La Colmena
Las criadas de servir

Acerca de “menegildas”, “chachas”, “damas del estropajo” y la eterna espera tras el muro de silencio que perpetúa sus condiciones.
29 abr 2024 09:48

La prensa burguesa de principios del siglo XX las llamaba menegildas, aunque también damas del estropajo o, simplemente, chachas. La gente del bien hablar prefirió llamarlas domésticas, cuya acepción en el diccionario de la lengua como “criada que sirve en una casa” viene después de la de “animal que se cría en compañía del hombre”.

Hacia 1920, cuando un obrero de la construcción ganaba 40 duros mensuales, ellas no pasaban de los tres, las 15 pesetas de la miseria. Mientras uno trabajaba, por ley, ocho horas al día, ellas no tenían horario. La esclavitud es un reloj sin agujas.

Un año antes, a finales de mayo de 1919, las criadas del pueblo de Berlanga, al sur de Badajoz, apoyan la huelga de los obreros del campo. Su participación negándose a realizar las tareas en la casa del ama, contribuyó a que se ganara la lucha. En pago, poco después, la “República de los trabajadores” excluirá la profesión de las criadas de la Ley de Jurados Mixtos.

Con monarquía, república o dictadura, se iba a servir desde niña, descalza, a las casas solo por el plato de comida. También las viudas sin pan. Fregar, barrer, acarrear agua, cocinar, cuidar tanto al ganao como a la prole del ama, eran las tareas sin fin de las hijas del campo, emigradas a la ciudad en busca de una vida mejor, que era la de otros. Siempre bajo sospecha de sisa y holgazanería, sufrieron el maltrato de una clase que aspiraba a ser reconocida en sociedad por disponer de servicio.

Todavía en marzo de 1989, ayer mismo, las trabajadoras de la limpieza del Hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres iban a la huelga por cobrar salarios inferiores a sus compañeros limpiadores, hombres. Solo por el hecho de ser mujeres.

La democracia trajo el reconocimiento de las primeras universitarias, funcionarias, empresarias y demás pioneras. Se ha olvidado de las que no constan en registro documental alguno, las mujeres que se dedicaban a limpiar las universidades, los ayuntamientos y las empresas donde se educaron aquellas otras, fundamentales.

Ahí siguen, tras el muro del silencio que perpetúa sus condiciones. Esperan.

Amech Zeravla.

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