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Islamofobia
Manifiestos de odio
Un problema de salud mental o terrorismo. Son las diferentes categorizaciones que utiliza Donald Trump para hablar de atentados cometidos por personas de etnia blanca o con ascendencia árabe o religión musulmana. Sin embargo, la violencia supremacista blanca está apoyada en un ideario.
Escribiendo bajo el título de “Si el tirador de El Paso hubiera sido musulmán”, Moustafa Bayoumi afirmaba lo obvio.
“Si el tirador de El Paso hubiera sido un musulmán”, escribió Bayoumi en el periódico británico The Guardian el 6 de agosto, el presidente de EE UU Donald Trump “estaría haciendo acusaciones como ‘el islam nos odia’ hacia los musulmanes y no sermoneando al público sobre los videojuegos”.
Bayoumi se estaba refiriendo al doble rasero que define gran parte de los discursos oficiales y mediáticos occidentales en relación a la violencia. Cuando el supuesto perpetrador de la violencia es un musulmán, entonces el caso se convierte en un tema de seguridad nacional y es tratado de forma categórica como un acto de terrorismo. Cuando el perpetrador es un varón blanco, sin embargo, es una historia completamente diferente.
El 3 de agosto, Patrick Crusius, de 21 años, llevó a cabo un tiroteo en una tienda de Walmart en El Paso (Texas), matando a 22 personas inocentes. Ni las autoridades estadounidenses ni los medios utilizaron el término “terrorismo” al describir el horrendo acto. En vez de eso, el Departamento de Justicia está “considerando seriamente” presentar cargos federales por delito de odio contra el asesino, según informó la CNN.
Por otro lado, Trump argumentó que “la enfermedad mental y el odio apretaron el gatillo, no el arma”, en un nuevo intento por blanquear los crímenes violentos de individuos blancos. La explicación de la “enfermedad mental” concretamente ha funcionado como el razonamiento conveniente para toda violencia similar.
Por ejemplo, cuando Ilan Long, de 28 años, abrió fuego sobre estudiantes de universidad en Thousand Oaks (California), en noviembre de 2018, matando a 12 personas, Trump ofreció esta lógica. “Era una persona muy, muy enferma mentalmente”, dijo en referencia a Long. “Está muy enfermo... bueno, es un problema de salud mental. Es un chico muy enfermo. Era un tipo muy, muy enfermo”.
El argumento de la enfermedad mental se inculcó repetidamente, también el pasado marzo, cuando Brenton Tarrant abrió fuego contra fieles musulmanes en Christchurch (Nueva Zelanda), matando a 51 personas. “Creo que es un grupo pequeño de gente que tiene problemas muy, muy serios”, dijo Trump sobre el ataque terrorista antimusulmán de Tarrant.
Comparen esto con la respuesta de Trump a la matanza de 14 personas en San Bernardino (California), atribuida a dos musulmanes. Trump asignó inmediatamente la palabra “terrorismo” al acto violento, a la vez que pedía una “paralización total y completa” de la entrada de musulmanes en Estados Unidos “hasta que los representantes de nuestro país puedan determinar qué diablos está pasando”.
Pero, de hecho, sabemos “lo que está pasando”, una verdad que va más allá del típico doble rasero occidental. Crusius, Tarrant y muchos terroristas blancos de este tipo están conectados mediante un profundo vínculo que supera el supuesto argumento de la enfermedad mental para convertirse en algo realmente siniestro.
Todos estos individuos son parte de un fenómeno mayor, una amalgama de diversos gobiernos ultranacionalistas, movimientos políticos y grupos de todo el mundo, todos unidos por su odio a los inmigrantes, los refugiados y los musulmanes.
Crusius y Tarrant no eran terroristas “lobos solitarios”, como algunos querrían que pensáramos. Incluso si fueran los únicos responsables del asesinato en masa de esas personas inocentes, son miembros de una gran red ideológica y militante que se dedica a difundir el odio y el racismo, que ve a los inmigrantes —especialmente a los musulmanes— como “invasores”.
En su “manifesto”, un documento de 74 páginas que publicó en internet poco antes de que llevara a cabo su abyecto acto, Tarrant se refiere a la extrema derecha, los ideólogos racistas que le inspiraron, junto a sus compañeros “etno-soldados”, asesinos de ideas parecidas que cometieron actos igual de horribles contra civiles.
No fue por accidente que Tarrant llamara a su documento el “Gran Reemplazo”, ya que fue elaborado en base a una teoría de la conspiración con ese nombre popularizada por un firme defensor de Israel, Renaud Camus.
Camous es un infame escritor francés cuyo Le Grand Remplacement, una interpretación aún más extrema del Choque de Civilizaciones de Francis Fukuyama, prevé un conflicto global que ve a los musulmanes como el nuevo enemigo.
El Gran Reemplazo, junto a otra literatura de este tipo muy popular entre la extrema derecha, representa el fundamento ideológico para los, hasta recientemente, desorganizados y desconectados esfuerzos de diversos movimientos ultranacionalistas por todo el mundo, todos unidos en su deseo de abordar la “invasión musulmana”.
El hilo común entre los hombres blancos violentos que cometen asesinatos en masa es obvio: un profundo adoctrinamiento en racismo, sentimiento anti-inmigrante y odio a los musulmanes. Como Tarrant, Crusius también dejó su propio manifiesto, uno que, según la CNN, “está lleno de odio racista y nacionalista blanco hacia los inmigrantes y los hispanos, culpando a los inmigrantes y a los estadounidenses de primera generación por quedarse con los puestos de trabajo y por la mezcla de culturas en EE UU”.
Además, ambos parecían suscribir el mismo discurso intelectual, ya que habían publicado links a un documento de 16.000 palabras en Twitter y 8chan que estaba “lleno de sentimientos anti-inmigrantes y antimusulmanes”.
“El escritor del documento vinculado al sospechoso de El Paso expresó apoyo a los tiroteos contra dos mezquitas en Christchurch”, informó también la CNN.
El infundado miedo a estar siendo “reemplazados” se ha apoderado de los militantes blancos. Los promotores de “el Gran Reemplazo” argumentan que el islam y la civilización islámica están “reemplazando étnicamente” a otras razas, y se debe detener tal fenómeno, usando medios violentos si es necesario. No es sorprendente que vean a Israel como el país modelo que está teniendo éxito en la lucha contra la “amenaza musulmana”.
Lo que hace a los supremacistas blancos violentos todavía más peligrosos es el hecho de que ahora tienen amigos en las altas esferas. La negativa de Trump a abordar el tema de la militancia nacionalista blanca de forma seria no es un accidente. Pero el presidente estadounidense no está solo. La estrella emergente de la política italiana, Matteo Salvini, por ejemplo, tiene gran simpatía por estos movimientos. Tras la masacre de Christchurch, el ministro de Defensa italiano se negó a condenar a los extremistas blancos. En lugar de ello, dijo: “El único extremismo que se debería abordar atentamente es el islámico”.
La lista de ideólogos de extrema derecha y sus benefactores es larga y crece constantemente. Pero su discurso lleno de odio y “teorías” inquietantes, junto a su fascinación por la violencia y racismo israelíes, habría acabado en las papeleras de la historia si no fuera por el alto precio de violencia que está ahora asociada a este movimiento.
Nuestra comprensión de la violencia nacionalista blanca debería moverse más allá del argumento de doble rasero hacia un análisis más integral de los vínculos ideológicos que unen a estos individuos y grupos. En el análisis final, no debería justificarse o tolerarse ninguna forma de violencia contra personas inocentes, sin importar el color de piel, la religión o la identidad de los autores.