Desahucios
Caixers, 2 aguanta la primera embestida judicial

El bloque ocupado ha logrado, en la mañana del 5 de septiembre, aplazar el desalojo de una parte de sus vecinas.
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Un cartel sobre los desahucios en Caixers, 2 Sergio Aires Machado

Avanzando por la calle Danses, en València, se comienza a escuchar murmullo: risas, conversaciones entremezcladas y algún que otro grito. Ruido que se intensifica a medida que uno se aleja de La Lonja camino de Caixers, origen del jaleo. Son las ocho y media de la mañana del lunes y en la puerta de Caixers, 2 se agolpan varias decenas de personas. Una mesa al lado del portal ofrece desayuno a todo el que quiera: barras de pan, hummus, tomate y bizcocho. El ambiente es festivo, hay hasta globos y un cartel donde se lee “feliz cumpleaños”. No parece lo que realmente es: la resistencia a un desahucio”.

“Recargando pilas para lo que viene”, cuenta una de las militantes, que también participó en la ocupación del edificio en 2020, aunque aún no le ha llegado el momento de su desahucio. Y es que cada una de las viviendas ocupadas del bloque tiene abierta una causa diferente, lo que hace que cada una de ellas tenga un juez independiente, así como una fecha de ejecución diferente.

Cada una de las viviendas ocupadas en Caixers, 2 tiene abierta una causa diferente, lo que hace que cada una de ellas tenga un juez independiente, así como una fecha de ejecución diferente

Ese es, de hecho, uno de los temas de conversación recurrentes mientras se espera a que llegue la comitiva judicial, cuya aparición está prevista para las 10:00. El sentimiento de que esto solo acaba de empezar es común, pero precisamente por eso una victoria ahora sería el mejor momento de arrancar con la ola, más aún cuando se tiene en mente que este es uno de los pocos reductos de resistencia frente a la gentrificación presentes en el barrio del Carmen.

A pesar de ello, los habitantes del edificio no contemplan la opción de marcharse. Noelia y Carlos, los dos afectados en esta ocasión, lo tienen claro: sus condiciones económicas y laborales chocan de frente con una ciudad donde los alquileres son cada vez más caros y en la que se expulsa a los vecinos a la periferia, para dejar un casco histórico libre para el turismo. “Hemos normalizado demasiado el que te tengas que asociar con gente, muchas veces desconocidos, para poder tener una casa, cuando es una opción que no siempre es buscada”, denuncia Carlos, que concluye: “con nuestros sueldos no podemos hacer frente a un alquiler en València”.

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Las vecinas se unen para resistirse al desalojo anunciado. Sergio Aires Machado

“Cuando sales a la calle es difícil encontrarse con alguien que hable castellano o valenciano”, relata Carlos. El turismo ha invadido todos los rincones del barrio del Carmen, y todo está preparado para que esto siga pasando: “todo está pensado para ellos, desde los bares hasta el horario del camión de la basura”. La calidad de vida también se ve afectada por la turistificación, ya que al salir por la mañana “te encuentras vómitos o incluso excrementos de personas que luego les toca limpiar los servicios de limpieza, pero claro, limpiarlo para ellos”.

Es por eso que su decisión de ocupar una vivienda no surge solo de la necesidad, sino que es también un “lucha política”, mediante el cual “reivindicar el derecho a la vivienda para todo el mundo y poner el foco en la gentrificación”. Algo que trae consigo el peso de que toda los aspectos de la vida estén marcados por la lucha, lo que puede “agobiar un poco”, pero que “cobra todo su sentido en días como este”, cuenta Noelia.

Sienten, además, el apoyo de los vecinos. “La gente del barrio nos apoya en su mayoría, por mucho que los medios sigan propagando bulos sobre la ocupación”, asegura Carlos. Algo recíproco, pues en lo que dura la concentración frente al edificio, tanto los habitantes del bloque como los militantes no paran de hablar con Teresa, de 84 años, y Paloma, que vive junto a su hijo de 14 años —las dos únicas vecinas que han resistido a las presiones de Good Capital Investment S.L., el fondo buitre rumano-valenciano que es ahora el propietario de la finca—.

Su decisión de ocupar una vivienda no surge solo de la necesidad, sino que es también un “lucha política”, mediante el cual “reivindicar el derecho a la vivienda para todo el mundo y poner el foco en la gentrificación”

A la hora prevista, la comitiva judicial hace acto de presencia, eso sí, manteniendo las distancias, pues se quedan en la calle perpendicular valorando qué hacer ante la presencia de los militantes en el portal. Ahora, el ambiente se torna más festivo incluso. Una dulzaina, un ukelele y unas castañuelas animan a los allí presentes a ritmo de himnos de la militancia de barrio como “L’estaca” de Lluís Llach, “Ellos dicen mierda nosotros amén” de La Polla Records o el “Bella ciao”. Siempre mirando de reojo, eso sí, a los hombres con camisa, que cada vez parecen más inseguros.

Durante una hora la incertidumbre se mezcla con los bailes y la música, aderezados a última hora con la amenaza de la llamada a los antidisturbios. Precisamente cuando los allí presentes empiezan a preparase para esa posibilidad, una llamada del abogado de la defensa hace estallar los gritos y los abrazos: el desahucio se ha parado. Alivio y alegría por la noticia, pero una nueva fecha ya dibujada en el horizonte: el 14 de septiembre a las 9:15. Eso sí, con una militancia construida sobre los afectos y el cariño , y con la experiencia de que funcionan, pues “los cuidados son revolucionarios”, comentaba una de las militantes junto a la mesa del desayuno y justo antes de abrazar a otra de sus compañeras.

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