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Hace unos días la Comisión Europea lanzó una consulta pública para reformar el diseño del mercado eléctrico europeo. El objetivo de la misma es, en palabras de la actual comisaria para la energía, la estonia Kadri Simson, “apoyar el acceso de los consumidores europeos a energía asequible y segura de fuentes limpias”. Pero no sin antes vanagloriarse de que el actual diseño había funcionado razonablemente bien. Si algo funciona razonablemente bien, entonces ¿para qué cambiarlo? La razón de fondo es que el diseño del mercado eléctrico europeo no solo no es que haya funcionado, en realidad ha sido un desastre en toda regla. El problema de fondo no son los lobbies cataríes o marroquíes, la manzana podrida son las puertas giratorias de los distintos sectores económicos, especialmente aquellos con poder de mercado, que se han instalado en Bruselas, a la vez que irradian en las estructuras de los distintos países europeos.
Si entran en la consulta pública, verán que se trata, abro comillas, “de una reforma que se centra en aspectos que requieren ajustes urgentes para aumentar la resiliencia del mercado y reducir el impacto de los precios del gas en las facturas de la electricidad, apoyando al mismo tiempo la transición energética”. Como nos gusta compartir nuestro diagnóstico y propuestas con la ciudadanía, permítanme trasladarles, aunque creo que ya lo conocen de sobra, nuestro diagnóstico y las propuestas de reforma para mejorar el mercado eléctrico europeo.
Deberíamos explicar a la comisaria europea de Energía, y por extensión a toda la Comisión, que, por favor, abandonen de una vez por todas el fundamentalismo de mercado
En primer lugar, deberíamos explicar a la comisaria europea de Energía, y por extensión a toda la Comisión, que, por favor, abandonen de una vez por todas el fundamentalismo de mercado. Bajo este catecismo, las exigencias humanas y democráticas solo pueden satisfacerse en la medida en que se sometan a las fuerzas inquebrantables del “mercado”, al que debe darse el máximo margen de acción para coordinar la gran diversidad de decisiones económicas y controlar con eficacia la demanda y la oferta. Pero si hay algo que define a la “bestia”, es la “financialización” de la economía en su conjunto. Y es ahí donde de una vez por todas ustedes, la Comisión Europea, deben actuar e impulsar todo tipo de reformas que terminen con sus consecuencias económicas (ineficiencia y pobreza) y políticas (puertas giratorias y sus tentáculos de la corrupción).
Explicando el Leviatán de la financiarización
El concepto de financiarización resume un amplio conjunto de cambios en la relación entre los sectores financiero y real que dan más peso que antes a los actores o motivos financieros (Stockhammer, 2010). Abarca diferentes fenómenos, interconectados pero distintos, como la globalización de los mercados financieros, el aumento de la inversión financiera y de los ingresos procedentes de dicha inversión; la creciente importancia del valor para los accionistas en las decisiones económicas; la estructura cambiante del gobierno corporativo; la creciente deuda de los hogares; la creciente frecuencia de las crisis financieras y la movilidad internacional del capital… Pero el problema más acuciante es que este proceso de financiarización se ha extendido a ciertos derechos humanos, que en un principio deberían estar al margen y protegidos de estas dinámicas. Desde el acceso a la energía, la alimentación, o la vivienda, hasta, recientemente, al agua, pasando por las pensiones públicas, todos y cada uno de estos derechos humanos básicos han sido, están siendo, y serán sometidos, si no existe una política pública decidida que lo impida, a un intenso proceso de financiarización, con la extracción de rentas y aumento de la desigualdad y pobreza que ello conlleva. Lo último, la idea de extenderlo en un futuro no muy lejano, aprovechando la lucha contra el cambio climático, a la misma biosfera.
La financiarización está detrás de los repuntes de inflación experimentados en los últimos meses, del mal funcionamiento del mercado eléctrico, y del crecimiento en el reparto de la tarta de los beneficios puros, extractores de rentas, mientras que disminuía fuertemente la participación de los salarios y del capital productivo. Vayamos a lo que ustedes piden, la reforma del mercado eléctrico.
Lo primero, regular los mercados derivados de materias primas energéticas y alimentarias
La inflación actual obedece a tres factores. El primero, la financiarización de la energía y productos agrícolas, es sin duda el más relevante. Dicha financiarización se llevó a cabo mediante la expansión y el acceso a los mercados derivados de materias primas a especuladores y a fondos institucionales. Como consecuencia, en determinados momentos, la evolución de sus precios no obedece a fundamentales económicos sino a burbujas especulativas y procesos de propensión o aversión al riesgo de los inversores, si bien no son simétricos, impactando mucho más en los precios, al alza, durante las fases de toma de riesgos excesivos, como la actual. El segundo factor, paralelo a la desregulación de los mercados derivados de materias primas energéticas y agrícolas, tiene que ver con una reestructuración radical de los sectores industriales, de los que el eléctrico es un ejemplo destacadísimo. Los sectores eléctricos reestructurados, incluido el de España, mostraron resultados contrarios a los beneficios que los entusiastas de la liberalización proclamaron, produciéndose una rápida escalada de los precios de la electricidad en los hogares y empresas.
El otro factor, que se está “revelando” en la actualidad, es el enorme poder de mercado de determinadas empresas, que les permite en momentos como el actual fijar precios donde les dé la gana. ¡Viva el libre mercado! A nivel académico una serie de trabajos recientes analizan el aumento de poder de mercado, derivado de la concentración empresarial, resultado obvio de una estrategia de globalización sin control. Recomiendo encarecidamente, entre todos ellos, el estudio académico The Rise of Market Power and the Macroeconomic Implications, publicado en la revista The Quarterly Journal of Economics. En ausencia de competencia, las empresas adquieren poder de mercado y consiguen precios elevados. Esto tiene implicaciones para el bienestar y la asignación de recursos. Además de reducir el bienestar de los consumidores, el poder de mercado disminuye la demanda de mano de obra y frena la inversión en capital, distorsiona la distribución de las rentas económicas y desalienta la dinámica empresarial y la innovación. Esto tiene ramificaciones para la política económica, desde la política antimonopolio, la política monetaria y la redistribución de la renta.
Lo más urgente sería evitar la práctica de la especulación con índices por parte de inversores institucionales
La primera propuesta, por lo tanto, pasaría por revertir parte de la desregulación de los mercados derivados de materias primas entre finales de los 90 y principios del siglo XXI. Lo más urgente, sería evitar la práctica de la especulación con índices por parte de inversores institucionales. Las estrategias de réplica de índices de materias primas de alimentos y energía son inadecuadas para las inversiones institucionales, y deben ser prohibidas por el daño que hacen a los mercados de futuros de materias primas. Respecto al segundo factor, el diseño de mercado eléctrico, hay que acabar definitivamente con el sistema marginalista actual, y volver a otro más aburrido, pero más saludable para empresas y familias, establecer administrativamente el precio como un “mark-up” sobre el coste medio.
Respecto al tercer factor, el aumento del poder de mercado de las eléctricas y otros sectores, debería abrirse una amplia discusión sobre el papel de los organismos reguladores de la competencia, la composición de sus miembros, y la necesidad de dotarles con todos los instrumentos necesarios para su labor. Deben disponer de equipos amplios que identifiquen el aumento de poder de mercado, y tener la capacidad ya no solo para imponer multas acordes con el daño causado por prácticas oligopolísticas, sino, sobre todo, llegado el caso, trocear y vender negocios y unidades de empresas demasiado grandes para quebrar e imponer precios. Esperemos que, ante la buena disposición de la Comisión, traten de poner en práctica algunas de estas recomendaciones. Pero mucho me temo que en realidad van de farol, y todo quedará en agua de borrajas.
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Buen artículo. Urge controlar los grandes oligopolios. Nos va el futuro en ello.