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Música electrónica
El club como espacio de reivindicación: la influencia de los colectivos en la cultura de club
Los últimos diez años han supuesto un cambio de paradigma en la escena española. No solo ha surgido toda una oleada de nuevxs dj, sino también de colectivos que fomentan un género o una propuesta de espacio específico. Chica Gang, desde Madrid, promueve line-ups protagonizados por mujeres e integrantes del colectivo LGTBI+; Mareo, desde Granada, busca visibilizar la nueva generación de productores de electrónica; Jokkoo Collective, desde Barcelona, pone en el centro la música africana y su diáspora.
Estos colectivos y sus integrantes buscan influenciar mediante su propuesta a todo aquel que esté dispuesto a escucharles. Trabajan artesanalmente durante horas y horas, seleccionando finamente cada canción de su set. El hilo conductor puede ser la intensidad: elegir canciones con bpm tan altos que ni el propio correcaminos pueda seguir su ritmo, para crear una atmósfera de desenfreno y expresión; poner en el centro íntegramente a productores latinoamericanos, cuyos sonidos se están popularizando ampliamente en Europa, pero sin embargo no los vemos ocupar los line-ups del viejo continente; o preparar un set con canciones románticas exclusivamente.
Las pistas de baile se han convertido en espacios no solo de expresión sino también de reivindicación gracias al trabajo de estos colectivos: las cabinas se han llenado de caras, cuerpos y propuestas que no tenían espacio hace apenas unos años atrás
Sin duda, las pistas de baile se han convertido en espacios no solo de expresión sino también de reivindicación gracias al trabajo de estos colectivos: las cabinas se han llenado de caras, cuerpos y propuestas que no tenían espacio hace apenas unos años atrás. Estos lugares han servido de refugio pero también de espacio de celebración para aquellos que pocas veces son protagonistas en el día a día o en los espacios comunes. Aunque queda un largo recorrido, las mujeres están empezando a colocarse en el centro y la apreciación cultural de géneros como el reguetón, el afrobeat o el amapiano, o los orígenes reales del house y del techno ya forman parte de la cultura del club.
Hay dj que, aunque no tengan música subida a plataformas, hacen canciones en vivo y en directo. Samplean las partes esenciales de una canción, a saber: bombo, caja, melodía y voz, para crear algo nuevo que no existe y que quizás solo sea escuchado en esa ocasión. Entonces, ¿son los dj productores? No me atrevería a tanto, pero sí los consideraría Directores de Arte. Buscan generar un ambiente específico para transmitir una idea particular. Jugar con la energía del público para poder atravesar creativamente durante 90 minutos esos cuerpitos que bailan.
Los dj actúan como espías perfectos: buscan detrás de cada piedra, detrás de cada ventana, incluso la más lejana y perdida de internet, para llegar a sonidos frescos y originales. Nos abren mundos, incluso pasiones completamente desconocidas; sales una noche pensando en pasártelo bien y acabas descubriendo artistas o géneros que terminan acompañándote e inspirándote durante muchos años. O nos regalan momentos que recordarás hasta el último día que cierres tus ojos. Cuántas veces has estado en la pista, en el punto justo de trance, bailando una canción que no conoces pero se ha convertido ya en tu favorita, y pensando en lo mucho que te gusta vivir.
También actúan como cocineros, mezclando ingredientes que a ti en la vida se te hubiese ocurrido mezclar y que te suena a que te van a saber fatal, como el helado de vainilla y la pimienta. De primeras, te parece que no tienen que ver el uno con el otro, pero cuando te lo metes en la boca, sientes esa explosión de sabores. Quién te iba a decir que el reguetón de origen puertorriqueño es el match casi perfecto con el dabke, un sonido folclórico tradicional de Palestina, Siria, Líbano e Iraq. La música y los dj construyen puentes y apelan a corazones transatlánticos.
Funcionan también como arqueólogos contemporáneos. Nos descubren sociedades, culturas y movimientos a los que de otra manera sería imposible acceder. La exponente del funk brasileño sabemos que es Anitta, pero en los clubes empezamos a escuchar sonidos cariocas unos cuantos años antes gracias a los bootlegs de Dinamarca y su colectivo Staycore. La explosión del reguetón en España no empezó con Lola Indigo, sino con Rosa Pistola, rompiendo los esquemas en aquella Boiler Room donde fue abanderada del Perreo Pesado. Ahí, descubrimos no solo que poner perreo en el club era legítimo, sino también motivo de orgullo. Fue un punto de inflexión para quienes fuimos diana en el patio del colegio por compartir algo de nuestra cultura migrante.
Entendimos ahí que nuestra identidad, nuestras raíces, eran tan valiosas como cualquier otro género para ocupar un espacio como Boiler Room o cualquier escenario de música electrónica. Por supuesto que Rosa y los que fuimos detrás de ella nos tuvimos que enfrentar al clasismo tan característico que impregna la industria musical. Tumbar los estigmas de que el reguetón, el rkt, el funk, el dembow y básicamente toda la música que viene de los barrios hecha por pobres, periféricas y marronas es tan legítima como el techno y el house.
El club nos ha dado el espacio que la sociedad no nos ha dado. Pero ha sido un espacio que hemos tenido que pelear. No ha sido fácil convencer a promotores y dueños de sala que cedan un slot de su fin de semana a las misfits de la escena. Qué decir del mansplaining cons-tan-te que hemos aguantado por parte no solo de compañeros, sino también por técnicos de sonido que consideran que aunque literalmente te estén pagando por estar ahí como artista, consideran que no tienes los conocimientos adecuados y necesitan explicarte cosas.
Tener un espacio donde expresarnos y celebrarnos como mujeres, migrantas, bolleras, travestis, mariconas… era una deuda histórica que nos teníamos que cobrar
Tener un espacio donde expresarnos y celebrarnos como mujeres, migrantas, bolleras, travestis, mariconas… era una deuda histórica que nos teníamos que cobrar. Un trabajo que tiene más vigencia que nunca, pues la violencia en contra de la comunidad LGTBIQ+, el racismo y la misoginia parece estar resurgiendo en los espacios nocturnos.
Por último, no quiero dejar de reconocer la labor casi de solidaridad que hacen estos pequeñxs niños ratas a los que llamamos dj, que trabajan horas y horas en su casa, se toman transportes imposibles, sufren la falta de sueño constante, así como la soledad de un backstage o un viaje largo, todo para regalarnos un momento inolvidable en colectividad y que muchas veces no se ve equitativamente recompensado económicamente o socialmente. La puja por el reconocimiento en una industria de derechos laborales sospechosos o inexistentes puede llegar a ser muy cruel, afectando profundamente no solo la salud física sino también la salud mental.
Así que, la próxima vez que estés bailando, disfrutando con tus amigos, en lugar de acercarle el móvil a la cara al dj para pedirle cualquier canción del Top 30 de Spotify, te invito a que disfrutes, escuches y le prestes el respeto correspondiente a esa pobre diabla que ha pensado cada canción y cada transición para hacer de tu noche, una noche memorable.
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Se que cuesta entenderlo desde fuera pero, sin duda, los marcos de relación que se establecen alrededor de la música electrónica de baile tanto a nivel social, como de la propiedad misma, es de lo más avanzado que hemos conseguido como especie.
Techno para cambiar el mundo.