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Decenas de espaldas cargan con pequeñas mochilas y sacos de dormir en la oscuridad de la noche intentando esquivar los charcos de barro que entorpecen el camino. Caras borrosas, pies lastimados y cabezas agotadas se dirigen a las afueras de la ciudad con esperanza e incertidumbre. “A este recorrido le llamamos ‘el juego’ porque funciona igual que en una consola: nosotros, los jugadores, tenemos que llegar a nuestro destino y si nos cogen volvemos a empezar desde el principio”, explica Manzoor, un joven afgano de 20 años que, a pesar de haber perdido ‘el juego’ varias veces, no se rinde y sigue intentando llegar a su meta: la Unión Europea.En Šid, un pequeño pueblo serbio fronterizo con Croacia, viven cientos de migrantes que prueban suerte cada día para entrar en la zona Schengen, pero son pocos los que lo consiguen. “Es muy frustrante ver cómo se van cada noche y vuelven a la mañana siguiente porque han sido deportados”, cuenta Marie, voluntaria de la ONG No Name Kitchen que trabaja proporcionando ayuda humanitaria a las personas que viven en una antigua fábrica abandonada a las afueras de la ciudad.
Manzoor cuenta que la policía croata los golpeó cuando los descubrió escondidos en el tren intentando cruzar la frontera
Desde No Name Kitchen, además de proveer comida, ropa, agua y electricidad, también elaboran informes de violencia acometida por la policía contra los migrantes. “Es muy frecuente ver heridas y moratones cada vez que vuelven del ‘juego’”, asegura Marie. Manzoor cuenta que la policía croata los golpeó, les robó el dinero y les rompió el móvil cuando los descubrió escondidos en el tren intentando cruzar la frontera.Las personas migrantes no solo utilizan el tren como método de entrada a la Unión Europea, ‘el juego’ tiene muchas modalidades. “Durante el invierno se van sobre las nueve de la noche, caminan alrededor de tres horas y se cuelan en los camiones que se dirigen a Croacia. Por el verano, el buen tiempo permite que puedan cruzar a pie”, cuenta Marie. Los precios a pagar para realizar este viaje destino Europa pueden llegar a costar, tan solo desde Serbia, hasta 3.000 euros. Manzoor describe la peligrosidad de estas travesías: “andamos por la jungla —así llaman ellos al terreno lleno de hierbas altas por el que caminan— durante mucho tiempo y nos hacemos daño porque todo está lleno de espinas y ramas que nos arrancan la piel y en la oscuridad no vemos nada”. Anna es doctora y voluntaria de No Name Kitchen y desde hace unos meses se encarga, dentro de sus posibilidades, de supervisar la salud de alrededor de 80 personas que viven en esta antigua fábrica abandonada a las afueras de Šid a la que ellos llaman squad. Anna asegura que los intentos de cruzar la frontera son muy peligrosos y que cada vez que alguien es deportado vuelve con heridas y moratones: “una vez un chico se cayó del camión, otro se cortó un dedo con una parte metálica del automóvil, etc.” El problema, según ella, es que no hay lugares limpios para curar las heridas y que sus posibilidades de actuación se ven muy reducidas porque no tiene permiso de trabajo en Serbia y solo puede ofrecer primeros auxilios. “El squad está lleno de barro y una herida, por pequeña que sea, se puede infectar y convertirse en algo grave”, asegura. Además, el acceso al servicio de salud serbio para los migrantes es muy precario. “En los hospitales no los atienden a no ser que se trate de una emergencia, como por ejemplo si alguien se está desangrando”, explica Anna. Martina, otra voluntaria de la organización, asegura que algunas de las experiencias que ha vivido en el ambulatorio de Šid han sido bastante desagradables: “A veces nos dicen que no quieren atender a esta gente —los migrantes— porque son sucios. Tengo grabada en la memoria una ocasión en la que fui a acompañar a uno de los chicos a ponerse una vacuna y vi como el médico se la inyectaba con violencia y me gritaba para que le dijera a la persona que no se moviera”. Anna recalca que es importante tener en cuenta las consecuencias psicológicas que tanto ‘el juego’ como todo el viaje hasta Europa causan en los migrantes. “Cuando vuelven del juego después de haber sido deportados me dicen que les duele todo el cuerpo y en algunos puedo percibir la falta de esperanza”, narra Anna.Namdar es de Afganistán, lleva ocho meses en el squad y ha intentado cruzar a la Unión Europea 15 veces, aunque todas ellas ha sido deportado. “Recuerdo que una vez estábamos un grupo de personas intentando ‘el juego’ desde Bosnia y cuando la policía croata nos vio, nos pegó con un palo”, cuenta Namdar mientras señala las secuelas de la herida que aún tiene en su cabeza. Ahora asegura estar desesperado: “no tengo dinero, no duermo y llevo un año sin poder comunicarme con mi familia”. Esta situación está provocando que se replantee volver a Afganistán. “Me fui de allí porque la zona en la que vivía era muy peligrosa y había ataques de los talibanes y del DAESH constantemente. Estando allí me secuestraron los talibanes y cuando logré escapar, decidí buscar una vida mejor en Europa”, cuenta. A pesar de que la legislación internacional establece que es ilegal deportar a una persona solicitante de asilo, estas prácticas son comunes entre la policía europea en las fronteras. Enrico, otro voluntario de la No Name Kitchen, cuenta que, además, la policía humilla a los migrantes: “En una ocasión un chico me contó que en Croacia lo había desnudado completamente y lo había dejado así durante horas”.Las vulneraciones de derechos humanos en las fronteras de la Unión Europea son constantes. Desde esta ONG han registrado casos de personas que han sido encarceladas durante horas sin agua ni comida por el hecho de estar intentando cruzar a otro país. “Una vez un chico nos contó que lo retuvieron en prisión mucho tiempo y cuando preguntó si le podían dar algo para comer, la respuesta fue que ese lugar no era un restaurante. Además, casi nunca les dan ningún papel que afirme que han estado encarcelados, por lo que es algo muy difícil de probar”, cuenta Marie. Según los informes de violencia fronteriza de esta organización, al principio la policía croata era de las más activas en cuanto a devoluciones en caliente se refiere. Sin embargo, en los últimos meses las fuerzas serbias también han empezado a movilizarse. “Antes la policía de aquí los dejaba pasar sin problema, pero ahora los paran cuando están caminando por la calle incluso antes de llegar a la frontera”, asegura Marie.Desde No Name Kitchen han comenzado hace varias semanas a realizar un turno de vigilancia desde las seis hasta las nueve de la mañana porque, según los voluntarios, a veces la policía serbia iba al squad de madrugada para intentar echar de allí a los migrantes. “En alguna ocasión han quemado las tiendas de campaña de la gente, les han pegado, etc.”, relata Marie.
Entre 8.000 y 10.000 migrantes viven en campos y asentamientos informales en los Balcanes de los cuales más de la mitad son menores de edad
Un informe realizado por la ONG Médicos sin Fronteras establece que entre 8.000 y 10.000 migrantes viven en campos y asentamientos informales en los Balcanes de los cuales más de la mitad —de los que están registrados en campos— son menores de edad. Esta organización asegura que un 76% de los niños que han atendido en la ruta de los Balcanes culpa a las fuerzas de seguridad europeas como las perpetradoras de la violencia que han sufrido. Cuando el sol se esconde en Šid, el frío se intensifica y las carreteras empiezan a llenarse de personas que han huido de la guerra y que ahora escapan de las malas condiciones de vida que tienen que soportar durante meses para conseguir un futuro mejor. Con sus pasos, el ruido de voces que se quejan de la inmigración irregular en Europa se intensifica, pero las vías legales y seguras de entrada siguen sin aparecer.
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Pienso que ya no es una cuestión de economía si no de xenofobia.