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Internet
Una “carta magna” para salvar la web
Tim Berners-Lee, uno de los creadores de internet, se ha propuesto promulgar una “carta magna” sobre derechos digitales en mayo de 2019. Las multinacionales han acogido bien la idea, pero ¿en qué consistiría la protección de los bienes comunes en la red?
La Carta Magna y la Carta del Bosque son documentos del siglo XIII, nacidos de la rebelión de los campesinos ingleses frente al despotismo del rey Juan sin Tierra. La Carta del Bosque protegió el derecho al usufructo de los bienes comunes del bosque —leña, setas, pastos o agua—, mientras que la Carta Magna blindaba los derechos civiles. Son documentos que aportaron principios de organización política y económica y han contrarrestado durante siglos el poder de la oligarquía en el sistema político británico.
En el comienzo del siglo XXI, “Internet se ha convertido directamente en un medio económico absorbiendo el social”, explicaba recientemente a este periódico Tiziana Terranova, teórica de las tecnologías de la información.
Como reconocimiento de esa realidad, Tim Berners-Lee, creador del protocolo HTTP (en 1989) y, por tanto, considerado uno de los fundadores de internet, ha impulsado una campaña para la creación de una “Carta Magna para la web”. Berners-Lee propone en The Guardian un nuevo contrato social que sirva para corregir un rumbo que dirige a la humanidad “en un sentido distópico”, según sus palabras.
Los abusos, prejuicios, las fake news y otras técnicas de manipulación han tomado el relevo de los principios que inspiraron el nacimiento de internet, dice Berners-Lee. Por eso, este científico de la computación, insta a que en mayo de 2019 se ponga en pie esa Carta Magna, que exige de los Estados que se garantice el libre acceso a la red en todo el mundo, con la salvaguarda de la privacidad de los usuarios como objetivo primordial.
Las multinacionales, por su parte, estarían obligadas a garantizar la accesibilidad a precios asumibles, la protección de los datos y el principio de que internet es, antes que nada, un bien común. Las personas que usan internet —en primavera de 2019 será la mitad de la población mundial— tienen en su mano crear comunidades que respeten los derechos civiles y la dignidad humana.
El internet de las multinacionales
La campaña For the Web ha sido vista por las grandes compañías de la comunicación como un escaparate para contrarrestar el efecto negativo de su actividad sospechosa. Tanto Google como Facebook se han sumado a la iniciativa de Berners-Lee, pese a que éste es crítico con la forma en la que operan las grandes plataformas.
Sacudido por el impacto de Cambridge Analytica y sus campañas de anuncios y fake news con sesgo racista, Facebook ha modificado sus parámetros para reducir su carga de “desinformación” en la campaña de las elecciones de medio mandato en Estados Unidos. Sin embargo, las últimas elecciones de Brasil, que han dado la victoria a Jair Bolsonaro, han estado asimismo marcadas por la huella de las fake news, en esta ocasión a través de WhatsApp —empresa que pertenece a Facebook—.
Frente al callejón sin salida que plantea la actual dependencia de las GAFAM (acrónimo de Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) y la proliferación a través de estas plataformas de desinformación o campañas tóxicas, movimientos por la neutralidad de la red como la francesa La Quadrature du Net proponen un recuestionamiento general de la “economía de la atención”. Si los gobiernos quieren regular la web, afirman desde este colectivo, “no deben limitarse a la hora de imponer más obligaciones a los gigantes de la Web. Para proporcionar una reforma profunda, (...) deben ser constructivos y alentar el desarrollo de la regulación descentralizada”.
EL INTERNET DEL COMÚN
“Se podría que detrás de un internet fuertemente corporativizado e impulsado por el mercado hay un internet virtual para el común”, explica Terranova. “En cada lugar donde hay una corporación situada hay una forma potencial de que las cosas funcionen de otra manera, que no esté regida por el doble principio de mercado y empresa”.
Para esta teórica, “la cuestión consiste en encontrar el común en estos espacios y también pensar en que la lógica se pueda invertir”. Algo que en este momento, según señala, sería “una tarea imposible porque el poder de estas corporaciones parece muy grande pero es importante ver, por un lado, el recorrido de nuestros deseos de autonomía, de actividades económicas libres, de cómo invertir las lógicas de las corporaciones y qué tipo de políticas transformadoras a nivel global se pueden requerir para que ese modelo del común y estas nuevas clases de subjetividades no competitivas sustituyan al mercado y al sistema actual”.