We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Opinión
La abolición de las armas nucleares, un freno a la crisis climática
La vida sobre la Tierra enfrenta dos amenazas existenciales: la crisis climática y las armas nucleares. Ambas están fuertemente vinculadas y se refuerzan mutuamente; sin embargo, muchos ignoran cuán serio es el riesgo de una guerra nuclear y cómo es que la abolición de las armas nucleares puede ayudar a resolver la crisis climática.
La crisis climática es realmente grave y empeora exponencialmente. Esto se debe a actividades humanas, tales como el aumento en el militarismo, que directa e indirectamente contribuye en gran medida a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), y la ganadería, que es responsable de más emisiones de dichos gases que todo el sector del transporte en su conjunto. A pesar de la conciencia general de la existencia de la crisis climática y sus causas, las emisiones de GEI siguen aumentando y, con ello, la temperatura global. Los últimos cinco años han sido los más cálidos jamás registrados.
Como lo hemos vivido, esto se ha traducido en varios efectos, como el aumento de eventos climáticos extremos —sequías, inundaciones y huracanes— y la escasez de agua —que afecta la biodiversidad, la agricultura y la disponibilidad de agua para consumo humano y electricidad a través de la energía hidroeléctrica—. La consecuente pérdida de productividad agrícola, a su vez, da lugar a una mayor inseguridad alimentaria y a desnutrición. Por estos efectos, se espera que el desplazamiento de la población aumente a 100 millones de personas por año para el 2050.
¿Qué debe hacerse? En primer lugar, reducir rápidamente nuestras emisiones de GEI, lo que significa alejarse de los combustibles fósiles, aumentar las prácticas agrícolas sostenibles (como reducir la ganadería) e invertir en energía renovable. También necesitamos proteger y restaurar nuestros bosques y otros ecosistemas naturales, que juegan un papel crucial en la captación de carbono y la regulación del clima. Es necesario invertir en investigación y que los políticos escuchen la evidencia científica y actúen en consecuencia.
En resumen, necesitamos recursos y voluntad política.
Ahora bien, ¿cómo encajan las armas nucleares en todo esto?
En primer lugar, la crisis climática aumenta el riesgo de una guerra nuclear. El Reloj del Apocalipsis actualmente marca 90 segundos para la medianoche, el mayor riesgo de la historia. En general, esto se debe a tres factores: 1. El liderazgo político inestable en los Estados con armas nucleares; 2. El aumento en el riesgo de una detonación nuclear accidental o ciberterrorismo debido a la vulnerabilidad de los sistemas de alerta máxima; y 3. El cambio climático.
El cambio climático aumenta las posibilidades de conflictos por recursos como la tierra, el agua potable y las reservas de alimentos, y aumenta la presión para migrar. El colapso político, a su vez, lleva a que líderes extremistas sean quienes lleguen a controlar las armas nucleares, lo que representa un riesgo en regiones donde ya existe tensión política.
Ahora bien, una sola detonación nuclear, especialmente en los tiempos actuales, es capaz de causar un daño ambiental significativo e irreparable. Incluso un uso limitado de armas nucleares tendría consecuencias climáticas catastróficas. En un intercambio nuclear entre India y Pakistán, ambos Estados con armas nucleares y a menudo en conflicto, con 100 bombas del tamaño de Hiroshima —menos del 1% del arsenal mundial— aparte de la catástrofe local y regional, habría un impacto climático global. Se reducirían los tiempos de cosecha de los granos básicos de los que dependen muchas poblaciones, lo que provocaría una hambruna que podría matar a más de dos mil millones de personas en todo el mundo.
A mayor escala, una guerra nuclear provocaría una destrucción de proporciones inimaginables, con decenas de millones de muertos, una altísima contaminación por radiación que se extendería por todo el mundo, y un invierno nuclear que provocaría la destrucción de nuestra civilización y la extinción de muchas especies, posiblemente incluso la nuestra.
Otro punto a considerar es que las armas nucleares son extremadamente costosas de mantener. Se ha calculado que la inversión actual en armas nucleares asciende a 116.000 millones de dólares al año y va en aumento.
Ahora, considerando que la solución a la crisis climática requiere recursos económicos y voluntad política, debe necesariamente incluir el desarme nuclear. Las armas nucleares no solo son una grave amenaza para el ambiente, sino que representan un costo y un riesgo inaceptables y socavan los cimientos de la cooperación internacional y la buena voluntad.
Para paliar la crisis climática se requiere una movilización masiva de recursos. Una gran parte de esta inversión de capital podría provenir directamente de los recursos sustanciales que se liberarían una vez que se implemente el desarme nuclear. A su vez, el talento científico y los recursos políticos actualmente implicados en las armas nucleares podrán redirigirse para buscar innovaciones ecológicas.
Además, para enfrentar ambas amenazas, es imperativo que la comunidad global se una con un enfoque de equidad, cooperación y responsabilidad compartida y, para ello, es fundamental canalizar los esfuerzos de la humanidad hacia el fomento de una cultura de paz y el fortalecimiento del régimen multilateral.
El Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), adoptado en la ONU en julio de 2017 por 122 países, es un paso significativo en esta dirección. El TPAN es producto del desarme humanitario y de la formulación de políticas basadas en la evidencia, y un triunfo de la diplomacia internacional, y promueve una cultura de paz y cooperación.
Su universalización e implementación fortalecen el régimen multilateral y promueven la diplomacia científica y la cooperación internacional, elementos esenciales para enfrentar el cambio climático. Por sus efectos directos e indirectos, la firma y ratificación del TPAN deben, por lo tanto, incluirse como acciones urgentes en el marco de la crisis climática.
Se nos acaba el tiempo, pero aún tenemos opciones. Ante este doble dilema existencial, la humanidad se encuentra ante una encrucijada: podemos asegurar nuestra continuidad y prosperidad o podemos asegurar nuestra propia destrucción. Más que nunca, el mundo necesita diálogo; necesita participación social y líderes pragmáticos que sean capaces de escuchar a la ciencia, tomar decisiones valientes y promulgar e implementar políticas constructivas.