertenecer a una minoria siendo gay me rio de los pelirojos con mi pareja, el mundo es así. Y como gay asumo que exista en algún sector cierta mofa, yo también a la que puedo me mofo de los demás.
No te esfuerces, viven del victimismo. Imagina que lo dejan, qué hacen mañana? Un abrazo
A una parte de nuestro colectivo es cierto que parece que su razón de vivir es sentirse víctima y si se lo quitas le dejas vacio. Yo vivo ser homosexual con normalidad y no veo necesidad de vivir amargado, suerte de vivir en este pais.