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Música
Contra las dinámicas del ocio nocturno: los espacios culturales autogestionados se reivindican en su pulso a la pandemia
Las salas de conciertos, bares y otros espacios de ocio y espectáculos recuperan la normalidad a un ritmo cada vez más incesante una vez que la situación de la pandemia parece que deja cada vez más hueco a eso que un día conocimos como ‘nueva normalidad’. Mientras que en diferentes ciudades del Estado se van sucediendo conciertos ya sin limitación de aforo y que permiten que el público permanezca de pie y siguiendo una serie de medidas, hay otro panorama, otras dinámicas y otro ritmo en centros autogestionados que tratan de seguir organizando otro tipo de eventos dirigidos a un público quizá más minoritario.
Lugares como La Residencia en Valencia, que ha reabierto hace tan solo unas semanas, o El Arrebato en Zaragoza que ya plantea volver a recuperar sus programaciones culturales después de meses, asisten con un ánimo renovado a este nuevo panorama. Otros, como el CSA Las Vegas en Málaga o el Liceo Mutante en Pontevedra, han mantenido la actividad durante estos meses de pandemia, adaptándose a las medidas que, semana tras semana, dictaban los Boletines Oficiales de cada comunidad autónoma.
Entre estos centros autogestionados puede haber diferencias pero, sin duda, hay muchas más cosas en común, entre las que quizá destaque una por encima de todas: un deseo y una actitud para hacer las cosas de forma diferente en el ámbito cultural. Durante años se ha repetido el mantra de que “otra escena es posible”, en la que se dé lugar otro tipo de espacios culturales, alejados de las dinámicas mainstream del ocio y tiempo libre. Y ahora, después del reto que ha supuesto la pandemia, vuelve a ponerse de relieve la necesidad de que sigan sobreviviendo estos lugares en los que el punk, hardcore, metal, rock o pop se reúnen cada semana. Porque de eso se trata: de sobrevivir.
Una vuelta a la normalidad a diferente ritmo y con dificultades
A un lado, salas, bares y discotecas que han regresado al 100% de su aforo y en las que muchas veces no se siguen las medidas sanitarias, a pesar del empeño de estas en que sea así. Al otro lado, la necesidad de seguir tomando medidas sanitarias, además de muchas otras que ya se seguían porque se ha convertido en un factor que sirve para asegurar la supervivencia de los espacios autogestionados: cualquier comportamiento fuera de ello puede suponer un serio peligro. El Liceo Mutante de Pontevedra atraviesa ahora uno de sus momentos más delicados, tras anunciar un cese de actividad temporal, “impuesto por la administración”, en un contexto de especulación urbanística en el barrio en el que desarrollan su actividad. La lucha por la subsistencia de este templo pontevedrés de la música alternativa depende ahora de otros factores, pero durante estos meses también ha dependido de que las actividades que programaran pudieran salir adelante, ya que es la única forma de que estos lugares permanezcan con vida. Otros espacios, como La Residencia en Valencia, han podido seguir adelante gracias al apoyo económico de la gente que les rodea.
En Madrid, desde el Centro Social Autogestionado La Ferroviaria también comparten esa sensación sobre las dificultades a las que siguen enfrentándose: “Somos conscientes de la campaña orquestada desde la administración para acabar con el movimiento autogestionado y por ello llevamos todavía más a rajatabla el tema de aforos y horarios, ya que podría ser una vía por donde atacar y deslegitimar sin piedad estos centros”, explica Manuel, miembro del Colectivo La Locomotora de Arganzuela, que participa en el centro.
“La dinámica ha sido, durante muchos meses, estar pendientes del Boletín Oficial de la Junta de Andalucía, para ver cómo iba la incidencia y poder apañar algo, semana tras semana”, cuenta Jose, del colectivo Sopa Jervía, en Málaga
“La dinámica ha sido, durante muchos meses, estar pendientes del Boletín Oficial de la Junta de Andalucía, para ver cómo iba la incidencia y poder apañar algo, semana tras semana”, cuenta Jose, del colectivo Sopa Jervía, que gestiona el Centro Social Autogestionado Las Vegas, en Málaga. Como ellos, muchos otros colectivos siguen pendientes de la situación y cuidan que en cada evento se sigan las medidas de aforo y horarios, así como el uso de mascarillas.
Desde el Liceo Mutante sostienen que este tipo de espacios culturales “suponen propuestas que no son comprendidas a nivel político ni por determinados niveles sociales”, lo cual les relega a estar pendientes de cuestiones que, muchas veces, pueden suponer más dificultades en su día a día: “Estamos siempre un poco en el alambre”, explica Berto, miembro del colectivo.
Para estos centros autogestionados, ahora que se afronta un nuevo escenario, “el objetivo principal sigue siendo subsistir”, como cuentan desde Sopa Jervía, colectivo formado por una docena de jóvenes de Málaga, todos ellos miembros de bandas de punk, hardcore y metal de la ciudad andaluza. Desde 2018 gestionan el CSA Las Vegas bajo un régimen de alquiler, una modalidad que también se extiende a muchos otros centros sociales autogestionados a lo largo y ancho del Estado.
Otras dinámicas culturales y de ocio
“No somos profesionales, no cobramos nada, no necesitamos sustento ni rendir cuentas… A la hora de programar, como no podemos ofrecer nada, recibimos propuestas, valoramos y vemos si se saca adelante, pero prácticamente no tenemos recursos para ello”, explica Berto, del Liceo Mutante. En muchas salas de conciertos quizá nos podremos encontrar a bandas que han estado en los escenarios de espacios como el Liceo, aunque tal y como señalan, este tipo de lugares “están fuera de la lógica común”. “No somos una sala de conciertos, tenemos otros valores y otras intenciones. Hay una cuestión social, muy de fondo y muy intocable, que es ese ocio ligado al consumo… y es muy difícil salirse de esa dinámica”, subrayan.
Entre esas intenciones están fomentar la existencia de una escena diferente, alejada del mercantilismo y de la publicidad, que cuente también con bandas con un público más minoritario y, sobre todo, que forman parte de un contexto político con unos valores y una filosofía que también está alejada de propósitos más liberales.
En esta línea se mantienen también desde el CSA Las Vegas: “La propia existencia de nuestro centro social rechaza el proceder de la gran mayoría de salas de conciertos que hay. Por ejemplo, en nuestro caso, las entradas para conciertos son lo más populares posibles y se dedican exclusivamente a cubrir gastos, como el alquiler o pagar a las bandas. Nosotros no nos llevamos nada de esa entrada de cada evento”.
“Nos interesa ponerle voz y oreja a la cultura más ignorada desde las instituciones y circuitos comerciales y demostrar que otro modelo cultural sí es posible”, afirman desde El Arrebato, en Zaragoza
Ese manifiesto de ‘no ser una sala de conciertos’ lo mantiene también la Asociación Vecinal El Arrebato, de Zaragoza: “No nos podemos considerar como una sala de música al uso, ya que el trabajo que se hace en este espacio es totalmente desinteresado y sin ánimo de lucro. Amamos lo que hacemos y no queremos nada a cambio. Nos interesa ponerle voz y oreja a la cultura más ignorada desde las instituciones y circuitos comerciales y demostrar que otro modelo cultural sí es posible”, explican desde el portal de esta asociación que, desde 1994, gestiona este espacio alternativo en la capital aragonesa.
Aunque puede que haya algunas características en común, sobre todo a la hora de la programación, la pandemia y el regreso a la nueva normalidad han remarcado las diferencias: mientras que en bares, pubs o discotecas se multiplican patrocinadores y marcas, los centros autogestionados, muchas veces relegados a las afueras de los núcleos urbanos, a las periferias, siguen necesitando del apoyo de la gente, de su comunidad y de los vínculos más cercanos, para poder seguir adelante. Porque, insisten, no se trata de un negocio, sino de una alternativa a los negocios culturales, de ocio y espectáculos que inundan las ciudades.
“La brecha ha existido siempre. Con el covid hemos podido reducir un poquito, pero la hostelería y ocio en cuanto puedan tomarán la ventaja. No podemos competir, la gente viene a nuestro espacio porque quiere, nos conoce. No podemos ni queremos jugar esa liga”, sostiene Jose, del colectivo Sopa Jervía.
Del do it yourself al do it together: la importancia de lo colectivo
Más allá de conciertos, eventos y otras actividades, están los valores que comparten este tipo de centros, que demuestran que pueden seguirse otras dinámicas en la vida cultural de las ciudades y de los barrios, que tengan en cuenta a la gente por encima de unos intereses económicos: “Nuestro planteamiento no distingue entre ocio y vida, porque consideramos que lugares como el Liceo Mutante forman parte de nuestra vida, y lo que hacemos aquí no es algo a lo que dedicamos simplemente nuestros ratos libres para desahogarnos del trabajo. Va dentro de nuestra filosofía. Se trata de mantener unos valores”. Así lo consideran desde el Liceo pontevedrés, donde la autogestión da paso a “poder crear otro tipo de cosas y así conseguir otra forma de vivir de una forma colectiva”, explica Álex, miembro del colectivo.
Ese do it yourself, que tanto se ha repetido en la escena punk y underground, continúa evolucionando hacia el do it together (hacerlo juntos) que pone en el centro la necesidad de unir vínculos afectivos, ideas y reflexiones, además de gustos e inclinaciones musicales. La pandemia ha traído consigo nuevas reflexiones y un escenario nunca antes visto. Estos espacios han seguido la norma de “adaptarse o morir” sin perder de vista lo que les trajo hasta aquí: el deseo de cambio de la escena musical, ser una alternativa a los locales de ocio y espectáculos culturales y seguir reivindicando unos valores, también representados en las bandas que acuden a ellos.
“Hay bandas que vienen a tocar por aquí y que organizan su gira alrededor de la fecha que damos”, aseguran desde el Liceo Mutante de Pontevedra
“Hay bandas que vienen a tocar por aquí y que organizan su gira alrededor de la fecha que damos en el Liceo. A nivel económico —que es el motor en torno al que giran determinados proyectos—, no podemos aportar ninguna garantía. En cambio, la gente sigue queriendo venir, muchas veces renunciando a otras cosas”, explican desde el Liceo, algo que corroboran desde el CSA Las Vegas: “El hecho de que un grupo quiera tocar en sitios como el nuestro ya es un acto bastante político”. Son grupos que se han movido por estos entornos, junto a otras bandas antifascistas, feministas, queer, o que tienen un discurso fuerte a favor de la no discriminación.
Al fin y al cabo, de eso se trata: de ser también una alternativa social y política: “Las bandas saben dónde vienen a tocar, políticamente hablando. No les tratamos como un beneficio. Somos un grupo de amigos”, sostiene Jose.
En definitiva, colectivos, bandas y espacios culturales que desde un principio han optado por la vía de la autogestión afrontan esta nueva normalidad a un ritmo pausado pero constante, donde se vuelve a poner de relieve la necesidad del apoyo mútuo, de la música como un motor de cambio que también es importante y de seguir aportando, día a día, a una escena alternativa o, como muchas veces se llama —debates aparte—, underground para seguir resistiendo desde los márgenes a las dinámicas sociales, políticas, culturales y, sobre todo, económicas, que siguen planteándose en nuestro día a día.