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Rojava
Nanas de Shehba
Casi cada noche la noche se oyen estallidos en algún lugar. Una noche es en un pueblo, otra es en otro, a veces es en varios puntos a la vez. Cerca de los campos de refugiados se oye casi a diario. Se aprende rápido a no darles mucho espacio mental, a no mover ni una ceja, a calcular lo lejos o cerca que están, a saber si es un dron o si son morteros.
El cielo en Shehba hace un arco inmenso. Limitado a lo lejos por los edificios de Aleppo y sus check-point que impiden el paso. Al otro extremo la frontera la marca la línea de frente tras la que se esconden los çete* (enemigos). A sus espaldas las montañas y los bosques de Afrin.
La guerra en Shehba, la guerra contra las desplazadas de Afrin, es una guerra de desgaste, cruel como todas las guerras, pero en que se disfraza el ataque sistemático tras una apariencia de calma hacia afuera. Una guerra soterrada, pero tan presente que es parte de la cotidianidad. Raro es el día que no hay un ataque a alguno de los pueblos que delimitan la línea de frente, Aquiba, Burj Qas, Til Riffat. Son bombardeos que buscan minar tanto la resistencia física como la psicológica. El objetivo no siempre es matar aunque muchas veces lo hagan. Su objetivo es el desgaste del alma y el cuerpo, del corazón y la mente, una guerra contra el espíritu de la resistencia.
Los sonidos que rompen la noche de Shehba se parecen más a los cuentos de miedo que a las canciones de las madres. Son nanas macabras, nanas que crean una pesadilla constante y sutil dentro del descanso que no llega
Parte de esta guerra son las minas. Muchas de ellas son restos de la guerra previa a la llegada forzada de los afrinenses. Otras son el resultado de las incursiones que las facciones del DAESH y el ejército turco siguen perpetrando a día de hoy. Shehba está lleno de minas, pese a los dos años aquí, y a todo el trabajo de desminado llevado a cabo, es habitual que los campos estén minados. Las zonas de pasto, los terrenos de cultivo, los caminos apartados, las charcas… en cualquiera de estos sitios puede haber minas. Peligros cotidianos y normalizados. Alrededor del campo de desplazados Berxwedana (cuyo nombre significa resistencia) está prohibido salir a jugar, a correr, a pasear los animales… Los heridos o muertos por minas llegan casi cada semana al hospital. A veces son animales los que las detonan, muchas veces niños jugando o pastores.
Casi cada noche la noche se oyen estallidos en algún lugar. Una noche es en un pueblo, otra es en otro, a veces es en varios puntos a la vez. Cerca de los campos de refugiados se oye casi a diario. Se aprende rápido a no darles mucho espacio mental, a no mover ni una ceja, a calcular lo lejos o cerca que están, a saber si es un dron o si son morteros. Por la noche el eco de las bombas, por muy lejos que esté, va acompañado de una vibración que retumba en el corazón. Estos estallidos acompañan las noches tanto como lo hacen las canciones. Rompen el silencio llenando con sus notas de destrucción una partitura invisible, y te duermes oyéndolas en sueños, el retumbar te despierta sólo si suena demasiado cerca.
Aquí el PSTS (Síndrome de estrés postraumático) no tiene sitio, no es postraumático, el trauma se repite cada día
Las noches no son para descansar aunque duermas. Los sonidos que rompen la noche de Shehba se parecen más a los cuentos de miedo que a las canciones de las madres. Son nanas macabras, nanas que crean una pesadilla constante y sutil dentro del descanso que no llega. En sueños aprietas los dientes y solo te das cuenta a la mañana siguiente porque te duele la boca. Las marcadas ojeras de las compañeras delatan que aunque las oyeses roncar tampoco durmieron bien. Porque normalmente no cae encima, pero siempre le puede caer a alguien. Porque vives con ellas y las interiorizas, pero no dejan que nunca la herida cicatrice del todo. Aquí el PSTS (Síndrome de estrés postraumático) no tiene sitio, no es postraumático, el trauma se repite cada día.
Las casas y los olivos están ahí, en esas montañas. Y la razón que no te deja volver a ellas, a sus olivos y sus casas, son los sonidos huecos que resuenan en la noche y que por la mañana dan paso a otro día de resistencia y de esperanza, en el que las cicatrices parece que duelen menos. La tensión entre el deseo de volver a Afrin y la certeza de que cada cosa erigida puede ser derribada al día siguiente lima las energías. Pese a ello se organizan, plantan sus huertos, repueblan con olivos y frutales, educan a sus hijos y cantan. Llenan el día y la noche de canciones y crean sus propias nanas, canciones y nanas que hablan de amor y resistencia.
* Bandas de yihadistas a sueldo de Turquía.
El pseudónimo Şehîd Nûcan Cûma rinde homenaje a una combatiente de las YPJ nacida en Rojava. Nûcan procedía de una familia kurda, comprometida con la lucha por la liberación de su pueblo. Su actitud honesta y directa la llevó a tomar parte en la defensa de su tierra. Şehîd Nûcan Cûma participó, entre muchas otras batallas, de la resistencia en la ciudad de Serêkaniyê desde que empezó la invasión del Estado Turco en octubre del 2019, donde caía mártir, entregando su vida en la línea del frente.