We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
De la rica región llegaba un estruendo
de gritos, choque de espadas, gemidos,
relinchos, muros derrumbados, llantos,
carros y blasfemias de creyentes sobre
torrentes de preciosa sangre pegajosa.
Las vacas, que rumiaban atentas al aire,
poblado de coloridos pájaros cantores,
vieron como perros, ovejas y cerdos,
tensos, paraban orejas con mayor temor,
aún, que el tenido a la bestia destructora.
Las palabras oídas conmocionaron
la capital del Imperio su rey y su trono
cuando el mensajero terminó el relato
y bajó la cabeza para ser decapitado
por haber traído tan nefasta noticia.
Nada quedaba de la bella comarca vecina,
ni ganado, ni chozas, caminos o canales,
apenas unas mujeres, niños y hombres
quedaban aterradas tras el breve sacudón
que derribó montañas y mudó ríos.
Al lento gesto del monarca, los guardias
llevaron el recadero a comer y descansar,
perdonado para que ayude a repoblar
de soldados su lar, pues la guerra tiene
prioridad sobre huracanes y erupciones.
Los aviones dejan caer sus cargas
ensordecedoras, que todo destrozan,
y siguen tan campantes para volver
a arrojar carpas, harina, chocolate,
aceites, carne y pescado enlatados.
Los cañones aplastan casas, hospitales,
palacios, bibliotecas, escuelas, puentes,
seguidos por máquinas que levantan
templos, torres, aeródromos, fábricas,
apartamentos y ensanchan necrópolis.
En las capitales imperiales, sacerdotes,
emprendedores comerciantes, usureros
y contables, pasan factura del puente
y el obús que le destruye, ofrecen dinero,
para pagarse la enfermedad y su medicina.
Ramón Haniotis