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Lo escribí hace un año. Hoy la historia se repite. Hablo de Gorgui, el joven que salvó a un hombre en Denia. Podía reciclar el texto para adaptarlo al nuevo héroe anónimo merecedor de vivir. Podría cambiar el texto, lavarle la cara, pero voy a dejarlo tal cual para evidenciar la consistencia:
Una vez al año, algún país con un importante peso en el PIB de Europa —España, Bélgica, Alemania, ahora Francia [en referencia al caso de Mamoudou Gassama, de origen maliense, quien salvó la vida de un niño en París en mayo de 2018. N. del E.]— nos ofrece un espectáculo duradero un tanto esperpéntico de una ceremonia en la que “se adopta a un pobre”. Me vais a disculpar el lenguaje soez y franquista, pero es que es mucho más honesto y ejemplifica mucho más el discurso subyacente que el que pueda usar Macron para presentarse a sí mismo.
Es una ceremonia publica exactamente igual de bochornosa que la de aquellas gentes de bien que hacen tintinear el cepillo cuando van a a la iglesia. Europa —un país vale— adopta ostentosamente a un pobre. Pero, aclaremos, no puede ser un pobre cualquiera, la sociedad del espectáculo necesita que cumpla una serie de requisitos.
—Debe ser una persona en una situación económica, vital, familiar y social absolutamente extrema: en situación de demanda de refugio por una guerra, por trata, sin hogar, o sin papeles.
—Debe generar simpatía o empatía, sea por haber sufrido una agresión absolutamente desmedida y/o por cometer un acto absolutamente heroico, como puede ser rescatar a un niño o que una nazi de mierda le ponga una zancadilla mientras huye de una guerra con su hijo en brazos.
—Pero, sobre todo, tiene que haber una cámara. Es necesario que sea muy mediático.
Realmente lo que ocurre en estos momentos es que se corre el riesgo de que la población nativa, la votante, que habitualmente no se plantea esos problemas, pueda preguntarse, pueda acordarse de qué pasa con el trato que se da a quienes no vienen con la puerta abierta.
Pero los Estados son listos. Cogen a esa persona desconcertada y aterrada, que podía llevar uno, dos, 15 años intentando cruzar un muro insalvable para alcanzar simplemente la normalidad, y le ofrecen la nacionalidad o la residencia y un trabajito por obra y servicio en el que pueda cobrar un poquito más, 100, 200 euros, no mucho más que la media. Lo justo para que alguien diga “pues es un buen trabajo” y otro alguien diga “pero se lo ha ganao el chaval”.
Y esa persona, consciente de que no va a ver otra oportunidad así en su vida, la coge. Claro que la coge. Y hace bien. Se la deben.
Pero el país de turno —Bélgica, España, Alemania, ahora Francia— aprovecha para calmar el estupor entre una población televidente. Les ofrecen un final feliz, fotos, sonrisas a cámara, alguna lágrima, gente saludándolo en la calle como a los deportistas de élite. Y la población televidente sonríe, se siente satisfecha y cambia de canal.
Como si el resto fuesen los casos aislados. Como si el muro de Melilla fuese una espontánea e incontrolable rareza o la frontera turca fuese un fenómeno atmosférico y no estuviera toda la UE mirando para otro lado cuando muere alguien, como si el Mediterráneo no fuera una tumba de agua. Como si no fueran las leyes europeas las que determinan los procedimientos, las denegaciones, las que autorizan las deportaciones. Las que, ante homicidios claros realizados por cuerpos de seguridad de los Estados europeos, no los absolviesen porque recibían órdenes, como si Nuremberg nunca hubiese existido, como si los puntos 3 de los artículos 4 de los decretos leyes se pudiesen anteponer al primero de los derechos humanos.
Macron sonríe a la cámara. El chico sonríe, confuso y aliviado. Ya no le temerá al CRA. La población televidente no piensa en el CRA. Centro de Retención Administrativa. El equivalente a nuestros Centros de Internamiento de Extranjeros. Este tipo de prisiones son también únicamente para extranjeros, pero han eliminado esa palabra porque podría parecer xenófobo llamarlos “cárceles para extranjeros con faltas administrativas”. Sin embargo, son cárceles para extranjeros con faltas administrativas. Es tan fácil caer en una como traspapelar un documento, perder una cita, perder un trabajo... Los requisitos son absurdos, se exige un modelo de ciudadanía que ni la ciudadanía nativa, con su entorno social, su educación convalidada, su documentación reglada, puede cumplir. Podrían incluir al final el cuerno de un unicornio. Al menos dejarían claro que es una especie de broma de mal gusto y la imposibilidad de cumplir esa yincana.
El chico ya no le teme al CRA. Es el mismo de ayer, pero todo ha cambiado. Como un milagro. Macron sonríe en la pantalla y puede que, mientras tanto, 163 personas estén esperando su deportación a los países de los que huyeron por no poder enseñar una partida de nacimiento, viendo las noticias en la televisión del CRA.
Ninguna ley de extranjería se cambiará en Europa mañana. Al menos no para hacerse más laxa.
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