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Educación pública
Interinidades sempiternas
Probablemente muchas de estas personas piensen que protestando, mediante comunicados, recogida de firmas, concentraciones u otras iniciativas parecidas, podrán conseguir que se le reconozca su valía profesional, ampliamente acreditada después de años de docencia interina, y el Estado, con las Comunidades Autónomas a la cabeza, asuman que deben de pasar a ser personal fijo estable. Después de décadas, padeciendo la precariedad laboral, confían en la “buena voluntad” de quienes gobiernan las administraciones públicas. Y que basta enseñar la “patita” por debajo de la puerta para que esta se abra y sea reconocida su trayectoria profesional al servicio de las administraciones públicas educativas. Si eso es así nada que objetar y menos dudar de la “buenísima buena voluntad” de las personas que dirigen esas administraciones que se dicen muy “preocupadas” por la inestabilidad de las personas interinas. Eso sí, año tras año, la realidad, bruscamente después del periodo estival, abofetea el rostro, cada vez menos sorprendido, de quienes no se les llama para trabajar. O de los que se les ofrece una sustitución, en “váyase Vd. como pueda”, por 15 o menos días. Si lo que se le paga no llega a cubrir gastos, eso no es problema de la administración que bastante hace con “darle trabajo”.
Del alumnado y familias que deben contarle sus vidas, de nuevo por enésima vez, al docente que les toque, no se les echa cuenta. Bastante tienen con que se les nombre una persona que tutorice al alumnado. Y de los cargos directivos o responsables de orientación de cada centro que deben coordinar a una “pléyade” de nuevo profesorado, cada año, para que comentar. Se les paga para eso. Lo de que hay que generar “comunidades educativas” eso es a futuro y si se puede. ¿Qué culpa tienen las personas que gestionan la educación pública, si el profesorado definitivo migra cada año en comisión de servicio a otros puestos de trabajo? La estabilidad docente en la enseñanza pública puede estar en una media de 2,3 años por docente en cada centro. Hay centros educativos que la media no llega al 1,3. Y si hay que considerar que bastante profesorado puede llegar a tener antigüedades de 15 y más años, el número de profesorado que puede estar en un centro menos de unos meses es enorme. Y así, cambio tras cambio, el deterioro de la educación pública está más que servido. Porque de eso se trata.
La estabilidad de la docencia en los centros es un factor de máxima calidad. Y a quienes gestionan las administraciones públicas les trae al pairo este asunto.
La estabilidad de la docencia en los centros es un factor de máxima calidad. Y a quienes gestionan las administraciones públicas les trae al pairo este asunto. Con gestionar el pago de las nóminas y gastar lo presupuestado tienen bastante. Este tema de la estabilidad es una cuestión de Estado, no sólo por el derecho a un empleo estable de cualquier persona trabajadora en el sector que sea, también porque sólo manteniendo a las personas docentes en sus puestos de trabajo es posible mejorar la educación del país. Amén de que es imposible evaluar el sistema educativo para promover mejoras. Primero porque los efectos de los procesos de enseñanza aprendizaje se producen en un tiempo, no corto precisamente. Y segundo porque después de una evaluación las recomendaciones o prescripciones para producir mejoras se quedarán en aguas de borrajas, ya que quienes las reciben en su mayoría estarán en otro centro al curso siguiente. Y vuelta a empezar una evaluación Sisifoniana que a ningún resultado llega. Detrás de ella los servicios de Inspección de Educación que deben repetir y repetir lo dicho el curso pasado y el anterior y el anterior sobre actuaciones docentes evaluadas pero que es imposible supervisar. En fin un dislate que tiene remedio si quienes gobiernan las administraciones públicas quieren. Volviendo a las personas que tenían trabajo en la docencia el curso pasado y en el actual no lo tienen, parece que se van dando cuenta que “buena voluntad”, lo que se dice “buena voluntad” con ellas no se tiene. Y de que de las mesas sectoriales sindicales nada que rascar. Y si después de décadas de manifiestos, recogidas de firmas, concentraciones… esto no se arregla… ¡Uds. mismas! Llegados a este punto dos caminos: Uno, hacer memoria de cuando se debería haber ido a la Huelga y no se fue, de cuando se podía exigir en la calle y no se acudió y con-formarse con la suerte, la ventura, el destino y lamentarse de que los dioses no les sean propicios. El otro, que tiene que ver con lo personal-profesional y con la “defensa de la Escuela Pública”, pasa por exigir mediante confrontaciones (huelgas, manifestaciones, ocupaciones,…) el derecho real, da igual si es legal o no, porque es de justicia, a seguir trabajando de forma estable. Este camino exige sacrificios y mucha solidaridad.