We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
En saco roto (textos de ficción)
El caos de los enseres
Algunas palabras casi siempre se usan en plural. Ocurre, por ejemplo, con la palabra “enseres”. No es un término de uso frecuente. Pero, en el momento de desprenderse de lo que ya no sirve o de lo que se prefiere olvidar, la palabra “enseres” asoma al final del punto limpio. El concienciado ciudadano avanza entre contenedores y cumple con disciplina la misión de arrojar a cada contenedor aquello de lo que quiere desprenderse. Metales, maderas, cartones. Casi todo tiene su lugar. Pero siempre queda algo por tirar que no halla su espacio. Surge entonces un último contenedor, casi siempre al fondo, algo esquinado. Es el contenedor de los enseres. A él se arroja lo que no se ha podido arrojar en ninguna parte. Es el contendor del último recurso y, tal vez por eso, el que mejor habla de lo que fuimos.
En el contenedor de los enseres arrojé los colchones de lana de la casa de mis abuelos, la estructura de un sofá de Ikea de mi primera casa compartida, los premios compactos de cristal, piedra y metal ganados en no recuerdo qué certamen. Y, cuando lo hice, cada vez que lancé esos enseres, me detuve un rato a observar lo que allí había. Si tuviera que buscar un rasgo común de los objetos arrojados a ese contenedor, creo que lo encontraría en el hecho de que no parecían proclives a integrarse en ningún proceso de reciclado. Solo parecían destinados a desaparecer. O, para ser más precisos, solo parecían destinados a desaparecer y quienes los tiraron quisieron, en efecto, que desaparecieran.
La última vez que arrojé objetos al contenedor de enseres del punto limpio fue un domingo del pasado mes de marzo. Un día que preferiría haber olvidado. Por algún motivo, quizá algo masoquista, tuve la ocurrencia de fotografiar los objetos de ese contenedor: los restos propios entre los restos ajenos. Lo hice medio a escondidas, temeroso de estar transgrediendo algún protocolo. La mala idea, en forma de fotografía, está ahora en mi móvil. Como no sabía muy bien qué hacer con ella —ni con la idea ni con la fotografía—, esta mañana he tenido una segunda mala idea: enviarle al Ayuntamiento un texto con una propuesta que cada vez me parece más extraviada. La copio en el siguiente párrafo.
“A quien corresponda. Algunas palabras solo admiten el singular. Ocurre, por ejemplo, con la palabra ‘caos’. Y algunas palabras casi siempre se usan en plural. Ocurre, por ejemplo, con la palabra ‘enseres’. Pero la casualidad o el destino han querido que en un centro municipal destinado a la gestión de residuos —conocido como punto limpio— esas dos palabras convivan en un contenedor. Para acoger lo que no se puede reciclar o parece difícil de reciclar, para acoger lo que no encuentra ningún otro destino, al fondo del punto limpio se encuentra el contenedor de los enseres: un caos de objetos que hablan de lo que abandonamos. Pues bien, a través de esta carta, comparto con ustedes la sospecha de que ese contenedor habla con precisión de lo que somos y lo que fuimos. Porque ese contenedor alberga lo que quisimos abandonar de forma deliberada, sin redención —ni reciclaje— posible. Así que les propongo realizar fotografías periódicas (diarias o semanales) del contenido de ese contenedor, con el fin de recogerlas en una base de datos o en una publicación que el día de mañana pueda dar cuenta de lo vivido. Si ha llegado hasta este punto, convendrá conmigo en que la idea está formulada de manera un tanto vaga. En definitiva, quizá coincidamos usted y yo en que más bien parece una ocurrencia sin probabilidad alguna de concretarse en un proyecto. Pero me atrevo entonces a formularle una pregunta: ¿no estará esta idea vaga y desechable a la altura de ese contenedor donde reside el caos de los enseres? Incluso le lanzo una segunda pregunta: cuando usted decida ignorar este mensaje, ¿no estará tal vez contribuyendo a alimentar un contenedor virtual semejante a ese contenedor físico? Le planteo preguntas para las que no tengo respuesta. Será mejor que ignore todo esto. Respetemos el noble destino de esos objetos que solo existirán en el recuerdo de quien los arrojó. Son objetos con la forma de un nudo en la garganta”.
Me he arrepentido ya unas cuantas veces de haber remitido a un correo institucional del Ayuntamiento el párrafo anterior. Pero me he arrepentido con el mismo alivio y tristeza que experimenté ese domingo del pasado mes de marzo que me propongo olvidar para siempre.