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Llegó el final de este 2020 que, de simpático año gafudo ha pasado a convertirse, por arte de chunguez vírica, en “ese puto año que todos querremos borrar de nuestras mentes”. Meses estos cargados, sin embargo, de remembranzas y celebraciones de hitos, logrados y pasados, en todos los campos de la actividad artística, podríamos decir que con el cine y la música de musculada avanzadilla.
Los agitados sesenta habían vuelto a cambiar el mundo y la década de los setenta aguardaba expectante su turno en un lado del escenario. Entre las numerosas cosas bonitas sucedidas en aquel 1970, dignas de ser festejadas con fanfarrias y psicotrópicos, tenemos la publicación de varios singles y el primer LP de los nunca suficientemente ponderados (aunque sí en las corrientes subterráneas) Smash. Glorieta de los lotos era y es el título de ese disco, producido para Polygram Ibérica por el ubicuo por aquellos años en todo lo que sonara a nuevo y rompedor, Don Gonzalo García Pelayo. García Pelayo es alguien que a estas alturas de la película debería ser considerado, si es que no lo es ya, como uno de los personajes claves de nuestro (por entonces incipiente) underground más destacable y significativo.
No es lo mismo fabricar un fanzine sobre folk andino en el Greenwich Village neoyorkino de 1968 que montar una banda de rock and roll en la Sevilla del mismo año
Y es que solo hay algo más lindo que nuestra siempre denostada y escurridiza por definición contracultura, y son aquellos brotes de respuesta libre germinados en los más feroces y autoritarios contextos, como es el caso del apestoso franquismo que entonces se resistía todavía a ser retirado de la escena. No es lo mismo, pongamos por caso, fabricar un fanzine sobre folk andino en el Greenwich Village neoyorkino de 1968 que montar una banda de rock and roll, con toda su parafernalia, en la Sevilla del mismo año, como sucedió con la primera formación del grupo, en la que ya militaban elementos como Julio Matito, Gualberto y Antonio Rodríguez. Es conocido que por aquellas fechas si caminabas por las calles de nuestro entrañable país con el pelo un poco más largo de lo debido o vistiendo una indumentaria llamativa, no estabas libre de recibir toda clase de insultos e improperios de parte de los de siempre, trato vejatorio que los mismos Smash llegaron a sufrir hasta del propio establishment más rancio (ver la impagable serie de artículos al respecto de Javier García Pelayo, que ejerció de manager del grupo).
Una frescura y una osadía que siguen asustando
Como decíamos, Glorieta de los lotos (denominación de un estanque que sigue recordando a diario a todos los visitantes la variada y cercana belleza del parque María Luisa) fue el primer larga duración registrado por los sevillanos, pero el grupo ya llevaba varios años en el disparadero más inquieto, siendo la comidilla de los pequeños grupúsculos de iniciados en el rollo, tanto de Madrid como de Barcelona, ciudades en las que, según testimonios de numerosos testigos, el cotarro se animaba más de lo normal cuando se dejaban caer por allí los peludos andaluces con su desparpajo y sus instrumentos. El disco, dotado todavía hoy en día de una frescura y una osadía que siguen asustando, está plagado de aromas psiquedélicos, folkies y blues-rockeros que los emparentan con las corrientes más experimentales de la música que se facturaba en aquellos momentos. En ese aspecto, se perciben las influencias evidentes de Jimi Hendrix y Crosby, Still, Nash and Young, de los que solían recrear en sus conciertos temas como “Red house” o “Teach your children”, respectivamente. Grabado con toda la fuerza del directo, hasta el punto que en el último corte, el “Rock and roll” desatado que se marcan, podemos escuchar las voces de los propios músicos intercambiando pareceres. Los artífices de la grabación fueron Julio Matito, Antonio Rodríguez, Gualberto y Henrik Liebgott. Más tarde, sumaron a sus filas el impetuoso talento de Silvio y Manuel Molina.
Ansias de libertad
Aunque a menudo se recuerda el papel de Smash como pioneros del underground patrio, no se ha valorado lo suficiente su importancia como animadores o catalizadores de las ansias de libertad que sentía una parte significativa de la juventud de esos días. Además, y no es poco, abrieron la lucha por sacar el flamenco a la luz del mundo, venciendo los prejuicios de los que consideraban que se trataba de una música de aires carpetovetónicos y dignos de un país miserable en lo social y lo cultural. Sabemos lo que vino después al respecto, con sus hallazgos y redundancias, pero son ellos los que se pueden colgar la medalla del iniciador.
Y todo ello gracias, en parte, a la recurrente influencia de la música importada a través de las bases americanas ubicadas en Andalucía (otra “parajoda”, que diría Unamuno) y a sus propias ganas de experimentar, no solo con la música, como es bien sabido. Los miembros de Smash no tenían problemas en escuchar al Hendrix más incendiario en reuniones al calor de la grifa, y acabar esa misma jornada gozando y dando palmas en una velada amenizada por grandes personajes de la historia del flamenco, como Antonio Mairena o la Bernarda de Utrera.
Del mismo modo, a ellos corresponde la primera expresión negro sobre blanco del nuevo aliento contracultural aún por llegar: el ‘Manifiesto de lo borde’. Hemos encontrado diversas teorías sobre su creación, atribuida por algunas voces a Gonzalo García Pelayo y por otras a Julio Matito. Lo que está claro es que ambos tuvieron que ver, de una forma u otra, con esta primigenia y pública sacada de lengua al sistema dentro de nuestras fronteras; y eso, sin contar lo que supuso su aparición a la hora de sincronizarnos con las corrientes culturales más valientes y desafiantes que se producían en otras partes del planeta. Resulta curioso que el histórico documento fuese publicado por vez primera en la revista CAU, una publicación sobre arquitectura y urbanismo, tal y como lo reseñan Manuel Moreno y Abel Cuevas en su reciente estudio sobre las revistas contraculturales en España, mencionado un poco más abajo.
Por el momento, los Smash y los diversos recovecos de su historia no tienen ni el libro ni el documental que se merecen (y que alguien me corrija si me equivoco, por favor), como tampoco los tiene Gonzalo García Pelayo y su diversa y apabullante contribución cultural. Sí han encontrado su lugar en la necesaria y, afortunadamente cada vez más voluminosa, revisión histórica del underground español que se está llevando a cabo desde hace unos años. Se trata de estudios que nos llegan en diferentes formatos (cine, ensayos, biografías), y que no dejan de sacarnos los colores, pues percibimos con terror cómo se han reducido desde entonces las cotas de libertad (personal) y de atrevimiento (general). Pienso a vuelapluma, por citar solo algunos, en La ciudad del arco iris, documental dirigido por Gervasio Iglesias, La vida cotidiana del dibujante underground (Ed. Anagrama) del gran Nazario, Culpables por la literatura (Akal), ensayo literario de Germán Labrador Méndez, o más recientemente Todo era posible. Revistas underground y de contracultura en España: 1968-1983 (Libros Walden), de Manuel Moreno y Abel Cuevas, entre muchos otros.
La onda expansiva sigue produciendo vibraciones en los cerebros que se desean inquietos
Después de varias separaciones y reencuentros, el sueño de los primeros Smash terminó con la muerte de Julio Matito en la carretera, en el viaje de regreso que lo llevaba a Andalucía desde Barcelona, después de grabar con la resucitada banda un programa para Televisión Española del periodista Ángel Casas. El sueño, decíamos, terminó bruscamente. Sin embargo, la onda expansiva del golpe que supuso la llegada de Smash a la realidad española sigue produciendo vibraciones en los cerebros que se desean inquietos, conformando la efervescente escena roquera sevillana actual, agazapada ahora a la espera de una nueva explosión.
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Hay un documental que, si bien no es monográfico de Smash, si que dedica le dedica cierto protagonismo. Se llama "Underground: la ciudad del Arco Iris". Muy recomendable.
En realidad es todo un acontecimiento que como tantos otros nunca saldrá en los telediarios, ni se enseñará en los Institutos donde apenas se enseña cultura y la contracultura ni se menciona. Afortunadamente hay artículos como este y libros como "Como acabar con la contracultura" de Jordi Costa, que ponen las obras de nuestra cultura popular en el lugar que se merecen, gracias. Smash en el "Musical Expres" de Angel Casas (1979): https://www.youtube.com/watch?v=7U_XUU6IieQ