Opinión
Señoras que fantasean con quemar contenedores (metafóricos)

Violento es que se permita y venere el privilegio, el lujo, el lucro impudoroso. Violencia es que la gente sienta vergüenza por ser pobre, en un mundo que deja cada vez menos espacios para la supervivencia, y no por ser asquerosamente rica.
Sarah Babiker
14 abr 2022 06:00

A veces, mientras escucho la radio, me entran ganas de quemar contenedores. Sé que no me pasa a mí sola, lo tengo hablado con las comadres, tú ahí sumergida en tus cotidianeidades, fregando quizás los cacharros, las manos llenas de espuma, y te agita por dentro la necesidad de romper cosas. O quizás llegas corriendo del colegio a la oficina, mientras el impulso de gritar a todo lo que se menea te quema la garganta. Es todo metafórico, nos decimos, estrictamente metafórico, nosotras nunca le haríamos daño a nadie, nos repetimos, mientras los tiempos se han vuelto un túnel del castigo donde te llueven los sopapos, no todos metafóricos.

Y te mantienes en movimiento, con la espalda más o menos curva, porque si dejas de moverte, algo te colapsará encima, sospechas, porque detenerse es cada vez más un privilegio. Intuyes que es solo parándose en seco, con un parón masivo y militante, como esos mecanismos tan fijos e inamovibles que te mantienen trotando en la rueda, comenzarían a desplazarse para permitirnos repensar hacia dónde carajo queremos ir. Pero si acometes tal hazaña, si gritas en plan Braveheart de barrio, ¡yo esta locura ya no la sostengo!, entonces quién te paga las facturas, hamsterita mía, quién te llena la nevera mientras buscas acólitos para tu revolucionaria pausa.

Somos presas de la biopolítica de la precariedad, donde siempre tienes lo justo para tener algo que perder, donde siempre tienes menos de lo necesario para poder permitirte parar y decir lo que tengas que decir

Somos presas de la biopolítica de la precariedad, donde siempre tienes lo justo para tener algo que perder, donde siempre tienes menos de lo necesario para poder permitirte parar y decir lo que tengas que decir. Donde el principal dominio, porque el tiempo es oro, se ejerce a través del expolio de las horas en las que trabajas y las horas en las que buscas trabajo, y las horas en las que te recuperas de tanto trabajar. Es un látigo invisible que no deja marcas, pero que deja heridas por dentro y te doma. Es, una vez más, violencia.

Violencia es ver a cada vez más gente cayéndose de la meseta de la estabilidad, despeñándose contra la incertidumbre en un estado de bienestar que se repliega desde hace tantos años que nos descubrimos añorando utopías de tres cuartos, como cuando pedías cita en el centro de salud y te atendían en un día, o tu padre afrontaba con un solo salario la hipoteca. Reducidas a suspirar con nostalgia mirando a un ayer no tan bueno, cuesta cada vez más mantener la mirada hacia adelante y a lo lejos, visualizar mundos mejores que este, ya tan cruel para tantos, hablarles a nuestras hijas del mañana como a un espacio a habitar. 

Violencia es tener toda la atención presa en guerras lejanas y batallas culturales, mientras nos callamos nuestras tristezas, nuestros no llegar a final de mes, el escalofrío que nos recorre cuando tememos no poder pagar la compra en el supermercado, el desconsuelo que nos invade cuando nos cruzamos en las calles o en el metro con quienes no tienen ni suerte ni un estado de derecho que los ampare.  Al mismo tiempo, contemplamos a quienes intercambian favores y millones de euros como cromos. Violento es que se permita y venere el privilegio, el lujo, el lucro impudoroso. Violencia es que la gente sienta vergüenza por ser pobre, en un mundo que deja cada vez menos espacios para la supervivencia, y no por ser asquerosamente rica.

Cuando nos dicen que son tiempos difíciles, que se viene la escasez, que nuestra vida será peor y que hay que ajustarse, solo me vienen ganas de escribir contenedores ardiendo. Pues hay gente que hace de los tiempos difíciles su principal negocio

Alineo los platos ordenadamente y, mientras el podcast de turno me sigue enfrentando contra una realidad que no puedo cambiar, me dan ganas de estrellarlos contra algo. Hay olas de cansancio, hay olas de aburrimiento, y hay olas de cabreo. La gente por ahí anda muy enfadada, los hay que desparraman odio desde su sofá, vertiendo torrentes de mierda online hacia quienes quieren ampliar libertades y derechos para todas. Apuntando hacia abajo, que es hacia donde apuntan los cobardes, replicantes de un sistema que les aboca a perder cada vez más. Son miles, millones, quienes en lugar de aliarse con quienes ya están abajo, defienden con uñas y dientes a sus amos económicos, a sus hipnotizadores mediáticos.

A mí con mi rabia, me gustaría escribir un artículo que fuese un contenedor ardiendo. Ya no me hacen ninguna gracia los memes, la fina ironía, con la que comentamos el despojo. Ya no me ayudan los brillantes análisis de tantas plumas que admiro.  Cuando nos dicen que son tiempos difíciles, que se viene la escasez, que nuestra vida será peor y que hay que ajustarse, solo me vienen ganas de escribir contenedores ardiendo. Pues hay gente viviendo muy bien, jodidamente bien, a la que los tiempos difíciles se la soplan, es más, que hacen negocio de los tiempos difíciles, es más, que hacen de los tiempos difíciles su principal negocio. Si los supremacistas blancos, los señoros resentidos, los wanabee de clase media, los incels con nostalgia de ser respetados machos, pueden organizar su rabia y hacerse notar, por qué no podremos las señoras quemar contenedores (metafóricos).

Si nos aplican la doctrina del shock 24/7 gente bien vestida, sin ataduras éticas, sin prejuicios morales, sin más lealtades que las que prodigan a sus cómplices, sin más ideología que la de medrar, porqué no pergreñar cuál es la doctrina del shock desde abajo que los tiempos nos piden, un shock que consista en pararse, en desengancharse, en sentir que se tiene al menos un poquito de poder. Buscar qué contenedores metafóricos podrían arder para que se detenga todo, qué tiempo y lenguaje podemos recuperar, de qué prioridades es urgente hacer bandera, para que no nos restrieguen las suyas en los morros. Por dónde han de empezar las escaramuzas y los sabotajes para dinamitar el relato que ampara toda esta violencia cotidiana. 

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celiagonzalez
18/4/2022 2:31

Ohh! Gracias, Sarah! Quememos!

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Boaterra
18/4/2022 0:02

Gracias Sarah!! Increíble artículo, estamos resonando, poco a poco nos haremos menos subterráneos, salud!

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blancavelagiral
17/4/2022 10:14

BlancaVela

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Tunigu
16/4/2022 9:05

Se agradece la honestidad y la resistencia, sobre todo por lo que tiene de des-psicopatologizador: -James Davies, Sedados- si tienes accesos de ira, completa intolerancia a la intimidación cotidiana, a la mentira como estructura de la realidad y respondes proporcionalmente a la agresión sufrida, no tardarán en señalarte como trastornado y tú mismo te tratarás así, con vergüenza añadida. Y es fácil que así suceda, porque han conseguido normalizar la barbarie atrayendo la complicidad de sus víctimas: cínicos nihilistas, indiferentes morales convencidos de la eticidas de sus no-relaciones, del abandono del sufriente etiquetado de fracasado... Y en esto poca distinción de género se puede hacer. En este sentido también conviene ser honesto.
Seguimos.

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Scum
16/4/2022 0:11

Me uno a esa barricada de contenedores ardiendo

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