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Culturas
Crónica de un viaje al templo de las niñas Devadasi
Se calcula que en India 300.000 menores entran cada año en las redes de prostitución. El 15% de ellas habrán sido Devadasi.
Se llamaba Money. Recogía las monedas y los polvos de colores que arrojan los devotos en la entrada principal al Templo de Yellamma. O eso es lo que responde, ladeando la cabeza como solo saben hace en India, cuando le pregunto.
- ¿Name?
– Money.
¿Cómo te llamas? Money… money… ¿Money? No tendrá más de siete años y estando en este lugar, en este día concreto, lo más fácil es pensar que es una de las niñas Devadasi, “sirvientas sexuales de Dios”. Pero solo estoy seguro de que si le pregunto su nombre, me dirá que se llama Money.
- ¿Name?
- ¿Money?
Es la primera luna llena del mes de Margashira, el noveno mes del calendario hinduista y es el día grande en el Templo de Yellamma Devi, en India. Hoy 150.000 peregrinos, llegados en romería de todos los estados cercanos a Karnataka, celebran una práctica ancestral. Y cientos de niñas serán entregadas por sus familias para “contraer matrimonio” con la diosa del templo. Posteriormente solo podrán dedicarse a la prostitución.
Pero este lugar está muy alejado de ser algo partecido a turístico. Sobre las colinas, aparece un extraño paisaje como el de un campamento de refugiados en romería. Frente a unos edificios en ruinas se levanta una colina de carromatos, coches y camiones que se entremezclan extrañamente ordenados, con improvisadas cabañas o tiendas de campaña, hechas con palos y telas.
Una enorme pantalla de televisión que muestra anuncios con grandes rótulos, es lo único que recuerda que estás en el siglo XXI. En medio de una marea de gente, bajo un mercadillo de puestos ambulantes, asoma el templo de Yellamma Devi.
Originalmente las niñas Devasida eran consideradas como una suerte de geishas niponas educadas en las artes, la música, o la danza para honrar a la diosa del templo. También hay niños varones, a los que se les conoce como “Jogta”, o sirvientes de Dios. Y, por supuesto, las “Hijras”, considerados en India desde tiempo remotos como el tercer sexo, o transgenero. Pero siempre son de la casta maldita, las más pobres de los marginadas sociales, “Dalits”, parias de la vida sin acceso a la salud, la educación o a una vivienda.
Se bendicen con las llamas de improvisadas hogueras o de las antorchas que arden en lo alto del muro que rodea el templo. Y beben el agua de coco que rompen para vertirlo sobre sus manos. Otros dedican plegarias y algunas mujeres se arrastran por el suelo embadurnandose del lodo que se forma del agua de coco y los polvos de colores.
La primera noche la pasarán con algun Brahaman o con el mejor postor. Volverán a vivir con sus familias, pero cuando alcancen la pubertad se convertirán, literalmente, en propiedad pública. Les estará prohibido negarse a nada, y nunca podrán casarse. Solo podrán vivir de satisfacer las necesidades sexuales de los hombres de su aldea, hasta acabar en las redes de prostitución de las grandes ciudades como Mombai, Bangalore o Chennai.
Una tradición ancestral que, aunque empezó a prohibirse en 1982, pervive debido a la superstición, la ignorancia y la pobreza. 35 años después de ser abolida esta práctica, aún faltan programas de reinserción para estas víctimas de la explotación sexual y de enfermedades como el sida.
Como la mujer con la que tropiezo al atardercer a la salida del campamento que rodea el templo. Quizá no tenga más de 40 años, pero parece una anciana. Mira fijamente al extraño occidental que la apunta con la cámara.
Y cuando le pregunto su nombre, solo acierta a decir: Money.
– ¿Name?
– Money... ¿money?
Puede que esta anciana algún día fuera una niña Devasida. Quizá igual que la pequeña que encontré a la entrada del templo recogiendo monedas y los restos de polvos de colores.
Solo sé que si les preguntas el nombre, te dirán que se llaman Money.
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