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Música
Fui a comprar a la cárcel
Tengo una amiga. Menuda mierda de comienzo. Pero tengo una amiga que siempre dice que no vale la pena escribir de nada que no sean tus auténticas heridas. Se lo dice a cualquiera que tenga pretensiones literarias, sabe muchísimo de esto. Me revuelvo contra esa máxima. Lo que quisiera es escribir de las antípodas de la herida: ¿por qué no dedicar nuestros esfuerzos, o nuestros escasos huecos, a hacer alabanzas del amor, de la belleza, de la esperanza, del futuro, de las quimeras? De nada de eso termino escribiendo.
Las últimas semanas las he pasado desbarrancándome por un disco, qué sensación maravillosa, que es todo entero una herida abierta. Sea lo que sea es una espectacular colaboración entre el productor y DJ Bronquio y la cantante 4iviL (Livia, en adelante), donde uno pone las bases y la otra un fraseo que desarma. ¡No sé dónde he estado metida para estar descubriendo a esta letrista ahora mismo! Cada capa de sentido que levanto me hace más fan, me convoca más fuerte. Me resisto a clasificarla o reducirla a etiquetas, he intentado explicar su estilo a los que me aguantan a diario y solo me salen comparaciones poco afortunadas. Es bastante única y es, para mí, un equivalente (más destructivo, más hiriente) de la enorme Gata Cattana.
“Tú y yo íbamos hablando / A ver quién tenía la última palabra / Iba a ganar yo y miré mis zapatos / ¿Dónde están los adoquines? No reconocía nada / ¿Dónde estamos? ¿Quiénes somos?”, comienza “Granada”, con esa cadencia de la voz que transmite algo más que hastío, dolor. Entre los temas, mi fijación es fuerte con “Fui a comprar a la cárcel”, que se viste de canción amable, de ritmo resultón: “No sé si era eso, acuérdate, si te acuerdas / Ya no sé si soy yo, o es la verdad / Quise cortar flores, y llevarlas a tu puerta / Pero no sirve de nada, no tenemos las mismas promesas”. Esto basta para ponerla en lo alto de un podio imaginario de “literatura de la herida”.
Livia se asoma poco a los medios, pero sí lo hace Bronquio en su nombre, y de esta letra explica que quiere hablar de amor imposible y de otra cosa, “los peligros de anillarse un visigodo”, uno de los múltiples piercings que muestra la cantante en su rostro. Perforarse y sus consecuencias. Herirse. Dejarse transformar por heridas propias o ajenas.
Hay un conducto subterráneo que viaja entre las heridas de Livia y las mías, esas que no quiero reconocer. No me cuesta ver que hay ciertos piercings colgando de mi alma, y del alma de las creadoras que me rodean, dejados ahí por gente desconsiderada. Lo que sucede con la herida es que cuesta mucho mirarla cara a cara. Tengo amigas que saben de escritura y transmiten su saber, y tengo amigas en la cárcel criminalizadas por hacer lo correcto, a las que abren las cartas y poco pueden escribir. Tengo amigas acompañando a amigas por este abuso, por esta violación, por aquella separación dolorosa, poco cuarto propio es ese. Tengo poca paciencia para abismarme en lo que duele, y a la vez tengo una inclinación cotidiana hacia el arte que abre lo que duele y lo muestra como una orquídea, admirable. Lo que veo a mi alrededor, lo que me atenaza a mí y a muchas de mis amigas (imaginarias, casi todas), es pelea y más pelea, es la consecuencia de la herida. Es escritura en sus propios términos, que bien puede no acabar en un libro, que a duras penas acaba en un libro. A veces sí. Solo a veces. Y no importa, en verdad creo que lo que importa es poder contar lo que contamos. Mientras se pueda contar.