Cine
‘Amanecer rojo’, la paranoia recurrente

El 10 de agosto se cumplieron 35 años del estreno de ‘Amanecer rojo’, una ocasión para revisitar la película de John Milius que condensaba muchos de los temores y fantasías violentas de la derecha estadounidense de entonces, pero también de la de hoy.

Amanecer Rojo
Fotograma de "Amanecer rojo"
31 ago 2019 06:00

Amanecer rojo (John Milius, 1984) comienza con un prólogo en el que se expone un cuadro de turbulencias políticas: una mala cosecha en la URSS, disturbios en Polonia, la extensión de gobiernos socialistas por toda América Central, la victoria en Alemania occidental de Los Verdes que exigen una retirada de las armas nucleares del continente. “Los Estados Unidos resisten en solitario”. A partir de aquí la película no se entretiene en más prolegómenos y narra la invasión de EE UU por una alianza entre soviéticos, cubanos y nicaragüenses desde la perspectiva de un grupo de alumnos de un pequeño municipio de Colorado que decide librar una guerra de guerrillas contra los ocupantes. Al final de la película vemos la roca en que se reunió por primera vez el grupo convertida en monumento nacional, lo que da a entender que, gracias a su ejemplo, los estadounidenses consiguieron ganar la Tercera Guerra Mundial.

A pesar de contar con Patrick Swayze, Charlie Sheen o Jennifer Grey entre sus intérpretes, la película de Milius —una de las más violentas de la era Reagan (una organización contabilizó 134 actos violentos por hora, o unos 2,23 por minuto)— no obtuvo buenos resultados en taquilla y tampoco en la crítica, que deploró su carácter reaccionario. “Sabía que Hollywood me condenaría por ella —explicaría más tarde su director en un documental sobre el film—, que sería visto como un belicista conservador desde entonces, incontrolable e incorregible”.

Habiendo sido responsable del guión de Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) y dirigido Conan el bárbaro (1982), la carrera de Milius entró después en un declive del que fue ocasionalmente rescatado para mejorar los guiones de otros, como ocurrió con La caza del octubre rojo (John McTiernan, 1990). Sin embargo, la película dejó, como veremos, una profunda huella, y ello en una década repleta de producciones marcadamente anticomunistas y con retratos esquemáticos de los rusos tanto para el cine como para la televisión, la mayoría de ellas hoy olvidadas: World War III (David Greene y Boris Sagal, 1982), Firefox (Clint Eastwood, 1982), Rocky IV (Sylvester Stallone, 1984), Rambo II (Sylvester Stallone, 1985), Invasion USA (Joseph Zito, 1985), Amerika (Donald Wrye, 1986) o Rambo III (Peter MacDonald, 1988).

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Como recuerdan Michael J. Strada y Harold R. Troper en Friend or Foe? Russians in American Film and Foreign Policy 1933-1991 (Scarecrow Press, 1997), la avalancha fue tal que el secretario de la Unión de Escritores Soviéticos, Genrikh Borovik, acusó a Hollywood de atizar “el odio y el miedo” y el viceministro de Cultura, Guiorgui Ivanov, lamentó que se propagase “la idea de que solamente se puede negociar con un ruso a punta de pistola”.

Las acusaciones políticas de los críticos no carecían de fundamento: los protagonistas de Amanecer rojo alcanzan la madurez a través del “bautismo de fuego” de las armas, y la propia película puede ser vista como una reivindicación de la “América real” frente al resto del país y una Europa —un continente traicionero y débil para la derecha estadounidense— que, según aclara un coronel, se ha declarado neutral a raíz de una moción del Bundestag controlado por Los Verdes (¡cómo cambian algunas cosas!), a excepción de Reino Unido, a la sazón gobernado por Margaret Thatcher. Amanecer Rojo era, por cierto, la película favorita de Timothy McVeigh, el autor del atentado de Oklahoma de 1995.

“Miedo neurótico”

Más interesante resulta el escenario de invasión. Siegmund Freud habló de “miedo neurótico” para describir una situación en la que no existe ningún peligro real que pueda llegar a suponer una amenaza para la existencia del sujeto, pero por el que la persona comienza a experimentar inseguridad y a fantasear con que algo puede sucederle sin saber exactamente el qué ni qué es lo que le produce el miedo.

Con estas visiones apocalípticas —que se remontan, como es sabido, a la década de los cincuenta tras el lanzamiento del primer Sputnik—, la industria cultural estadounidense, más que contra un enemigo que no tiene capacidad real de invasión, se vacuna contra toda posibilidad de un repunte de la lucha de clases en su propio país.

La respuesta, en cualquier caso, asume irónicamente una forma de resistencia popular contra el invasor, una suerte de inversión de papeles de las películas de Vietnam. Y también una deformación: las frecuentes imágenes de infraestructuras de conocidas multinacionales dañadas son una cruda asociación que vincula el capital privado con la nación estadounidense, hasta el punto de confundirse en una y sola misma cosa, recordando la vacilación del Coronel Bat Guano en Dr. Strangelove (Stanley Kubrick, 1964), cuando este se negaba a disparar a una máquina de Coca-Cola para conseguir una moneda con la que realizar una llamada telefónica y evitar, así, el estallido de una Tercera Guerra Mundial porque la destrucción de una máquina de refrescos podía ser calificada de grave violación de la “propiedad privada”.

En otra de las escenas de Amanecer rojo aparece un campo de prisioneros en el que se emiten películas para el “lavado de cerebro” de los internos en las que se habla, entre otras cosas, del carácter republicano-democrático de los padres fundadores como si fuera una invención de la propaganda soviética y no un hecho documentado por los historiadores.

La historia, con sus avances y retrocesos, ha seguido su paso y hoy la paranoia de Amanecer rojo vuelve a ser actual: la cobertura simplista y maniquea de Rusia en los medios occidentales de estos últimos años —y, obviamente, su reflejo en la industria cultural— lo atestigua.

Además, de manera evidente, en ella se inspiran —e incluso toman la icónica escena de los paracaidistas soviéticos descendiendo sobre suelo estadounidense— el videojuego World in Conflict (2007) y su secuela, World in Conflict: Soviet Assault (2009), ambos de Massive Entertainment, en los que la URSS, antes de ceder a su desintegración, decide iniciar una invasión de Europa y EEUU con el apoyo de China. El propio Milius colaboró en el desarrollo de otro videojuego, Homefront (Kaos Studios, 2011), en el que EEUU se enfrenta a una invasión norcoreana. La compañía le obligó a modificar el enemigo de chino a norcoreano por miedo a que afectase las ventas en ese país.

Al año siguiente, el remake de Amanecer rojo, dirigido por Dan Bradley y con Chris Hemsworth como protagonista, se vio forzado a realizar el mismo cambio una vez finalizado —sustituir digitalmente las banderas y propaganda norcoreana costó un millón de dólares— por la misma razón, a pesar de la imposibilidad evidente de una invasión norcoreana, incluso con apoyo ruso. El fime pinchó en taquilla y cosechó peores críticas que su predecesor, y llegó a obtener una nominación a los Premios Razzie. El dato picante: en la primera versión del remake, Beijing reclamaba a EEUU el pago de los bonos del tesoro en su posesión (entonces valorados en 1,3 billones de dólares) y, al no poder satisfacer la demanda, los invadía.

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