Esclavitud
Hussein Abdi Kahin, el súper campeón olímpico al que nadie conocía

La confesión de Mo Farah ha sacudido a un país que desestimó las pruebas que había de que el atleta olímpico había sido víctima de trata.
Mo farah
el atleta británico Mo Farah víctima de tráfico de personas. Foto: Filip Bossuyt

En 2012 Londres se vistió de gala para mostrar su mejor cara y la del país entero. Bajo la dirección de Danny Boyle (Trainspotting, Slumdog millionaire…), la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos presentó al mundo los avances de la revolución industrial, el orgullo del NHS (el servició de salud público) y la riqueza de la cultura británica. La ceremonia de clausura fue un homenaje a la música de las islas, desde los Beatles, hasta las Spice Girls, pasando por David Bowie, Blur o la aparición en las pantallas del estadio olímpico del fallecido Freddie Mercury. Entre una ceremonia y otra, los deportistas debían asegurar el éxito del evento, mostrando al mundo entero las aptitudes del deporte británico. La prensa se encargaría de difundir el relato de los héroes de los Juegos; historias de superación, de esfuerzo y trabajo incansable que transmitieran los valores del espíritu olímpico a toda la población.

Al final, entre todos los deportistas, ninguno brilló más que el atleta británico Mo Farah, medalla de oro en los cinco mil y diez mil metros y héroe de los Juegos de Londres. Su figura se agrandaría en los años siguientes, con un dominio casi absoluto en las pruebas de fondo y un nuevo doblete en los Juegos de Río. En total, cuatro medallas de oro olímpicas, seis veces campeón del mundo y cinco veces campeón de Europa, para situarse como uno de los grandes atletas de la historia y uno de los mayores ejemplos de superación.

Mohamed presentaba serios problemas de adaptación y conducta y apenas se comunicaba. La realidad era que tenía prohibido hablar de cualquier tema relacionado con su vida

Un atleta nacido en Mogadiscio, capital de Somalia, que emigró al Reino Unido siendo un niño, junto a su hermano gemelo y su madre, para reunirse con su padre y que terminó consagrándose como uno de los más grandes atletas del mundo, sin dejar de cooperar con su país de nacimiento. El triunfo del modelo de integración de la inmigración en el Reino Unido, digno de recibir el título de caballero del imperio británico de manos de Isabel II y que le permite ser nombrado como Sir Mohamed Farah. Esta era la historia que contaban todos los medios, la que queda reflejada en su autobiografía; el problema es que ese relato es falso y ha sido el propio atleta quien ha destapado, en un documental de la BBC, una realidad mucho más oscura.

“La verdad es que no soy quien creéis que soy y ahora, cualquiera que sea el coste, necesito contar mi verdadera historia”, dice Mo Farah en el documental. Aunque, tal vez, no deberíamos llamarlo así, porque su verdadero nombre es Hussein Abdi Kahin. Nació en un pequeño pueblo de la actual Somalilandia, apenas cuatro casas habitadas por familias de pastores. Sus padres nunca han pisado el Reino Unido; de hecho, su padre falleció cuando él tenía cuatro años, víctima de la guerra civil que vivía su país y, en ese momento, la madre decidió enviarlo, junto a su hermano gemelo, con unos familiares residentes en la vecina Djibouti, lejos del conflicto bélico. Allí pasó unos años, hasta que una mujer se lo llevó, diciéndole que iba a viajar al Reino Unido. Al niño le encantó la idea de volar en avión y conocer Europa.

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Al aterrizar, antes de pasar el control de aduanas del aeropuerto, la mujer le insistió en que debía decir que su nombre era Mohamed Farah, el mismo nombre que ponía en los papeles con los que entró al país. Al pasar el control les esperaba un hombre, que preguntó dónde estaba Mohamed. Era el señor Farah, sorprendido de no ver allí a su hijo. En ese momento, el niño se dio cuenta de que estaba suplantando la identidad de otra persona. El hombre desapareció y la mujer se lo llevó a su casa, en el oeste de Londres. El pequeño tenía un papel con los contactos de todos sus familiares. La mujer lo rompió y le explicó que, en adelante, si quería comer y volver a ver a su familia, debía cuidar a sus dos hijos; debía hacerles la comida, bañarles, limpiar la casa... Mo Farah, o Hussein Abdi Kahin, había sido víctima de la trata de personas.

Las primeras alarmas de las instituciones británicas saltaron tres años más tarde, cuando la mujer, finalmente, permitió al niño matricularse en una escuela. En palabras de la directora del centro, Mohamed presentaba serios problemas de adaptación y conducta y apenas se comunicaba. La realidad era que tenía prohibido hablar de cualquier tema relacionado con su vida. “Muchas veces me encerraba a llorar y no había nadie para ayudarme. Después de un tiempo, simplemente aprendí a no sentir esa emoción. Lo único que podía hacer para escapar de esta situación era correr” cuenta Mo Farah en el documental.

Hussein Abdi Kahin sólo existía para su verdadera familia, la que seguía viviendo en Somalilandia y con la que tardó nueve años en recuperar el contacto

El chico demostró tener unas condiciones excepcionales para las pruebas de fondo y fue, precisamente, su profesor de educación física quien alertó a los servicios sociales. Mo le había contado que aquella mujer que figuraba como su madre, no lo era realmente y que Mohamed Farah no era su verdadero nombre. Tras algunas gestiones del profesor, fue acogido por otra familia de origen somalí, aunque alguien en los servicios sociales pasó por alto la confesión del niño y, para la administración británica, siguió siendo Mohamed Farah.

Tiempo más tarde, su entrenador se movió para regularizar la situación del joven y permitirle competir en carreras a nivel internacional. Así, en julio del año 2000, le fue concedida la ciudadanía británica a nombre, una vez más, de Mohamed Farah. A todos los efectos esa era su identidad. Hussein Abdi Kahin sólo existía para su verdadera familia, la que seguía viviendo en Somalilandia y con la que tardó nueve años en recuperar el contacto.

Para entonces, su país había declarado unilateralmente la independencia respecto de Somalia y, aunque no es reconocido por la comunidad internacional, a todos los efectos funciona como un Estado; con su propia moneda, sus fuerzas armadas, su parlamento y sus elecciones democráticas. En alguna ocasión Mo Farah ha exhibido, orgulloso, la bandera de Somalilandia tras alguna carrera. Y decimos Mo Farah porque ha decidido mantener esa identidad que suplantó cuando todavía era Hussein Abdi Kahin. El auténtico Mohamed Farah, el que debía viajar en aquel avión, nunca ha pisado el Reino Unido y sigue viviendo en Yibuti.

Nuestro futuro es Yibuti - 17
Uno de los pueblos que atraviesa la carretera principal de Yibuti. Álvaro Minguito


En el documental de la BBC, Mo reconoce el miedo que le producía contar su historia. Miedo, sobre todo, por las consecuencias que podría tener para él y para su familia. El ministerio del interior británico ha confirmado la legalidad de su situación y de la de su familia, al considerar que un niño que entra al país engañado no es responsable de los delitos que se cometan para lograrlo. La policía metropolitana de Londres, por el contrario, sí ha informado de que iniciará una investigación para esclarecer este caso de trata de seres humanos, un crimen del que, diferentes asociaciones calculan que son víctimas, por lo menos, 10.000 personas al año en el Reino Unido. En el caso de España, entre 2013 y 2019, el gobierno identificó 75.000 casos en riesgo de ser víctimas de trata, aunque reconoce que la falta de datos hace pensar en una realidad mucho más extendida.

En el caso de Mo Farah, la guerra que vivía su país, la necesidad de alejarse de su familia y de refugiarse en Yibuti, lo convirtieron en un objetivo más fácil para cualquier mafia. No es un caso excepcional; las migraciones, las guerras, convierten a sus víctimas en vulnerables ante todo este tipo de delitos. Mo Farah llegó a ser campeón olímpico y uno de los mejores atletas de la historia, pero antes sufrió una situación en la que varias instituciones públicas fallaron y no llegaron a identificar el problema. Ahora ha sido él mismo quien ha necesitado contar su caso, la verdadera historia de un héroe olímpico.

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