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Tecnología
Google Arts y el ‘shitty present’
Lo que da miedo no es —como siempre— la tecnología que desarrolla nuevas maneras de ver el mundo, y por lo tanto nuevas maneras de reinterpretarlo, sino el adelanto por la derecha que nos hacen las empresas como Google.
En una de sus últimas charlas Ted, el artista afroamericano Titus Kaphar enseñaba al público cómo el arte podría hacer cambiar la percepción de la realidad mediante unos simples gestos: colocó a la audiencia frente a una copia de una obra de Frans Haals mientras explicaba cómo la única persona con rasgos no europeos se mantenía en un segundo plano. A la vez, Kaphar iba borrando uno a uno a los personajes caucásicos mediante brochazos de aceite de linaza.
La actividad tenía como objetivo mostrar cómo afecta a la vida de un afroamericano —o de cualquier víctima del colonialismo— ver siempre representadas a las personas que se asemejan a ti como personajes de segunda clase y con qué facilidad esta imagen artificial repleta de símbolos de poder podría enfocarse de tal manera que enseñara una nueva perspectiva ya no solo sobre la historia del arte, sino que arrojara luz sobre la propia sociedad estadounidense de nuestros días permitiendo una mirada transversal.
Este sentido de la importancia de las imágenes y la inclusión de la historia del arte en la sociedad es una cuestión que debe ser vista como una faceta más de la vida, lejos de la a menudo tediosa tarea de aprender manuales enteros y repetir la información que contienen, la charla de Titus Kaphar nos coloca en el plano actual, en el plano del ahora, en el de nuestra propia vida y nuestra inmersión en el mundo de las imágenes, mostrando algo implícito pero no siempre consciente en las obras de arte colgadas en los museos: que estas pueden —y de hecho lo logran— modificar nuestra visión: como él bien dice, “las imágenes constituyen una lengua”.
De esta reestructuración totalmente necesaria del arte en la vida trata también la nueva app de Google que alcanzó el puesto numero uno en descargas en la App Store de Estados Unidos y que ahora llega a España.
La función Art Selfie integrada en la Google Arts and Culture app consiste en hacerse un selfie mediante la misma aplicación y dejar que esta te asocie a una de las 1.500 obras de arte que tiene registradas, dando un porcentaje de similitud entre tu propio rostro y el que aparece en el lienzo.
La dinámica del juego ha hecho que todo el mundo quiera participar en él: todo el mundo quiere jugar al viejo juego del museo de “Tú te pareces a ese”, asombrándonos el parecido entre nosotros mismos y esos personajes representados, ajenos y sin embargo ahora revitalizados y cercanos.
Por ello la importancia de la app más allá del juego de identificación con una imagen del arte; y es que consigue reintegrar las obras de arte en nuestra vida.
Sin tener nada que ver con la banalización de las imágenes que algunos achacan a nuestra época, la tecnología simplemente promueve un juego totalmente distinto con ellas, lejos del medio al que nos tenían acostumbrados y por tanto siendo algo confuso de buenas a primeras.
Al comparar las obras con la imagen de uno mismo, permite la reintegración de nuestra propia imagen —a modo de antiguos mecenas— en el lienzo, no representándonos ya en él, sino permitiendo establecer una relación de parentesco que nos permite establecer un diálogo entre el pasado y el presente y prolonga de esta manera la obra artística mediante el juego de miradas.
En definitiva, una nueva oportunidad de integrar la historia del arte en arte.
Sin embargo, y pese a esta lectura optimista de la aplicación, esta puede contener también sus sombras. Si Google ha ido almacenando nuestras búsquedas durante todos estos años —amén de nuestra ubicación y otra información—, acumula también así los datos de nuestras caras y, ergo, nuestro reconocimiento facial. Sé que suena inquietante.
Lo que da miedo no es —como siempre— la tecnología que desarrolla nuevas maneras de ver el mundo, y por lo tanto nuevas maneras de reinterpretarlo, sino el adelanto por la derecha que nos hacen las empresas como Google, el escaso interés en la letra pequeña que podemos tener cuando vamos a descargarnos una aplicación lúdica y didáctica como esta, y la cantidad de datos —datos, datos, datos— que esta quiere sonsacarnos.
Esta cuestión —y algunas otras problemáticas asociadas al racismo— ya fueron analizadas cuando salió la aplicación en enero en Estados Unidos (se prohibió en Texas e Illinois por ir en contra de la ley de reconocimiento facial sin el consentimiento del afectado), y pese a que el representante de Google, Patrick Lenihan, desmintió que Google utilizara los selfies más allá de para compararnos con obras de arte, nunca se puede estar del todo seguro sobre ello.
Si bien podríamos calificar la app con un 8/10, el shitty present de lo corporativo aún nos atenaza. En conclusión, Art Selfie mola, pero podría molar mucho más.