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“¿Aquí? ¡Si aquí no hubo esclavos!”. Esta sigue siendo la respuesta general (tanto en la calle como en la Academia) cuando hablamos sobre el fenómeno de la esclavitud en la mayoría de los países europeos, como es en este caso Andalucía. Más concretamente me refiero a la esclavitud durante los períodos medieval y moderno. Y es que en nuestros imaginarios se han formado una serie de percepciones sobre la esclavitud que poco o nada tienen que ver con la realidad. Estas percepciones se han ido construyendo a lo largo del tiempo debido a factores como la injerencia de la tradición académica y las realidades de países del norte de Europa en la llamada historia universal o nuestro propio desinterés sobre el estudio de grupos subalternos y marginados.
De igual manera, la herencia cultural y filosófica de nuestra sociedad ha desestimado el legado de la esclavitud y las personas esclavizadas en nuestra península a partir del racismo, el sexismo y el colonialismo epistémico. El resultado son afirmaciones sobre nuestra historia que se repiten y reproducen de manera sistemática en todo tipo de discursos, libros de texto, medios de comunicación y estudios poco reflexivos: que en Andalucía no hubo esclavos, o que cuando los hubo, fueron pocos y reducidos a las cortes de los poderosos, como objeto de lujo y exotismo. También que eran en su totalidad de origen negroafricano, y mayoritariamente hombres. Unos tópicos que en conjunto han de ser combatidos con una historia comprometida, antirracista, anticolonial y con perspectiva de género.
Por lo que respecta a la primera cuestión, sobre la inexistencia de personas esclavizadas tanto en Andalucía como en el resto de la península, cabe destacar la actividad y numerosos estudios de investigadores e investigadoras desde mediados del siglo pasado. El pionero fue precisamente el historiador sevillano Antonio Domínguez Ortiz, con un extenso artículo sobre la esclavitud en Castilla durante la edad moderna. Él mismo se sorprendía sobre la falta de interés en nuestra historiografía acerca del fenómeno esclavista, teniendo en cuenta la riqueza documental que existe sobre el asunto en nuestros archivos. A día de hoy Andalucía se sitúa a la cabeza en lo respectivo a estudios sobre esclavitud en el conjunto del estado español, hecho que se debe a sus características geohistóricas, como puerta y nexo entre Europa, África, América y sus pueblos y culturas. Sin embargo y pese a las evidencias documentales nos sigue siendo difícil pensar que una institución tan infame como la esclavitud pudo haberse dado en nuestras sociedades de la modernidad, sociedades de progreso científico y social que avanzaban del feudalismo y el sistema servil hacia la economía capitalista y la mano de obra libre asalariada.
¿Cómo imaginar que en los puertos y mercados andaluces como los de Sevilla, Huelva, Cádiz o Granada, se transportaban, compraban y vendían seres humanos como si se tratara de animales o muebles? ¿Que nuestros antepasados formaron parte de tan inhumano – así como lucrativo – negocio. Lo cierto es que la dificultad de nuestra sociedad para asumir y reconocer dicho legado se debe principalmente a dos causas. Una (ya mencionada al principio) es la de la influencia de la tradición académica e imaginario sobre la historia de países del centro y norte de Europa. Se asume que, si en Inglaterra o en Francia hubo feudalismo durante la Edad Media, también lo hubo en el conjunto de la Península Ibérica o en Italia. Y si en el York del siglo XIII no hubo esclavos, ¿Cómo iba a haberlos en València o Sevilla durante el mismo período?
La otra causa es, tal y como sostienen autores y autoras como la antropóloga y experta sobre la esclavitud en Granada, Aurelia Martín Casares, el sentimiento de culpabilidad histórica y la mácula que supone para nuestro pasado el hecho de haber empleado y comerciado con personas esclavizadas. Es por eso por lo que nos es más fácil situarla en tiempos históricos y espacios geográficos distantes (como la antigua Roma o América y el Caribe colonial), que no asociarla a sociedades sobre las que nuestra historia y herencia cultural se legitima.
La segunda cuestión o tópico corresponde al número y función de las personas esclavizadas. Aunque sea difícil cuantificar el total de la población esclavizada en Andalucía, y más para el periodo medieval, su huella documental indica que los números están bastante lejos de “unos pocos”. Y es que más allá de ser indicadores de exotismo y lujo en las cortes y palacios de casas nobles y adineradas, la Corona poseía y empleaba personas esclavizadas en obras públicas y minas, las casas más pudientes las empleaban junto al servicio doméstico y las clases más humildes – sí, humildes – también participaron de la compra de esclavos y esclavas como refuerzo en sus oficios y empleos: desde alfareros, artesanos o campesinos hasta comerciantes y artistas (el mismo Velázquez contó con un esclavo de origen morisco llamado Juan de Pareja, que tras obtener la libertad en 1650 siguió los pasos de su antiguo amo como pintor).
Para los casos de Sevilla y Cádiz, por ejemplo, a lo largo de la Edad Moderna la población de origen esclavo ronda entre el 10% y el 20%, una cifra nada despreciable.
Otra cuestión es la asociación casi innata de las personas esclavizadas con la negritud, una presunción enormemente racista, resultado de la inferiorización sistemática de los grupos humanos de África subsahariana a causa del pensamiento colonial. Lo cierto es que tanto en Andalucía como en el resto de la península a lo largo de los períodos medieval y moderno el colectivo esclavo estuvo formado por multitud de grupos humanos, convirtiéndose el negroafricano en predominante sólo a partir de finales del siglo XVII.
Durante la Edad Media cristianos y andalusíes se esclavizaban mutuamente a partir de las razias o cabalgadas, siendo la mayoría de las personas cautivas blancas, de origen hispanomusulmán o cristiano. A estos botines humanos procedentes de la guerra hay que sumarles multitud de personas esclavizadas procedentes de los circuitos comerciales transaharianos y de todo el Mediterráneo: eslavos (colectivo cuyo nombre sustituyó al término latino servus para referirse a las personas esclavizadas), circasianos, griegos ortodoxos, árabes, bereberes y negroafricanos llegaban por igual a puertos como Málaga, Murcia, o Barcelona y se distribuían por toda la península.
Con el paso del periodo medieval a la modernidad, y la construcción nacional-religiosa de la Monarquía Hispánica la esclavitud pasó a ser un arma más de la lógica de dominación colonial, contra la comunidad morisca, los aborígenes canarios, nativos americanos y negroafricanos. Aún así, población blanca cristiana de la costa andaluza continuó siendo esclavizada – aunque no con la misma magnitud – por acción de la piratería norteafricana.
Todavía cabe señalar la masculinización del colectivo esclavo, que a parte de la evidente invisibilización femenina, reproduce el tópico de la domesticidad y minusvalora el trabajo de las mujeres esclavizadas. Sin embargo, las esclavas eran muy preciadas debido a su alta productividad, pues igual que los hombres realizaban tareas tanto dentro como fuera de casa. Además, contaban con el plus de objeto de placer para sus amos, los cuales abusaban sexualmente de ellas frecuentemente, en algunas ocasiones con la intención de conseguir un nuevo esclavo o esclava gratis, en caso de que la madre quedara embarazada, pues el bebé heredaba la condición servil de ésta. Para ilustrar la presencia y predominancia de mujeres dentro del colectivo esclavo podemos fijarnos en el caso de la Rebelión morisca de las Alpujarras (1568-1571). Debido a que la mayoría de los hombres sublevados morían en combate, las mujeres eran la presa principal de los militares de la Corona, junto con los menores de edad. Durante los años que duró el conflicto el mercado granadino se llenó de mujeres esclavizadas hasta tal punto que los precios sobre estas bajaron considerablemente.
También en los casos de botines humanos por piratería (tanto cristiana como musulmana) predominaban las mujeres frente a los hombres. Y en África subsahariana el valor superior de las mujeres esclavizadas afectó al comercio europeo erigido sobre las redes esclavistas africanas preexistentes, pues estas absorbían el grueso femenino, pudiéndose importar a Europa sólo una pequeña parte del total.
Es por todo esto que la esclavitud, aunque estudiada, sigue siendo una realidad invisibilizada y mal representada en el imaginario y los relatos sobre nuestro pasado. A fin de otorgar el papel y la importancia que corresponde a este fenómeno y sus protagonistas en la historia, debemos empezar a pensar en Andalucía como hogar preeminente de personas esclavizadas, de todas condiciones y procedencias, y que dejaron una importante huella en nuestro legado. Des del flamenco, la pintura y literatura, pasando por las cofradías de Semana Santa (como las cofradías de negros, mulatos o morenos y otras cofradías “étnicas” que aún existen en muchas localidades andaluzas), hasta el léxico y nuestra forma de expresarnos, la esclavitud deja sentir su eco a lo largo de los siglos en una Andalucía, patria y heredera de esclavistas y esclavos por igual.