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Ana Penyas (Valencia, 1987), autora del multipremiado artefacto ilustrado Estamos todas bien (Salamandra, 2017), se confiesa contenta y estresada. Ganar el Premio Nacional del Cómic le ha cambiado la vida, y la ha convertido en una figura pública con un sinfín de ofertas esperando en su correo electrónico. Hija de Benimaclet, barrio de Valencia desde el que ha forjado su mirada activista, reside desde hace un tiempo en Madrid, ciudad desde la que sigue trabajando en colectivo —en Carabancheleando y en la Eskalera Karakola de Lavapiés— y donde dibuja su próximo cómic, dedicado al crucial tema del turismo.
La última vez que conversamos fue el pasado verano, en un mesa redonda organizada por la Universidad de Alcalá de Henares. En aquel contexto, y premiada como autora revelación en el Salón del Cómic de Barcelona, hablamos de la vida precaria propia del freelance creativo y sus servidumbres, aunque este tema quedaba un tanto matizado en tu caso, pues comenzabas a recoger, por aquel entonces, los frutos de tu trabajo. ¿Qué puedes decirnos de tu situación presente?
Si pienso de un año a otro a un nivel material, económico, que al final es tan importante para las autoras y los autores como el creativo, ha cambiado todo. Tengo el privilegio de trabajar en el tema que más me motiva y dedicarle el tiempo que considere necesario. Hasta aquí la teoría, que suena muy bien, pero creo interesante apuntar que los premios exigen mucho trabajo. La idea del premio como dador de paz, de tiempo, contrasta con la realidad de las propuestas, la gestión del correo, así como aquellos compromisos que trae aparejados y que tienes que cumplir. Entonces, blindas los momentos de dedicación al proyecto, de estar tranquila creando, a la vez que aprendes a gestionar el entusiasmo, que diría Remedios Zafra, y lidias con esta sensación constante de no llegar a todo.
Cuando volví a Valencia a estudiar Bellas Artes, también comencé a militar en el entorno libertario de la ciudadDado tu compromiso con los activismos y la autogestión, que tiene mucho que ver con el camino creativo que has ido escogiendo a lo largo de tu vida profesional, ¿cómo se han ido moldeando tu trazo y tu mirada?
Creo que tuve la suerte de comenzar la carrera de Bellas Artes tarde. Antes hice Diseño Gráfico, que me sirvió para hacer amistades, tener experiencias en el extranjero e interiorizar una cierta metodología de proyecto. Aprendí a ser muy ordenada aun desarrollando proyectos artísticos. Y cuando volví a Valencia a estudiar Bellas Artes, también comencé a militar en el entorno libertario de la ciudad. Esto fue en 2011, el año del 15M. Previo a esta época, yo ya había estado en colectivos como Histeria Colectiva, que ya no existe, y en este periodo simultaneé aprendizajes artísticos y activistas, por lo que ambos fueron a la par. Me encargaba del trabajo de cartelería, por ejemplo, trabajos que siempre tienen que hacerse en las militancias y a veces la gente no sabe cómo, así que yo me encargaba de esos menesteres, entre otros, lo que supuso un entorno idóneo para la experimentación. Desde carteles para Histeria Colectiva, pasando por un fanzine enfocado en dar voz a las mujeres presas, hasta otro tipo de proyectos que me permitían ir desarrollando un discurso desde las formas, y viceversa.
A su vez, en Bellas Artes nos fueron dando margen para la experimentación, sumado a que yo tenía más edad que muchos de mis compañeros y había madurado más ciertos temas y estrategias, como hacer denuncia política desde el costumbrismo o la necesidad de sintetizar una estética con la que me sintiera identificada, también en el entorno libertario. Es por esto que planteé ciertas innovaciones en las formas…
Todos formamos parte de un proceso colectivo de maduración de discursos y estéticasQue también implican ciertos cambios en el contenido.
Es que estamos hablando de un tiempo en el que el feminismo no estaba en la primera plana. Era ese momento en el que, sutilmente, cambiaba el sujeto, por ejemplo. Recuerdo, además, que todo esto lo hacía con cierta timidez. Hay que tener en cuenta que el clima de opinión de entonces no era el actual, incluso en colectivos de izquierda. Todos formamos parte de un proceso colectivo de maduración de discursos y estéticas. En mi caso, además, ha habido proyectos puntuales que me han servido para llegar a otros niveles. Como las memorias de Longinos Lozano, republicano nacido en una aldea de Requena en 1909, que realizamos en colectivo ya al final de la carrera. Es un proyecto muy especial que me propone un amigo bibliotecario —del Ateneo Libertario Al Margen— y desde el cual articulamos un grupo de investigación que trabaja de manera holística, interdisciplinar, la autobiografía de Lozano: entrevistamos a las personas que habían tenido contacto con él, exploramos el archivo de Requena… Fue una inmersión brutal y, sin yo saberlo en aquel momento, me dio las claves desde las que abordar mis trabajos futuros.
Podríamos decir que este trabajo autoeditado, cuyo título es Los días rojos de la memoria, fue algo parecido a encontrar un mapa desde el que trazar nuevos rumbos.
Desde luego. Estamos todas bien comienza muy poco después de este proyecto, y en él pueden encontrarse claves que estuvieron presentes en las memorias de Longinos Lozano, como son las historias de vida y el archivo como herramienta creativa; ya sabes, siempre entre lo documental y lo expresivo. Creo que, al rodearme de profesionales de la antropología y la sociología, sobre todo, mi manera de desarrollar los proyectos ha tenido y tiene más que ver con estas disciplinas que con las Bellas Artes. O así lo veo yo.
Lo bueno de todos estos proyectos, así como del entorno anarquista en el que militaba, es que, al tener todo un carácter de autoedición, los formatos eran híbridos y no me planteaba qué estaba haciendo, tan solo mezclaba de una manera intuitivaLo que contrasta, además, con tu recorrido artístico, desde una plasmación de imágenes, que podemos identificar con ilustración, al cómic como medio.
Lo bueno de todos estos proyectos, así como del entorno anarquista en el que militaba, es que, al tener todo un carácter de autoedición, los formatos eran híbridos y no me planteaba qué estaba haciendo, tan solo mezclaba de una manera intuitiva. Algunas de las imágenes son ilustraciones completas, trabajos más cercanos a un álbum ilustrado, y otras son fragmentadas, emulando las viñetas de los tebeos. A partir de entonces, comencé a mezclar todas estas imágenes de una manera más orgánica. Como tenía que contar muchas cosas en poco espacio, la estrategia lógica para mí siempre ha sido la de la fragmentación.
¿Cuáles dirías que eran, por aquel entonces, tus influencias artísticas, las que han marcado tu trabajo creativo hasta el presente?
Lo bueno de Bellas Artes, precisamente, fue todo el saber y la experiencia que me ofreció y que absorbí como una esponja. Referentes que asoman su influencia en mis trabajos, como George Grosz y el expresionismo pictórico de entreguerras. Otra disciplina que me interesa muchísimo es la fotografía, hasta el punto de sentirme a veces como una fotógrafa frustrada. Es una pasión que tengo desde siempre —más como observadora que como ejecutora— y que he sublimado, como has dicho tú alguna vez, en la idea de álbum familiar que representa Estamos todas bien. La tercera disciplina es, sin duda, el audiovisual documental; más concretamente, toda esta nueva línea de docuficción que tanto me inspira, sobre todo, por la libertad formal que alberga, la hibridación de géneros y, como te decía antes, la fragmentación. En este sentido, mi influencia viene más de lo fílmico que del propio cómic. De este último, por aquel entonces me interesaban especialmente autores ligados a lo pictórico, como Jorge González o Pablo Auladell. También artistas que habían trabajado el archivo y la memoria histórica, como Francesc Abad con el proyecto Camp de la Bota.
Todo esto desemboca en Los días rojos de la memoria, pero también en mi proyecto final de carrera, que es la génesis de Estamos todas bien, cuatro páginas donde se conjugaron las experiencias de vida de mis abuelas, el espíritu de recuperación de la memoria y la militancia feminista. El germen de todo, vaya.
Los viajes y las estancias artísticas han venido a marcar los siguientes pasos de tu producción artística como ilustradora, cartelista y autora de cómic. ¿Cómo has vivido estas experiencias?
He aprendido muchísimo en los viajes, pues siempre te quedas con ideas e impresiones, e incluso estéticas. En mi caso, estéticas ligadas a la crudeza que han transformado, incluso, mi manera de pensar. También me han permitido tener tiempo para llevar a cabo proyectos, como la estancia un tanto autogestionada, todo sea dicho, que viví en Oporto, documentando e ilustrando los procesos de gentrificación que afectan a esta ciudad; y otros viajes que he podido realizar gracias a los premios, como a México o Colombia, y siempre muy vinculada a la producción gráfica de colectivos activistas de las ciudades en las que he estado. De todas ellas, me impactó el trabajo de la cooperativa Cráter invertido, en México DF, que produce fanzines de estética moderna vinculados con temas sociales, así como el ambiente creativo general, muy consciente y comprometido con los movimientos sociales.
Ya por mi cuenta, estuve un tiempo en Buenos Aires en el espacio autogestionado La Casona de Flores aprendiendo serigrafía, trabajando y proponiendo imágenes feministas con las compañeras.
¿Por qué allá a dónde voy solo veo flúor y no veo una reflexión identitaria más compleja?¿Y qué opinión tienes sobre las dinámicas y estéticas que se dan en los espacios autogestionados, también en Latinoamérica?
Los entornos donde se desarrollan todas estas iniciativas suelen ser urbanos y las propias redes reproducen, sin querer, una lógica centralista. En el caso de los fanzines, por ejemplo, es evidente que existe una homologación de estéticas. Y, a veces, triste homologación, porque hace que te preguntes de dónde proviene, dónde está el germen, a quién estamos copiando todos [Risas]. ¿Por qué allá a dónde voy solo veo flúor y no veo una reflexión identitaria más compleja?
Vale que en México sí encontré fanzines más marcianos, como los de Cráter invertido, y es cierto que existen unas estéticas globales, que definen lo que entendemos por moderno hoy, pero creo que es muy difícil encontrarse expresiones artísticas diferentes, verdaderamente innovadoras. Esto está relacionado con los entornos de los fanzines, donde los unos se miran a los otros y apenas se sale de los mismos imaginarios. Aunque he de admitir que esto lo he observado más aquí que en Latinoamérica. Destacaría los trabajos del brasileño Rafael Coutinho y del peruano Jesús Cossío, con los que tengo en común la gráfica de la memoria histórica, lo que me lleva a reflexionar mucho sobre este tema cuando estoy allí.
¿Qué piensas de que los temas de memoria se estén convirtiendo en el nuevo mainstream?
Creo que una parte puede deberse a ese silencio previo, al hecho de que haya habido una carencia —y un cierto desinterés, todo sea dicho—. Si pienso en España, me da la sensación de que ha habido una época —las décadas de los años 80 y 90— en la que todo lo ocurrido parecía no importar, algo que en el 15M se cuestionó, concluyendo que, si estamos donde estamos hoy, es debido a un pasado que no está resuelto.
La memoria se ha saltado una generación y parece que las nietas y nietos estemos obsesionados por preguntarle a abuelas y abuelos a propósito de sus vidas y sentires
Aparte de que la memoria es una obsesión personal, es cierto que se está generando un boom de la memoria histórica, y no hay que desdeñar el factor generacional o, al menos, esa es la sensación que yo tengo a la hora de tratarlo en mi entorno. Por un lado, está el tema de que la memoria se ha saltado una generación y parece que las nietas y nietos estemos obsesionados por preguntarle a abuelas y abuelos a propósito de sus vidas y sentires. Por otro, es obvio que, desde la parte feminista, se ha detectado una carencia de historias y voces de mujeres de esa época. En este contexto, yo me siento parte de una voz colectiva de la que también forman parte muchas de mis amistades, personas que ya estaban haciendo esto mismo en sus respectivas disciplinas.
¿Y qué puedes decirnos de tu próximo trabajo? ¿El planteamiento es radicalmente distinto o estás trabajando sobre ideas ya abordadas anteriormente?
De cara al nuevo proyecto he decidido escucharme a mí misma, aunque he de admitir que siempre es complicado obviar otras voces, lo ya realizado, nuestro propio tiempo. Por ahora, el nuevo cómic trata sobre el turismo, abordado desde una perspectiva histórica. Comienza en los años 60 y llega hasta este nuevo siglo. El feminismo es un tema transversal en esta obra, pero no va a ser el tema. Va a haber, además, muchos personajes masculinos —me apetece mucho trabajar con personajes masculinos— y quiero explorar con este tebeo épocas no tan codificadas, como los años 90 y los 2000; épocas de las que yo tengo recuerdos, pero que no están politizados al ser yo una niña o una adolescente. Un universo menos explorado gráficamente, con menos referentes y más posibilidades. Quería un reto, y creo tener las claves para que funcione.
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Ana, desde El rumor de las multitudes (blog de filosofía y política de este medio) queremos agradecerte públicamente la cesión de una imagen de uno de tus cómics como banner para el blog. Abrazos!