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Cine
Atlàntida Film Festival: estampas del mundo presente, retratos de represiones pasadas y una inspiración en la ciudad muerta
Un año más, el festival Atlàntida ofrece decenas y decenas de largometrajes a través de los cuales tomar la temperatura del estado del mundo y de sus cinematografías. Aunque Europa es el eje de la programación, no todas las propuestas vienen del mismo continente. Y, por fortuna y acierto de los programadores, la mirada va más allá de la Unión Europea y sus industrias audiovisuales más consolidadas para expandirse hasta Azerbayán (como la arriesgada, pero potencialmente muy sugerente In between dying) o Turquía (el intenso drama Mi mejor amigo, ubicado en un internado de funcionamiento punitivista).
Varios de los filmes presentes en la programación tratan de las fronteras como heridas o como armas arrojadizas que dañan. Uno de los más destacados es el sobrio documental The wire. Una parte del proyecto multipelícula Borderline, supone una mirada a la vida alrededor de la valla y el alambre de espino que intenta separar la frontera entre Croacia, parte de la Unión Europea pero no perteneciente al espacio Schengen de supuesta libre circulación de personas, y Eslovenia, también país miembro de la UE que sí está dentro de los límites de Schengen.
En ‘The wire’ destacan las personas posicionadas: aparecen los que se oponen la valla y no ven a quienes migran como una amenaza, pero también aquellos que hablan de invasiones musulmanas y persiguen activamente a estos últimos
En The wire destacan las personas posicionadas: aparecen los que se oponen la valla y no ven a quienes migran como una amenaza, pero también aquellos que hablan de invasiones musulmanas y persiguen activamente a estos últimos. También se da voz, a menudo sin imágenes, a los protagonistas (casi) invisibles del conflicto: los que intentan cruzar la frontera. En los márgenes del cuadro, o dentro de él como convidados silenciosos a una reunión vecinal, queda aquella población (¿mayoritaria?) que no se pronuncia.
El problema humanitario se combina con varias alertas sobre las connotaciones desafortunadas de situar una frontera dura en un rincón del mundo con conflictos territoriales activos, que convive con el dramático legado de los choques militares y paramilitares, los genocidios y los odios étnicos o nacionales, tras la descomposición de la antigua Yugoslavia. A lo largo del documental aparecen tanto iniciativas de hermanamiento balcánico más allá de las fronteras como conmemoraciones antifascistas, mientras asoma en paralelo la penetración de los idearios ultraderechistas contemporáneos.
Documentos observacionales
El realizador Miguel Eek se ha acercado en Próximamente últimos días a los interiores de CineCiutat, el antiguo emplazamiento mallorquín de los Cines Renoir, que se convirtió en un proyecto asociativo cuando los antiguos responsables cerraron las instalaciones. Quizá el principal atractivo de la película radica en que supone una crónica desde la iniciativa desde su interior, que muestra las dificultades de mantener el interés en el proyecto, el desafío de mantener una cierta tensión en las personas asociadas o simpatizantes para que sigan apoyándolo.
Eek rehúye los triunfalismos asociacionistas y visualiza las dificultades del trabajo voluntario o precario. Destaca una mirada a los trabajos cotidianos alrededor de la sala, que continúan existiendo a pesar de la mecanización o digitalización de algunas tareas. Eek filma desde la simpatía y empatía a estos hombres y mujeres que sobrellevan la frustración por el deterioro de las instalaciones y las dificultades que eso les supone.
‘An ordinary country’ es otra muestra de documentalismo sin artificios. El realizador polaco Tomasz Wolski trabaja metraje encontrado que proviene de los aparatos de vigilancia ciudadana de la Polonia comunista
Próximamente últimos días es una mirada observacional: plantea entre lineas una evolución cronológica de los acontecimientos, pero apuesta por los bocados de realidad que no son hilados a través de un relato periodístico. An ordinary country es otra muestra de documentalismo sin artificios. El realizador polaco Tomasz Wolski trabaja metraje encontrado que proviene de los aparatos de vigilancia ciudadana de la Polonia comunista. Ofrece una sucesión de estampas, tanto mudas como dialogadas, de la faceta más paranoica de la Europa comunista.
Antes de las posibilidades desatadas de la videovigilancia digital masiva del presente, los procedimientos eran más artesanales. Algunas de las grabaciones son apenas fragmentos, carentes de contextos ni historias que se puedan recuperar o imaginar fácilmente. A lo largo del camino sí aparecen algunos momentos de tensión dramática que emerge del fragmento encontrado, como el estira y afloja de presiones y manipulaciones a un hombre para que se convierta en informante.
Infiltrados por la publicidad
Now sirve de ejemplo de la penetración en nuestras vidas de las inercias del lenguaje publicitario, de sus maneras de mirar y explicar el mundo. El fotógrafo, fotoperiodista y cineasta Jim Rakete se acerca a diversas iniciativas ecologistas, todas ellas encabezadas por jovencísimos activistas como Vic Barrett (Our Children's Trust), Greta Thunberg (Fridays for Future) o Felix Finkbeiner (Plant for the Planet Foundation).
Rakete da tiempo de expresión a estos proyectos y a sus impulsores, cosa que probablemente tiene interés en sí misma, pero apuesta por montajes musicales con los que vestir de un añadido de entusiasmo las escenas de movilizaciones. El propósito probable es estimular una respuesta pasional en la audiencia con estrategias cuasi promocionales, quizá para suavizar el contenido duro de los parlamentos de Thunberg y compañía sobre las dimensiones colosales de la emergencia climática. El cineasta Wim Wenders, autor de El cielo sobre Berlín o París, Texas, aparece como invitado intergeneracional.
‘Soros’, de Jesee Dylan incluye gestos más propios de un publirreportaje, al utilizar música sensible para acompañar imágenes de Soros estrechando manos
Soros, por su parte, es un retrato oficialista de la labor de George Soros, especulador a gran escala que ahora se define como filántropo político. Nacida del mismo entorno de la figura biografiada —relata la vida de este alimentada de su propia voz y de las voces de algunos de sus colaboradores— parece un intento de refutación de las críticas que recibe el multimillonario por la influencia que ejercería por su capacidad financiera a través de entidades como Open Society Foundations. El filme de Jesee Dylan incluye gestos más propios de un publirreportaje, al utilizar música sensible para acompañar imágenes de Soros estrechando manos.
Curiosamente, los responsables de Soros no prestan mucha atención a las ideas sobre economía del biografiado, como su concepto de la reflexividad, que alude a la evidencia de que las premisas falsas en el ámbito económico pueden transformar esa misma realidad. Aunque sus conceptos tengan algo de obvio, no dejan de tener un cierto valor: el pasado del húngaro como gigante del casino financiero permite que sus ideas tengan presencia en espacios mediáticos donde se defiende la supuesta objetividad de la ‘ciencia’ económica entendida como técnica ‘apolítica’ a la manera neoliberal. La inclusión en el documental de algunas voces críticas con el magnate no resulta especialmente cuestionadora por lo extremado de sus palabras y las ágoras (como Fox News) donde las difunden.
Un relato de angustia
Entre los documentales y las ficciones, el Atlàntida también tiene algún espacio para la narrativa inspirada en hechos reales. Un ejemplo de ello es Los inocentes. El realizador Guillermo Benet firma un filme que, como su anterior cortometraje homónimo, se inspira en los sucesos que tuvieron lugar en el desalojo del Palau Alòs de Barcelona, cuyas consecuencias fueron tratadas en el documental Ciutat morta. Tras una intervención policial, un policía resulta muy afectado (de manera letal en la ficción, de manera gravísima en la realidad) por el lanzamiento de un objeto contudente.
‘Los inocentes’, de Guillermo Benet’, se inspira en el interés que le despertó esa idea de los culpables que callan, y que siguen en silencio cuando unos falsos culpables acaban siendo condenados por sus acciones
Benet opta por una propuesta autolimitada, contenida y austera, que no quiere devenir un thriller de autor ni mover los resortes más o menos melodramáticos del drama convencional. Tampoco pretende reconstruir los acontecimientos reales de los enfrentamientos con la policía, y menos aún aborda el juicio posterior. El realizador se inspira en el interés que le despertó esa idea de los culpables que callan, y que siguen en silencio cuando unos falsos culpables acaban siendo condenados por sus acciones.
Los inocentes presenta una y otra vez los enfrentamientos alrededor de un centro okupado, vistos con ciertas diferencias a través de la mirada de diversos personajes, y la posterior noche de angustia cuando se conoce que ha fallecido un polícia al que (¿ellos, otros?) lanzaron una piedra. Sus responsables emplean un inusual formato de encuadre que intenta potenciar la sensación de sentirse atrapado. Sea como sea, el visionado de la propuesta puede resultar algo árido. Al fin y al cabo, está muy marcada por las renuncias. Al apartarse de cualquier espectacularización, al marcar distancias con la convención de estimular de manera insistente la identificación con uno o varios personajes, Benet deja en un lugar (¿adecuadamente?) incómodo a la audiencia que no tiene a su disposición algunos de los cómodos asideros que suele proporcionar la ficción audiovisual.