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Música
Trinchera postpunk: de Vivien Goldman a Lizzy Mercier Descloux
Ahora que la editorial Contra publica el imprescindible ensayo musical La venganza de las punks, donde la periodista y música ocasional Vivien Goldman relata sus vivencias en la era dorada del postpunk, no está de más recordar su influencia y la de otras voces que, a lomos de la metodología Do It Yourself (Hazlo tú misma), lideraron una generación de mujeres que dejaron en evidencia los resortes patriarcales de la industria pop.
Una de las figuras con las que Goldman compartió vivencias en aquellos años 70 fue Lizzy Mercier Descloux: adolescente parisina que, al igual que la mayoría de artistas provenientes del postpunk, concebía la música desde una mirada multidisciplinar. En su caso, la poesía y la pintura, de las cuales se sirvió a la hora de enfocar la abstracción eléctrica de sus devaneos no wave en el proyecto Rosa Yemen y también en sus discos en solitario como Press Colour (1979). Al igual que el de la ilustradora mancuniana Linder Sterling, su trabajo gráfico estaba conectado directamente a sus impulsos creativos musicales.
En el caso de esta última, la abstracción cubista punk de sus trabajos visuales fue el flujo de inspiración que materializó la onírica aura avant-garde que flota en trabajos como Danger Came Smiling (1982), fruto de su trayectoria en Ludus. Pruebas como esta fueron la avanzadilla para los primeras incursiones de peso en terreno musical de Björk al frente de Kukl; seguramente, una de las muestras más representativas del legado arty que figuras como Sterling insuflaron en materia jazz y punk.
Música
Björk, gurú antártica
Forjadora de algunos de los eslabones más imaginativos de la cadena pop de estas tres últimas décadas, el eco de las filigranas realizadas por Björk sigue siendo un caudal de inspiración mega cromático para cada nueva mutación generacional.
Como toda mentalidad postpunk que se precie en aquellos tiempos, la ley del cambio constante era el modus operandi que empujaba a mentes inquietas como Sterling y Descloux. Cada paso discográfico era una reacción con respecto al anterior, lo cual definió una de las constantes postpunk: borrar las huellas del pasado reciente en cada nuevo movimiento artístico. Como el día en que Linder Sterling destrozó con un bisturí todos sus dibujos porque ya no estaban en sintonía con sus nuevas motivaciones creativas en aquel momento.
Las mayores dificultades para progresar dentro de una industria machista obligaban a grupos integrados por mujeres como The Raincoats, The Slits, Au Pairs o Delta 5 a hacerse notar con giros de guión absolutamente imprevisibles.
Quizá el caso más elocuente de todos estos casos sea The Raincoats, que en menos de dos años pasaron del art-punk de su debut homónimo, en 1979, al oscuro minimalismo afro de Odyshape (1981).
Esta misma progresión impredecible fue la que impulsó la metamorfosis creativa de Descloux, cuya travesía transcurrió con paradas en los haikus noise de Rosa Yemen, el funk visceral de Mambo Nassau (1981) o el híbrido entre pop francés y folclore surafricano de Zulu Rock (1984).
El poso dejado por Descloux casi siempre se asocia a su temporada neoyorquina, junto a su amiga Patti Smith. Enfoque tremendamente corto para un ser que, entre otras tantas cosas, prendió descripciones como la que Vivien Goldman escribe sobre “Rosa Vertov” en La venganza de las punks: “Su ‘Rosa Vertov’, primitiva y dadaísta en su absurdidad, es una reflexión retorcida de la teoría ‘armolódica’ sobre la igualdad del sonido del innovador músico de jazz Ornette Coleman. Te alcanza como una de esas drogas que te lavan el cerebro a gran velocidad; te proyecta a la transcendencia durante un instante y luego te deja caer de vuelta a la ‘realidad’, desconcertada pero exultante. Como una chamana presa de pasiones extrañas, Lizzy Mercier Descloux balbucea conjuros incomprensibles salpicados de alusiones paranoides al crimen, periodistas y la policía... Como iluminada por una luz estroboscópica, Mercier sortea la carrera de obstáculos rítmica durante el poco más de minuto y medio que dura el tema. Es el sonido de la explosión nuclear de una artista que deja caer la bomba sobre su identidad musical”.
La propia Vivien Goldman fue catalizadora de una generación que estaba cuestionando el reduccionismo a través del que eran contempladas las mujeres dentro del circo pop en aquellos años 70.
“Vivien estaba en primera línea en un momento crucial para la música, la cultura y la política”, dijo la periodista Evelyn McDonnell para The Quietus en julio de 2018, “y debido a que es un alma tan abierta y cariñosa, abrazó las variedades musicales que se filtraban en Londres y París, y eventualmente en Nueva York: punk, reggae, afrobeat, disco. Ella es la fiesta reggae punk sobre la que cantó Bob Marley. También era una mujer rara en un mundo muy masculino, como el jamaicano, y eso era importante, ya que era una aliada crucial y defensora de los importantes actos impulsados por las chicas de la época, desde Slits hasta The Raincoats, Judy Mowatt, Pretenders y X-Ray Spex. Es una escritora brillante, atractiva, divertida y perspicaz. No solo es significativo que ella estuviera allí en Jamaica con Marley. También es importante cuán vívidamente documentó esa escena”.
Jamaica fue tan importante para Goldman como para todas las cabecillas que lideraron los impulsos creativos salidos desde el CBGB neoyorquino hasta tierras helenas. Este último fue el emplazamiento donde Lena Platonos destilaba críticas afiladas tras su elegíaca manipulación de la Roland TR-808.
Personalidades tan únicas como la griega contaron con el ejemplo de mujeres anteriores al estallido punk, que desde los años 60 ya habían expuesto líneas maestras de actividad.
Catherine Ribeiro, Yoko Ono, Annette Peacock, Delia Derbyshire, Daphne Oram o las cantantes de blues afroamericanas de los años 20. Todas estas pioneras fueron para el estallido postpunk un modelo a la hora de remover los cimientos de una industria erguida sobre los preceptos misóginos de la cultura pop.
Gran ejemplo son los psicoanálisis bermangianos de ABBA pero, sobre todo, “No One’s Little Girl”, de The Raincoats, brillante en su modo de quebrar el canon de la canción pop romántica: “Incluso si me lo pides, te voy a rechazar. No te haré perder el tiempo. No soy la niña de nadie, oh, no, no lo soy. No lo voy a ser, porque no quiero estar en tu árbol genealógico”.
Kate Bush fue otra artista que ayudó a evadir la retina del voyeur, pero también Siouxsie, cuyo filtro visual respondía más a una escapada desde el centro de una pesadilla cronenbergiana, tal que en cortes como “Red Light”.
Del rey afrobeat, Fela Kuti, a las investigadoras del sonido de la BBC en los años 60 y 70, la mentalidad cuestionadora, a todos los niveles, postpunk se filtró mediante pautas de acción como la que tan agudamente describe Gina Birch, de The Raincoats, en La venganza de las punks, a propósito de la primera vez que vio a The Slits en directo, y que define al dedillo toda una filosofía vital: “Era como si estuviese viendo algo que nunca hubiese visto o considerado, que no hubiese existido antes, no de este modo. Me recordó a la emoción que sentí cuando descubrí el arte conceptual. La idea de hacer una escultura con un trozo de mármol no me decía nada, pero hacer una línea recta en un papel con una rueda de coche, como Robert Rauschenberg, tenía sentido”.