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Feminismos
Así en la letra como en la mano: la política del cuidado de Joan C. Tronto
Pensé millares de preguntas, pero ninguna parecía lo suficientemente interesante como para romper el hielo. Era 21 de noviembre. A media mañana salí de una hermosa casita con jardín en Ottawa, Canadá, donde estaba de estancia de investigación, y me dirigí al aeropuerto. El taxista me contó que él también volaba por Acción de Gracias, a Miami. ¿Tienes familia en Manhattan? No, lo cierto es que no. Voy a convivir cinco días con Joan C. Tronto. ¿Quién? Una de mis referentes intelectuales.
En realidad, ya había pasado mucho tiempo con ella, de un modo más bien fantasmático. Unos meses atrás había dedicado días y noches a la traducción de Caring Democracy al catalán, mientras Jean-François Silvente hacía otro tanto en español. Luego lo había aderezado con un prólogo breve. El libro salió a la venta este pasado febrero gracias a la confianza y el empeño de la editorial Rayo Verde y creo de verdad que va a rellenar un hueco incomprensible en el debate público.
Para quiénes no la conozcan, Tronto es una de las teóricas políticas feministas que más desarrolló y ayudó a asentar las bases políticas del cuidado desde la década de los ochenta. Sus libros y artículos han viajado por todo el mundo y han suscitado debate y nuevas líneas de pensamiento y posibilidad. Es, lo que podemos llamar, un peso pesado dentro de una disciplina minúscula que ha ido ganando terreno dentro y fuera de la universidad.
Y ahí estaba yo, saliendo de Penn Station en una tarde lluviosa, cargada con un vino dulce y galletitas para perro. Voy a ahorrarme la mezcla de goce, épica y abismo que sentían mis tripas; me remito al texto que publicó hace poco Belén Liedo (“Todas somos impostoras”). Iris, solo es una mujer cuyos abuelos emigraron de Italia para alejarse de la dictadura. En parte. Tronto también ha sido una pionera, y acaba de recibir el Benjamin E. Lippincot Award como reconocimiento a la carrera excepcional de un teórico político en vida. El mismo premio que habían recibido personajes como Hannah Arendt, Karl Popper, Simone de Beauvoir o John Rawls. Aquello era excepcional.
La primera sensación fue de cálida acogida. ¿Cómo he acabado yo aquí? Si tengo la tesis a medio hacer, si llevo el estigma mediterráneo. A los dos días solo podía definir la experiencia con una palabra: abrumadora. No solo me había invitado a su casa, sino que había preparado un pan casero, me contaba alegremente todo lo que hacía y le quedaba por hacer, fuimos al MoMA y respondió a mis preguntas con pasión. Soy más bien de dar y hacer que los demás se sientan cómodos; lo de recibir de forma constante y sin posibilidad de reciprocidad me desarma.
Tardé un rato en separar a la persona del ideal, lo cual es necesario. Y también asumí que yo, que andaba buscando confirmación a mis hipótesis de investigación y un poquito de ayuda de la auctoritas, iba a tener que defenderme sin ella, pues Tronto, en realidad, nunca había pensado en las cosas que yo le estaba contando ni había una verdad que ella hubiera alcanzado antes que yo y que ahora pudiera avalar mis intuiciones. Lo que sí descubrí es que se trata de una persona muy coherente, que vive conforme a sus teorías. Así en la letra como en la mano.
Educación
La filosofía en la Academia Todas somos impostoras
Los orígenes de la ética del cuidado
Lo que hoy en día conocemos como ética del cuidado es una corriente de pensamiento interdisciplinar cuyos orígenes se remontan a los años ochenta del siglo XX, momento en el que el feminismo de la segunda ola se bastó de las distintas corrientes teóricas existentes para pensar sus preguntas fundamentales y que tiene como punto nodal justamente eso: el cuidado.
La mayor parte de la literatura concede su nacimiento en la obra de Carol Gilligan In a different voice (1982). Gilligan era experta en psicología del desarrollo moral, es decir, en los estudios sobre como los humanos elaboramos nuestras reflexiones al enfrentarnos a dilemas morales, y criticó los modelos preexistentes de Lawrence Kohlberg al sostener que sus teorías sobre las etapas de desarrollo moral sufrían un sesgo de género.
Tras incluir sujetos femeninos en los estudios, concluyó que la diferencia en los resultados correspondía a una diferente comprensión del dilema moral según si la persona había sido socializada como hombre (lo que llamó ética de la justicia) o como mujer (lo que llamó ética del cuidado).
En el primer caso, el dilema moral se entendía como un choque entre dos derechos o principios universales en conflicto entre sujetos autónomos e independientes donde no quedaba claro cuál debía prevalecer. En contraposición, el segundo caso caracterizaba el dilema moral como un conflicto entre responsabilidades, por lo que su solución requería una forma de pensar contextual y narrativa, que entendiera y estudiara las relacionales en vez de centrarse en los derechos formales y los principios.
Otras estudiosas, sin embargo, consideran que esta corriente política es más bien deudora de la obra Maternal Thinking (1980), de la filósofa estadounidense Sara Ruddick. En esta obra, Ruddick describió la maternalidad como una práctica humana fundamental que se habría asociado históricamente con las mujeres y con otros grupos marginados pero que carecía de relación esencial con el sexo o la identidad de género. Además, apeló a la conciencia feminista para cuestionar las estructuras que devalúan las prácticas de cuidado hacia los demás e hizo un llamamiento a poner el cuidado en la esfera pública.
Guiadas, en parte, por esas lecturas, autoras como Tronto o la filósofa Virginia Held rechazaron una comprensión de la ética del cuidado como una ética femenina, o dedicada a analizar cuestiones que afectaban exclusivamente al comportamiento de las mujeres; al contrario, la ética del cuidado se entendía como un disruptor de los modelos sociales y políticos imperantes, que debían analizarse bajo las diferencias de género, clase social y raza.
La ética del cuidado se entendía como un disruptor de los modelos sociales y políticos imperantes, que debían analizarse bajo las diferencias de género, clase social y raza.
En Moral Boundaries (1993) Tronto desarrolló a fondo estas dos cuestiones: ¿Por qué hablamos de teorías morales si el objetivo es desarrollar una propuesta política? ¿Cómo se relacionan la moral y la política? La respuesta rápida es que la autora no entiende la moral como una serie de normas ideales a priori que se elaboran para guiar una forma de actuar en el mundo. Por el contrario, la filosofía moral está condicionada por y se desarrolla en un contexto social y político particular. Lo que le interesa saber es cómo se desarrollan las prácticas morales en el día a día.
Defender la existencia de una moralidad femenina esencial como hacían algunas pensadoras feministas de los ochenta es ignorar el contexto político de sus argumentos a cuenta y riesgo y limitar su potencial de cambio. Según Tronto, el discurso de la moralidad femenina quedará constantemente sepultado y desactivado porque hay una serie de fronteras establecidas que lo mantienen constantemente en la periferia. Con esta lectura sobre las posibilidades de éxito de la teoría feminista, Tronto realizó un amplio análisis de las causas que provocan la falta de impacto de los discursos feministas en la arena pública.
Veinte años después de Moral Boundaries, Tronto fue un paso más allá en el desarrollo de su propuesta eticopolítica feminista y publicó Caring Democracy (2013). En este libro, Tronto nos habla de una historia de dos déficits: el de cuidados y el democrático. Para ella, no pueden comprenderse el uno sin el otro: son dos caras de una misma moneda. Ello quiere decir que no solo debe democratizarse el cuidado (y lleva a cabo un lúcido análisis sobre la distribución de responsabilidades sociales de cuidado, y de los pases de privilegio adquiridos), sino también que la democracia misma está en riesgo si no se la cuida.
La economía ha secuestrado a la política, hasta el punto de que su única función parece ser permitir el libre desarrollo económico neoliberal. Entendido como ideología, el neoliberalismo hace presunciones problemáticas sobre el cuidado: da por hecho que el mercado es la institución más capaz de resolver los conflictos, asignar recursos y permitir que los individuos elijan. Además, define la libertad como la capacidad de elección de actores racionales entre una serie de opciones disponibles en el mercado, por lo que cualquier interferencia es tomada como una coacción a la libertad. Tronto nos lanza una contrapropuesta a esta cosmovisión y nos anima a actuar políticamente: “Conservo la esperanza en las posibilidades políticas que nacen de las visiones de unas sociedades más cuidadoras y más justas”.
¿La ética de los cuidados como utopía?
Con gran generosidad, me concedió más de dos horas de entrevista (que puede leerse aquí). De fondo, el olor de salsa de arándanos y la Macy’s Thnksgiving Parade televisada en todo el país; fuera, un hormigueo de personas cargando bandejas de aluminio al encuentro de sus familias. Cuando me atreví a preguntarle si consideraba que su propuesta sobre una política del cuidado podía entenderse en clave utópica su respuesta fue contundente:
“No es una utopía. Las utopías requieren empezar de cero, que vayamos a otro lugar para hacerlas posible. Nosotros no partimos de la nada, y la ética del cuidado no exige que así sea. Arreglamos el barco con los utensilios que llevamos a bordo […]. Lo que es utópico es la visión neoliberal de un mundo dirigido por el mercado: el llamado mercado libre solo apareció porque el estado creó las condiciones necesarias para que prosperara. Es una mentira, uno de esos mitos que sigue con vida”.
Sin embargo, su propuesta sí es normativa en el sentido que defiende que podríamos vivir en un mundo mejor si cuidáramos más. Como toda buena teoría política, Democracia y cuidado da una descripción del mundo, propone un análisis de por qué es así, ofrece una visión de cómo podría ser diferente y construye una estrategia para conseguirlo.
Tuvimos tiempo para hablar de la relación entre teoría y práctica, de cómo su experiencia en movimientos feministas había ayudado a dar forma a sus ideas. Tronto formó parte de la NOW (National Organization for Women), que defendía la igualdad entre hombres y mujeres, y que también se interesaba por cuestiones de raza, clase, movimientos por la paz, derechos de los colectivos LGTBIQ+ y un largo etcétera. Aunque hoy ve la organización con ojos críticos y la considera demasiado liberal, le permitió aprender a operar por consenso y no por mayoría.
Sin embargo, uno de los aspectos que más ocupó nuestra charla fue su implicación como profesora. En tanto que académica, dedicó gran parte de sus esfuerzos a enseñar a nuevas generaciones de estudiantes (la mayoría de ellos, los primeros de sus familias que iban a la universidad) a jugar con las ideas y a desarrollar la capacidad de reflexión. Para ella, este compromiso y responsabilidad hacia la docencia es una forma de trabajo político que no puede tomarse a la ligera. Como ciudadanos de una democracia necesitamos autoconocimiento, reflexión, capacidad de emitir juicios, y cada vez nos cuesta más adquirir estas habilidades. Es por ello que siempre dice escribir no solo para una élite intelectual sino para el ciudadano de a pie.
Dimos un buen repaso a su trayectoria personal y dedicamos una sección a debatir elementos particulares de sus obras que no quedaban claros o que no había desarrollado en profundidad. Para los que vivimos lejos del contexto político estadounidense, fue interesante escuchar que ambos libros habían sido escritos en un contexto de recesión y de afianzamiento de las fuerzas conservadoras y una oposición contundente al feminismo y al antirracismo. Como ahora.
Tronto nos habla de una historia de dos déficits: el de cuidados y el democrático
Finalmente, abordé una cuestión que llevaba días rondando mi mente. ¿Existe realmente una mayor coherencia entre el pensar y el actuar en las personas que se dedican a la ética del cuidado o que simpatizan con esta teoría? La corta pero rica experiencia empírica me decía que sí. Parece existir un conocimiento adquirido que te permite estar atento no solo a temas sobre injusticia y desigualdad, sino también a cuestionar las formas, a probar de llevarlas a cabo de otro modo, más amable. ¿Podía ser que se estuviera encarnando la famosa expresión “sé el cambio que quieres ver en el mundo”?
Según Tronto, desarrollar y defender esta visión alternativa de estructuración social no otorga una mayor responsabilidad personal de llevarla a cabo que al resto de los mortales. Sin embargo, muchas veces aquellos que llegan a la ética del cuidado lo hacen por sus propias vivencias, y suelen tener un mayor compromiso por trabajar en colectivo, compartir con los demás y actuar con decencia.
Cuando desarrollas la capacidad de atención, ves más cosas. El cuidado es una práctica que hay que entrenar:
“Aunque pensemos que el cuidado es natural, no lo es. Hemos aprendido a darlo y a cómo mejorar la forma en que lo practicamos. Y una forma de mejorar es ser entrenado para ver las cosas de otro modo. Pese al principio económico de escasez, la verdad es que podríamos hacer que todo el mundo estuviera bien cuidado, algo que por ahora no hemos pensado mucho”.
Quizás todavía no podamos imaginar cómo sería aplicar la dimensión relacional a todas las dimensiones de la estructuración sociopolítica ―“en los encabalgamientos concretos con otros Hombres”, que decía Francesc Tosquelles― y el empuje para seguir defendiendo modos de vida más amables se nos esté resintiendo. Quizás pensábamos que derecho adquirido derecho garantizado y nunca más luchado.
Para sentir el calorcito de la esperanza, quiero cerrar con unas últimas palabras de la autora: “siempre me he centrado en cómo mejorar las cosas cuando hay problemas en vez de decir: aquí está el ideal, vamos a por ello”. La ética del cuidado no es ninguna panacea, su aplicabilidad universal a la diversidad de contextos socioculturales es dudosa cuando no imposible. Su conceptualización incluye el particularismo, el contexto, la necesidad de atender a soluciones adecuadas según los recursos y los retos que se tengan por delante. Por ello, Tronto asume las posibles críticas a su visión e invita a todas las voces a sentarse en una mesa y decidir para dónde vamos si queremos vivir de la mejor forma posible.