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Vivimos tiempos siniestros. El gobierno reprime con una impunidad desconocida en democracia. Hay cargos electos en prisión por cumplir lo que prometieron. Cantantes acusados de terrorismo por el contenido de sus letras. Sindicalistas entre rejas por luchar por las trabajadoras. Los medios "progresistas" aplauden el tsunami coactivo. Mientras tanto, buena parte de la Izquierda política, afirma, en voz baja, que todo esto está muy mal, terriblemente mal. Cabeza gacha, voz temblorosa. No sabemos si es miedo o verguenza, pero no se les escucha.
El fascismo avanza en Polonia, avanza en Francia, en Italia, en Alemania. El fascismo avanza por la calle Génova, recorre los pasillos del círculo de empresarios, donde saluda con vieja camaraderia. Se ha instalado militarmente en la Laietana. Mantiene en prisión a los jóvenes de Altsasu. Se siente cómodo en el discurso de Rivera, un apellido que trae dulces recuerdos a los nostálgicos.
Por eso Hoy más que nunca es necesario un movimiento antifascista.
Más allá de las fronteras de Cataluña, y con la honrosa excepción de Murcia, la calle se ha convertido en un lugar inhóspito para la Izquierda. Desde que nos volvimos "izquierda parlamentaria" las manifestaciones son actos anecdóticos. Toda política pasa por nuestros representantes. Toda demanda por los interlocutores válidos. Pensamos que eso podría funcionar. Pero está fallando. Nadie duda de que algunos gestos en el ámbito parlamentario sean imprescindibles. Pero no pueden ni mucho menos ser los únicos. La política de maletines no puede sustituir a lo político como circunstancia cotidiana. Tenemos una obligación como Izquierda: Enseñar a los líderes el camino. No nos olvidemos, los líderes son humanos. Están tan confundidos como nosotros. Tiene miedo. Están perdidos. Por eso cometen errores, por eso nos están fallando. Como clase y como pueblos. Hay que marcarles la línea. Fijarles un horizonte de actuación. Definir con trazo seguro un programa político de masas, de calle, de acera, de lluvia. Un programa que esté inscrito no en grandes ideas, si no en actos concretos. Debemos asegurarnos que lo cumplan. No hay nada mas concreto que luchar contra quien nos oprime. Nada hay mas específico que combatir al especulador, al dominador, al machista, al racista. Ahí es donde entra el antifascismo como programa político del pueblo. Como plataforma. Como punto de encuentro. En tiempos de confusión hay que recordar lo que nos une, los que nos separa, los que nos hace fuertes, lo que nos quiebra el alma.
¿Qué es antifascismo?
antifascismo es la lucha a muerte contra la dominación. el común enemigo de los pueblos. Por eso podemos decir que el antifascismo es la lucha transversal de los de abajo.
La lucha que define un horizonte politico libre de dominación. La lucha por la libertad. Por la igualdad y también por la diferencia. Por la justicia. Por la vida. Antifascismo es marcar los límites a los que estamos dispuestos a llegar. No solo al gobierno y al capital, si no también a nuestra clase política, la que nos dice representar. Antifascismo es empoderarse. Tomar consciencia de nuestra propia fuerza. De la dimensión histórica de nuestra tarea como pueblos. Antifascismo es escribir en la historia un mensaje de libertad y de resistencia. Un mensaje que supera las diferencias ideológicas para hacernos comprender que ante todo debe prevalecer la dignidad.
El fascismo, recordemos, es la realización totalitaria del capitalismo. Su más alta expresión.
Fascismo no es una ideología concreta (el franquismo, el nazismo, son solo dos ejemplos de los muchos que hay) es una estrategia de dominio, de sometimiento. Se basa fundamentalmente en dos elementos: Libre mercado, y Estado represivo. Ambos elementos concurren hoy día. Por eso muchos llaman a lo que vivimos Fascismo Postmoderno. Un régimen que quiere gobernar y dirigir nuestras vidas. Las armas del fascismo postmoderno son la precariedad y la policía. La inseguridad existencial, y la atenta vigilancia de los tribunales si protestamos. Eliminar la legislación laboral que nos protege, aprobar leyes mordaza. Eso es fascismo postmoderno. No es algo abstracto. Es ese demonio que te impide ver a tus hijos o disfrutar de tus amigos por que tienes que hacer horas extra. El fascismo postmoderno les dice a las mujeres que tienen que ganar menos. A los migrantes que se integren o se vayan. El fascismo postmoderno dice que la mitad de tu salario vaya al alquiler. Fascismo postmoderno es ver como la comida bio está destinada a los ricos, a los privilegiados. Fascismo postmoderno es imponer a los agricultures precios ridículos por el sudor de su frente. El fascismo postmoderno se cuela en nuestras casas cada noche, nos despierta por las mañanas. A veces nos echa de ellas si no pagamos los suficiente. Al fascismo postmoderno lo hemos visto asesinar en eso que han llamado suicidios durante la crisis. Fascismo postmoderno es decir que todo va bien, mientras te hinchas a pastillas contra la depresión. ¿Cómo luchar contra ello, cómo hacer?
La calle y no los libros de teoría son las escuelas políticas. La calle, las fábricas, los espacios de producción, es decir los territorios en disputa, son los espacios de politización.
Las asambleas son sencillamente herramientas. Pero para usarlas correctamente hace falta la experiencia de una vida política. Una vida política no es lo mismo que una vida en la política. Una vida política es un combate cotidiano. Es luchar con las contradicciones del día a día desde una perspectiva ética. Es lidiar con el machismo en la pareja. Con la dominación mientras enseñas y aprendes con tus hijos. Una vida política es no salir derrotado en el trabajo. Una vida política es no rendirse, y seguir construyendo más allá de la militancia adolescente y de la política profesional. Una vida política se siente en el cuerpo, porque nos duele. La terapia contra ese dolor que se nos impone es colectiva. El fascismo postmoderno nos quiere solas. Nos quiere rotas. Nos quiere a su merced. Quiere individuos, no comunidades. Pobres mentales, pobres espirituales. Vidas miserables que encuentren la satisfacción en Uber Eats o en Tinder. Por eso es necesario un movimiento antifascista fuerte. Para encontrarnos. Para respirar en colectivo. Antifascismo como cura, como terapia, como medicina colectiva. El antifascismo es la herramienta que nos permite contruir vidas políticas. Pero no solo eso.
Las manifestaciones antifascistas sirvieron como catalizador y como escuela de movimientos sociales. Allí aprendí lo que es la dialéctica y no leyendo Althuser. No hace falta que me expliques lo que es la represión policial, he visto cabezas reventadas por las porras de las policía. He visto a mis amigos sangrar, llorar de rabia y de impotencia. Me han detenido. He visto a los calabozos. He visto al juez de turno. He visto con mis propios ojos a policias nacionales mintiendo. Engañando. No me hables de aparatos de estado y de dominación. Los vi con mis propios ojos, y desde entonces se que no tienen espacio en el futuro que quiero para mis hijos.
La mayoría estamos de acuerdo en construir movimientos transversales, pero esta apertura tiene que tener una dirección, un sentido.
El movimiento antifascista ha sido por definición un movimiento transversal, no hegemónico, diverso, rico, plural.
Pero con las ideas absolutamente claras. Defendernos mutuamente de la tiranía, de la opresión, del dominio, del racismo. Defendernos en nuestra diversidad, en nuestra pluralidad. Defendernos desde la riqueza de nuestras contradicciones como pueblo. El antifascismo hace ya casi un siglo, significó la colaboración de una enorme variedad de movimientos para combatir al fascismo español, italiano, alemán, griego, rumano…
El antifascismo ayer significó una experiencia compartida y reveladora para muchas de nosotras. La abstracción de las ideas nos hacer perdernos en retóricas inútiles. Pero en la calle, frente a la policía, y pese a que muchas veces nos nublan la vista los gases. Vemos con claridad quien está a nuestro lado. Quien está frente a nosotrxs. Nos descubrimos, nos reconocemos. Aprendemos que por encima de las diferencias está nuestra voluntad de vivir. De resistir a la dominación. Nuestra capacidad de organizarnos. Aprendí lo que es una lucha transversal en las manifestaciones. Cuanto vi a gente a la que incluso odiaba dando la cara por mi. Cubriendome las espaldas. He visto a camareros, maestras, taxistas e ingenieros haciendo barricadas. Transversal es la lucha donde el pueblo sin hacer demasiadas preguntas, sin esperar ninguna recompensa, pone el cuerpo, hace conciencia, y reclama su lugar en la historia de la dignidad.
Necesitamos un movimiento antifascista fuerte para recuperar la claridad de nuestra propia imagen.
Nos quieren confundir con centenares de miles de banderas de España ondeando al viento. Con propaganda que nos distancia de nuestros hermanos. Estamos irreconocibles. Desdibujadas. Difusos. Debemos tomar las instituciones, por supuesto. Pero antes debemos tomar las calles para saber quiénes somos. De dónde venimos, a donde queremos llegar.
Por los pueblos. Por los presos políticos. Por nuestras vidas rotas. Por los campos que arden y por los que se mueren de sed. Eso es el antifascismo. La lucha de los de abajo.
Larga vida a la lucha antifascista.
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Para ir adelante siempre se tiene que saltar alguna ley si no aún estaríamos en las cavernas
Un poco demagogo lo de políticos en la cárcel por cumplir cosas que prometieron. Si prometen cosas ilegales se exponen a ello, ¿no? El resto del artículo muy guay, gracias.