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En saco roto (textos de ficción)
La Edad Extemporánea
La agencia pública en la que trabajaba fue evaporándose poco a poco a finales del siglo pasado. Primero sufrieron una reducción del presupuesto. Más adelante, les anunciaron que no se cubrirían las bajas por jubilación. Y, en algún momento de 1999, una comunicación oficial pareció sugerir que las funciones de la agencia quedarían asumidas por una nueva estructura que estaba llamada a aunar las iniciativas de diversos organismos y favorecer así la eficacia de las acciones propuestas. Cuando recibieron esa notificación con tan funestos augurios, en la agencia ya solo trabajaban la propia Cécile Trébons y una secretaria empeñada en mantener la ficción de que en efecto allí se desarrollaba algún trabajo del que alguien esperaba resultados. La secretaria se jubiló en los albores del siglo XXI. Se despidió de Cécile como si fuera a volver al día siguiente. No volvió nunca. Y Cécile se quedó sola en un inmueble envejecido cercano a la place des Vosges, una zona a la que ya acudían en masa los turistas que querían huir del París más transitado.
El contrato de alquiler concluyó en septiembre de 2002 y, desde entonces, Cécile Trébons se convirtió en empleada —la única— de una agencia sin sede. Como no recibía noticias que la apremiaran a dirigirse a aquel organismo de reciente creación que tal vez había integrado en su seno las antiguas funciones de la agencia, siguió trabajando en la elaboración de informes que nadie le encargaba sobre algunos asuntos que seguían pareciéndole relevantes: la relación entre la escuela pública y la creación de tejidos comunitarios en los departamentos del norte, los riesgos asociados al desarrollo de polos industriales en las cercanías de territorios con fauna protegida o las ventajas de la biodiversidad en los valles pirenaicos. Cada dos meses remitía sus informes al departamento del ministerio con el que mantenía una comunicación mínima. Nunca recibía respuesta. Tal vez debiera haberse inquietado y haber tomado alguna iniciativa que la rescatara de su soledad de trabajadora sin interlocutor. Alguna vez trató de inquietarse, pero no lo logró. Recibía su nómina sin retrasos, cumplía el horario de forma escrupulosa en su propia casa y entregaba informes de los que no se avergonzaba. En realidad, no encontraba ningún motivo para inquietarse. Le parecía más inquietante la posibilidad de acudir a un organismo desconocido para reclamar atención. Cuando daba vueltas a este asunto, terminaba siempre por acordarse del consejo de su primer jefe: “Nunca le plantees un problema a quien cree que no lo tiene”.
El tiempo de Cécile transcurría sin sobresaltos hasta que un día, mientras tomaba el café de primera hora, sintió una necesidad repentina de hacer algo distinto. No se resistió a ese impulso. Tan solo se dejó llevar. Dio por concluido su informe sobre la importancia de las actividades intergeneracionales en las bibliotecas y escribió las primeras líneas de su nuevo proyecto. Fueron unas líneas audaces, tal vez ingenuas. Con ellas dibujó el esquema de un texto al que entregaría diez años de su vida. Entonces no podía imaginarlo, pero ese texto se iba a convertir poco a poco en una obsesión. Nadie en el ministerio se interesó por la ausencia de sus informes. Quizá pensaron que se había jubilado. La desconexión entre las esferas de la burocracia no hace difícil imaginar que el departamento de recursos humanos no tuviera el menor trato con el departamento que recibía los informes —suponiendo que este último existiera—. Poco a poco, Cécile fue dejando de pensar en estos pormenores y se fue entregando hasta límites dolorosos a su nuevo trabajo, a su nueva vida.
Ese texto nacido de la pasión de una autora solitaria —surgido de los desvelos de quien escribe para un lector improbable— acaba de ver la luz sin que nadie haya logrado explicar hasta la fecha por qué motivo ahora, precisamente ahora, se ha erigido en un elemento inesperado de la actualidad. ¿Quién filtró el texto? ¿Quién fue el primero en tomarlo en consideración? ¿En qué momento surgió una legión de admiradores y detractores? Son preguntas sin respuesta, tal vez de respuesta imposible. La única evidencia es que las 147 páginas que abogan por la definición de un nuevo periodo conocido como la Edad Extemporánea, que debería comenzar en 2039 —año en el que se cumplirá el 250 aniversario de la Revolución Francesa—, copan las tertulias más insospechadas en este mes de septiembre de 2022. Las primeras líneas del texto de Cécile Trébons dicen así: “Tan impropio de este tiempo, tan inadecuado. Así es el frío que me cala hasta los huesos esta mañana de mayo, así es el tiempo que me ha tocado vivir”.