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Teatro
Cuando en el teatro se representaba la huelga
La huelga fue protagonista, principal o secundaria, en numerosas obras de teatro escritas y representadas en España en la bisagra entre los siglos XIX y XX. El hispanista Gérard Brey ha analizado en profundidad lo que denomina “teatro de la huelga”, un subgénero hoy olvidado y desaparecido de la escena actual.
Cuando se alza el telón, hoy ya no se ven obras de teatro en las que la huelga, el instrumento de la clase trabajadora para conseguir mejoras en sus condiciones de vida, tenga cabida como parte sustancial del argumento. Es un asunto muy difícil de encontrar en la cartelera teatral, por no decir imposible. En las conclusiones de un exhaustivo trabajo al que ha dedicado siete años, el hispanista francés Gérard Brey (Dijon, 1947) sostiene que ningún dramaturgo actual se atrevería a escenificar un conflicto huelguístico contra unos injustos despidos, por ejemplo.
“Después de la desaparición de la censura teatral franquista, la figura obrera es la gran ausente de la producción y programación teatral, aunque se producen grandes conflictos en la minería, la construcción naval, la siderurgia”, argumenta Brey a través del correo electrónico, en respuesta a El Salto.
“La clase obrera y sus luchas ya no interesan a las clases medias, las que todavía van al teatro y de las que proceden los autores”, dice Gérard Brey
Para encontrar las razones que explican esa ausencia sobre los escenarios de la lucha de clases, el especialista alude a cuestiones formales —“el teatro social, tal como existió durante el siglo XIX y primeros del XX, ya no puede funcionar con las mismas fórmulas estéticas y dramáticas, pues el público ya no se puede conformar con un maniqueísmo simplista. Aquellos melodramas socio-sentimentales, cuyos ingredientes eran la lucha de clases y los amores imposibles entre seres de clases sociales opuestas, atraían y conmovían a miles de espectadores, pero el público teatral actual los considera como totalmente trasnochados”— y también a otras de distinto calado: “La clase obrera y sus luchas ya no interesan a las clases medias, las que todavía van al teatro y de las que proceden los autores. El teatro político occidental actual habla preferentemente de ecología, corrupción, guerra, neocolonialismo, desarraigo de los refugiados o esperanzas de los emigrantes, escándalos financieros y ascenso de las ideologías populistas, desigualdad entre los sexos y reivindicaciones feministas”.
Pero hubo una época en la que el antagonismo entre el patrón y los obreros y el recurso de estos a la huelga sí fue materia dramática, conflicto que exponer desde el proscenio de salas teatrales y todo tipo de espacios.
Brey ha analizado ese “teatro de la huelga”, como lo denomina, que se escribió y representó en España entre 1870 y 1923, entre la constitución de la Federación Española de la Asociación Internacional de los Trabajadores y el golpe de estado de Primo de Rivera.
Se trata de un total de 90 obras que disecciona minuciosamente en Lucha de clases en las tablas, publicado por Prensas de la Universidad de Zaragoza, y que identifica como “subcategoría del llamado teatro social en sentido amplio”. Un teatro social que en ese periodo estuvo muy en boga dentro de lo que Brey califica como “la principal actividad de consumo cultural masivo en las ciudades” a principios del siglo XX: la asistencia a funciones teatrales, por delante de las proyecciones cinematográficas y de los espectáculos de variedades. En un país, señala el autor, donde en 1900 el 76% de la población mayor de diez años era analfabeta y tenía una aptitud muy limitada para la lectura y un acceso difícil a ella por motivos económicos, el escenario era el libro de la mayor parte de los españoles, como recuerda la cita de Xavier Cabello Lapiedra que abre el volumen.
El criterio que ha utilizado para definir ese corpus de 90 títulos que conforman el teatro de la huelga es “muy sencillo: basta que el argumento teatral de una obra conceda a la confrontación de clases y la huelga un papel más o menos significativo, sea de forma central o anecdótica, exclusiva o combinada con otro asunto”. En la selección, Brey no tomó en cuenta otros factores, como la calidad literaria y teatral (“las más de las veces mediocre o pésima”), lo coherente de las situaciones, lo verosímil de los comportamientos expuestos, lo profundo de los personajes o el número de representaciones. En esas obras, rastreadas y localizadas a través de la digitalización de documentos y publicaciones de la época, encontró de todo: líricas o no, trágicas o jocosas, serias o paródicas, extensas o breves, en prosa y en verso, en castellano o en catalán.
Brey subraya que el interés histórico de este repertorio reside en su diversidad ideológica y su significado sociocultural. “No solo unas cuantas piezas anarquistas o socialistas toman la huelga como argumento —explica—, no solo algunos autores reaccionarios replican con obras basadas en la tesis de que la huelga crea más problemas que los que pretende resolver, sino que el sector reformista y republicano les imita con obras que pregonan armonía, negociación y conciliación entre el capital y el trabajo”.
Al igual que sucedía en aquellos años en la prensa, los panfletos o la poesía, Brey recuerda que el teatro de la huelga, aunque suponga un porcentaje ínfimo en la “abrumadora” producción teatral de la época, “expresa las discrepancias radicales de los diferentes sectores sociales e ideológicos que se combaten así a distancia, y exponen sus concepciones y soluciones acerca de la cuestión obrera y agraria a un público, a veces analfabeto, que acude frecuente y masivamente al teatro”.
Las primeras obras del teatro de la huelga no eran dramas sociales a favor de las reivindicaciones obreras sino breves parodias que ridiculizaban el discurso y a los militantes de la Primera Internacional
Las primeras obras de este subgénero estudiado por él no eran dramas sociales a favor de las reivindicaciones obreras ni alegatos revolucionarios sino breves parodias “destinadas a divertir al respetable poniendo en ridículo el discurso y a los militantes de la Primera Internacional, cuya Federación Española se constituye en 1870”. De hecho, el repertorio conservador es el más nutrido en el teatro de la huelga, con 25 de las 90 obras. El resto se divide entre títulos de corte socialista, anarquista, obrerista, reformista o paródico. Sin embargo, solo 11 de ellos se deben a la pluma de militantes vinculados directamente al movimiento obrero. “Desde luego, socialistas y anarquistas no privilegiaron el discurso teatral para escenificar un acontecimiento y una preocupación tan presente en sus periódicos y asambleas como era la huelga”, considera Brey.
El grueso de las obras del teatro de la huelga se escribió y estrenó entre 1900 y 1916. Por destacar algunos títulos y autores, hoy ampliamente olvidados, Brey nombra a Pablo Cases con La huelga (1901), Joaquín Dicenta y su drama minero Daniel (1907) o José López Pinillos con La tierra (1921). “La confrontación huelguística constituía un tema ideal y espectacular para los autores que lograban manejarlo bien”, señala.
La más vista fue la zarzuela ‘El túnel’, de Enrique Prieto y Ramón Rocabert, que llegó a sumar 380 representaciones documentadas en todo el país tras su estreno en 1904
El éxito y el número de representaciones fueron muy variables. 16 de las obras estudiadas por Brey no se estrenaron. La más vista fue la zarzuela El túnel, de Enrique Prieto y Ramón Rocabert, que llegó a sumar 380 representaciones documentadas en todo el país tras su estreno en 1904. “Es de lo más malito que hay”, publicó El País el 16 de febrero de 1905 sobre una obra ambientada en las montañas de Reinosa en la que la huelga es un elemento más de un argumento que gira en torno a la rivalidad por una mujer de un capataz y uno de los obreros que trabajan en la construcción de la línea del ferrocarril.
Esa mezcla temática de conflicto laboral y otros líos de pareja era habitual y garantía de triunfo, según recuerda Brey: “Bastante éxito tuvieron asimismo unas obras que combinan el tema social —la huelga— y el chantaje sexual hacia la esposa, la novia o la hija de un obrero por parte de un fabricante cuya ‘perversidad’ se une a una ‘avaricia insaciable’ para convertirlo en el malo de la historia y fomentar la ira y la repulsa por parte de los espectadores”.
El hispanista califica como “impresionante” el éxito de La huelga de los herreros, una traducción al castellano en 1902 de un monólogo dramático de su compatriota François Coppée. “Fue declamado decenas de veces en los lugares más inverosímiles, desde los teatros más prestigiosos hasta los más humildes locales asociativos. Es un texto de fuerte contenido dramático capaz de emocionar al público, cuyo mensaje implícito lo convirtió en verdadera arma antihuelga esgrimida por casi todos los sectores hostiles a la huelga”.
Lo que escasea en el teatro de la huelga son los nombres de mujeres como autoras de las obras. Apenas aparecen dos: María del Pilar Contreras de Rodríguez, por La huelga del abecedario, una alegoría didáctica y paródica estrenada en 1911 y destinada a divulgar la existencia de distintas maneras de hablar y escribir un mismo idioma, y Teresa Claramunt, la militante anarcosindicalista que escribió El mundo que muere y el mundo que nace, representada en Barcelona una sola vez, el 14 de marzo de 1896, por sus compañeros de la Compañía de Libre Declamación. Se trataba de un drama con el que pretendía educar la conciencia de clase entre los sectores populares que concluía con un llamamiento a la “apoteosis de la emancipación social”, según el único resumen que se conserva.
Historia
Dos mujeres, dos clases sociales y dos mundos enfrentados
La millonaria Rafaela Torrents y la sindicalista Teresa Claramunt comparten protagonismo en un ensayo firmado por la historiadora Laura Vicente. Es lo único en común entre dos mujeres a las que el orden social de finales del siglo XIX —no tan distinto al imperante hoy— situó en polos opuestos.
Una característica propia de este teatro de la huelga es que las obras se situaban en escenarios distintos a los habituales, como afirma Brey: “Aquel repertorio hizo penetrar a los espectadores en el fondo de la mina, en los talleres fabriles, en las modestas buhardillas, cuando hasta 1890 más o menos solo se les invitaba a entrar en los confortables salones de la burguesía”.
A lo que no se tuvieron que enfrentar estas obras fue a la tijera de la censura, recuerda el especialista. “Con tal de que no contenga ataques frontales al dogma católico o a los militares, la obra se estrena. Se toleran las palabras más duras contra un personaje que encarna a ‘la burguesía’ o contra la propiedad privada”.
Brey destaca un ejemplo significativo al respecto. En 1894 se estrenó en Madrid El pan del pobre, un melodrama de Félix González Llana y José Francos Rodríguez inspirado en De Waber-Die Weber, de Gerhart Hauptmann. La obra evocaba la rebelión violenta de los obreros contra la intransigencia de un insaciable e insensible dueño y concluía con el incendio de la fábrica textil y el saqueo de la morada del amo. Sin siquiera presenciar una representación, el senador vitalicio José Canga-Argüelles montó en cólera, acusó a la obra de pervertir el sentimiento moral y de destruir toda idea de orden y sociedad, y solicitó su prohibición al ministro de Gobernación, Trinitario Ruiz, quien le contestó que efectivamente no se podían tolerar ataques “a la moral, a la familia, a nuestra sociedad, a todo lo que constituye la base fundamental del Estado en que nos encontramos”, pero que se debía también “tener en cuenta los derechos de los escritores, la libertad con que en este país se escribe, reconocida en nuestra Constitución”. Y la obra no fue suspendida, recuerda Brey.
“Con el franquismo —apunta Brey—, aquel teatro de la huelga, y el teatro social revolucionario o reformista en general, dejó de ser publicado y representado. Solo era tolerado y representado el teatro superficial y frívolo”
Aunque queda fuera del ámbito temporal que ha analizado, el hispanista señala a El Salto que la mayoría de estas obras del teatro de la huelga dejaron de representarse durante la dictadura de Primo de Rivera. Algunas sí lo hicieron en la II República, cuando también se escribieron otras sobre el mismo tema. Y con el franquismo, apunta Brey, “aquel teatro de la huelga, y el teatro social revolucionario o reformista en general, dejó de ser publicado y representado. Solo era tolerado y representado el teatro superficial y frívolo”.
El último recuerdo para ese teatro de la huelga cuya existencia vista desde el presente suena tan lejana llega desde fuera de España, donde algunas de esas obras siguieron representándose en funciones para círculos muy reducidos, de personas que anhelaban que las cosas fueran bien distintas: “Donde sí se volvieron a estrenar algunas obras anteriores a la guerra civil que evocan la conflictividad obrera y los sueños de redención y revolución social —rememora Brey—, fue en los centros españoles creados por los exiliados de la guerra, donde también se representó otro tipo de repertorio”.