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Opinión
Iniciativas populares vs pactos institucionales: caminos colectivos frente a los callejones sin salida
Quizás lo más difícil en estos tiempos sea perseverar. Por eso, en los últimos años, el léxico de la superación personal tiene entre sus figuras estrella el término resiliencia: resistencia ante la adversidad, entereza ante las dificultades. No soltar. Lo tomo de prestado para hacer balance de lo que ha hecho estos años el movimiento Regularización Ya: no han soltado. No han rebajado sus demandas, ni han matizado lo que exigen en un ejercicio de tacticismo. No se han dejado apaciguar por discursos no acompañados de medidas políticas, ni por medidas políticas estériles en transformaciones necesarias para alcanzar su objetivo. Llevan cuatro años peleando por lo mismo.
Quizás justo el verbo pelear no sea el apropiado, pues resuena a esos asaltos que si no se ganan te dejan frustrado y sin aliento. Pelear suena a usar más que la mente el músculo, más que la palabra el ruido, más que la alianza la oposición. Y sin embargo, lo que se consiguió el pasado martes 9 de abril es fruto de una inteligencia colectiva puesta al servicio de un objetivo común, del diálogo y el convencimiento artesanal, de las conversaciones de tú a tú, pliego de firmas bajo el brazo, de juntar energías y alcance con organizaciones, grupos, colectivos, con los que no necesariamente irías a todas partes, pero que tienen claro que a esto quieren ir contigo.
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Quizás lo que se celebró el martes sea solo un paso entre muchos otros pasos, pues caminar está hecho de avances pequeños que precipitan desplazamientos de cómo eran las cosas, que posibilitan que lleguen otras, esas cosas por las que nunca hay que dejar de esforzarse, esas cosas que nunca hay que soltar. Pues soltarlas implica dejar atrás a una gran parte de nosotras, firmar un contrato social que sabemos caduco y enfermo. Soltarlas implica no dejar nunca atrás, lo que debe ser dejado atrás.
Los grupos políticos tendrán que salir del marco de la imposibilidad, de que Europa no nos deja, y explicar por qué no quieren que medio millón de personas en el país tengan derechos
La Iniciativa Legislativa Popular ya está dentro del congreso: no se podrá mirar a otro lado, los grupos políticos tendrán que salir del marco de la imposibilidad, de que Europa no nos deja (la falsedad de esto ya la aclaró Regularización Ya en su momento), y explicar por qué no quieren que medio millón de personas en el país tengan derechos. Por qué los quieren desamparados mientras hacen los peores trabajos, por qué los necesitan sin libertad y con miedo. Van a tener que explicar si votan la igualdad prometida en las flamantes discursos, o votan al apartheid que somete a miles de personas al terror y a la explotación, que se escenifica cada día en las redadas racistas en Lavapiés, en los alrededores de las paradas de metro, en los bancos de tu barrio donde se sientan jóvenes que no son blancos.
El miércoles 10 de abril los partidos, en su formato europeo, ya dieron una pista. El voto del Pacto Europeo de Migración y Asilo dijo sí a la razón securitaria, esa tan alejada de la inteligencia colectiva, del diálogo en las plazas, de la alianza para alcanzar un bien común que nos interpela y desborda. El pacto institucional para administrar y financiar la muerte de los otros se ofició sin necesidad de mucha perseverancia o resiliencia. Para sellar una condena de detención o abandono para las personas migrantes no tuvieron más impedimento que decenas o cientos de colectivos y organizaciones publicando manifiestos, Davides que perseveran ante un Goliath que ni siquiera se digna a mirarles.
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Huelga hablar del riesgo de un crecimiento de la ultraderecha en la UE, a las personas migrantes probablemente les dé igual que los gobiernos que las detengan, expulsen o abandonen en el medio del mar, sean más o menos gritones. Comparten su eco asesino el bruto lenguaje de Orban y el mudo apoyo a un Grande Marlaska que se negó a dimitir tras el 24J en Melilla. Lo que se votó el miércoles en el Parlamento Europeo es un callejón sin salida. Las políticas migratorias europeas ya no llevan a ninguna parte, no facilitan nada, no impiden nada: solos sirven para generar más sufrimiento y alimentar la industria securitaria, niña de los ojos de nuestros tiempos, en los que todo luce tan aparentemente sofisticado, y sin embargo, todo el horizonte político de la UE parece resumirse últimamente en que viene el coco.
El coco, la llegada masiva de personas migrantes, agente invasor que el organismo europeo no podrá absorber sin quebrantarse, dice la extrema derecha, como si no hubiera capacidad de transformación en ese organismo europeo que nadie sabe muy bien de qué esta hecho. Como si hubiera un organismo europeo ajeno a las migraciones. Como si fuera competencia de alguien decidir quién se mezcla con quién, ilegalizar ansias de supervivencia, legítimos proyectos de vida.
El lenguaje de la gestión es el de la banalidad del mal: un resorte automático que se alimenta del frío de los despachos, del poder de abstracción que permite la distancia
El coco, la llegada descontrolada de gente, dicen los defensores de una gestión de los flujos migratorios más exitosa. Apologetas del “lo importante es evitar que lleguen” ejecutan las mismas políticas que los otros, solo que sin pasión, a veces incluso con un tímido desasosiego que neutralizan sin esfuerzo con unas dosis de “no se puede hacer otra cosa”. El lenguaje de la gestión es casi peor que el lenguaje del odio. El odio refleja una pasión, confiesa un miedo. Ayuda a entender, empuja a reaccionar. Pero el de la gestión, es el lenguaje de la banalidad del mal: un resorte automático que se alimenta del frío de los despachos, del poder de abstracción que permite la distancia.
Rescatar a la política de la necrodistancia de las instituciones, perseverar ante la negación mecánica de derechos que deberían ser indiscutibles, rebatirle al prepotente lenguaje de la gestión las mismas premisas sobre las que construye sus excusas: eso ha conseguido la ILP Regularización. Abrir caminos en la dirección opuesta a este callejón sin salida hacia el que persiste en llevarnos la lógica institucional imperante. Caminos que se conjugan en colectivo, que son conscientes de que se avanza paso a paso, y que nunca dejan de apuntar al horizonte político decidido en común, que perseveran a pesar del viento en contra y del ruido.