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Hoy vamos a echar un poco de leña al fuego de ese aburrido debate que continuamente dice que si robamos nos reímos de los que trabajan, que si okupamos es porque somos unos caraduras que no se quieren comprar una casa o pagar un alquiler y que si te gusta la filosofía no te puede gustar el fútbol o el trap. Entendemos que sean muy normales estos planteamientos porque habitualmente en nuestras vidas o se está de un lado o del otro, pero nosotros y otros muchos estamos experimentado que se puede estar en los dos.
Los bolcheviques tenían una cosa clara y era que ser revolucionarios significaba no obedecer la moral del enemigoHay una vieja historia de los rusos que quizás nos puede ayudar a aclarar esta absurda discusión. Corría el año 1907 y, en plena guerra entre facciones, el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso se encontraba en Londres celebrando su V Congreso, donde se determinó por una aplastante mayoría que se prohibían las expropiaciones propugnadas por los bolcheviques. Un mes después de esta decisión orgánica y por orden expresa de Lenin, en la Plaza de Ereván de Tlifis se encontraba Kamo y la brigada de hierro. El plan era claro: asaltar la diligencia que provenía de la oficina de correos y trasladaba una gran cantidad de dinero al Banco de Estado del Imperio Ruso. Aquella mañana empezó con varias explosiones en la plaza y, a continuación, con el asalto al carro con un botín de 341.000 rublos. La noticia dio la vuelta al mundo, el escándalo llego a la II Internacional y los mencheviques lo condenaron rotundamente. Nunca se había producido una acción de esa envergadura.
En esta pequeña historia vemos una moraleja que nos puede ser muy útil: los bolcheviques tenían una cosa clara y era que ser revolucionarios significaba no obedecer la moral del enemigo, no aceptar sus categorías, no pelear en su terreno. Sabían que la verdadera batalla es la que define el campo de batalla. Para ellos no había nada que distinguir entre los que trabajaban 14 horas y los que expropiaban bancos, sino que solo consistía en distinguir cuáles eran sus partidarios y cuáles eran los instrumentos que hacían incrementar su fuerza colectiva. El debate no era de dónde venían, sino hacía dónde iban. No cabían distinciones académicas, solo estrategia.
Hemos aprendido a querernos, a ser sinceros, a mirarnos a los ojos y decirnos la verdad
Por lo tanto, lo que es respetable para esta sociedad a nosotros nos da asco –y por muy dramático que sea levantarse a las seis de la mañana, aquí no hay épica y es una mierda como la copa de un pino. Ni tampoco hay nada que dignificar en limpiar un baño o servir un helado. Si no tenemos nada y nos fuerzan a llevar una vida de mierda, no vamos a despreciar al que le toca ir a currar, pero ni se nos pasa por la cabeza celebrarlo. No podemos pasar eternamente por buenos: reconocemos que nos gusta levantarnos tarde y hacer el amor al mediodía. Celebrar que se robe no es dejar atrás al que no puede robar, sino anticipar las tácticas que lo harán posible y sistemático. Si unos chavales torean a la policía, lo celebramos igual que cuando paramos un desahucio. Porque podemos ser el desahuciado o el que para un desahucio, el que va a currar limpiando baños, da palos en casas de juego o tiene una cooperativa: dónde estemos cada una en cada momento obedece sólo a una distribución dentro de una guerra que tenemos que aprender a librar.No es que nos neguemos a analizar a la gente como objeto de laboratorio porque queramos hacernos los enrollaos de barrio, sino porque, realmente, no hay un afuera desde el que podamos hablar. Estamos aquí para hablar de nosotros mismos, de nuestras comunidades, de esos lugares donde se experimenta que se puede vivir de una forma diferente. Allí donde hemos aprendido a querernos, a ser sinceros, a mirarnos a los ojos y decirnos la verdad. Es lo que nos enseñaron en la PAH, que lo más importante no era que no nos echaran de casa, sino formar parte de una familia. O lo que hemos aprendido del feminismo, que la práctica subversiva se encuentra en nuestra vida cotidiana, que las barricadas no se sostienen solo con levantarlas y que también tenemos que cuidarnos en la retaguardia. Que si se han ganado tantas huelgas salvajes ha sido porque ha habido muchas mujeres haciendo tareas totalmente invisibilizadas y que esto no se puede consentir más.
Queremos ser felices y esto significa hacer infelices a muchos cabrones
Queremos ser una tribu, un clan, una familia, compacta, opaca, donde solo sus integrantes sepan qué pasa en ella. Un espacio de seguridad en nuestros barrios para todas aquellas que quieran acabar con este mundo. Ya basta de medias tintas, de esconder lo que somos o de ser diplomáticos, porque no estamos aquí solo para ayudar a los más desfavorecidos, estamos también para joder a todo aquel que se interponga en nuestro camino: queremos ser felices y esto significa hacer infelices a muchos cabrones. Vamos a procurar escoger nuestros enemigos porque eso significará que, cuanto más fuertes sean, más estaremos acertando. Queremos ser los Diego Costa de la política, esos personajes que no dejan indiferente a nadie, que están dispuestos a todo para conseguir su objetivo, que o estás con ellos o estas contra ellos, que mientras están en tu equipo les amas y cuando son rivales les odias. Aquí no va a haber equidistancia, aquí hay una guerra en curso y nosotros hemos tomado partido.
Nos la sudan los fiscales de twitter. No vamos a aceptar que nos tomen declaración. Quien quiera algo que nos lo venga a decir en un desahucio o en un CDR. Tampoco nos importa mucho la opinión del grupo de rap de Pablo Iglesias –y menos ahora que están en plena decadencia. Ante cada calumnia solo tenemos una respuesta: «castigar a los opresores de la humanidad es clemencia, perdonarlos es barbarie.»