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Accidentes laborales
Las muertes laborales y las “soluciones” del capitalismo… ¡Más Madera!
Trabajar salarialmente es una necesidad. Más de 20 millones de personas están ocupadas, trabajan, tienen empleo en el Estado español. Se producen bienes, riqueza para la sociedad. Lo que no está incorporado en el contrato laboral no libre sino obligatorio, es que el hecho de trabajar suponga ser enfermado o muerto ante la necesidad de encontrar un salario.
A diario, una media de 4,5 trabajadores ven truncadas sus vidas en las diferentes actividades: la industria, el campo, la construcción, los servicios, como también cientos de miles de personas anualmente, sufren accidentes muy graves, graves y lesiones invalidantes, precisamente por trabajar. Su trabajo, sus tareas, son organizadas y controladas por los empresarios y los directivos y jefaturas en las cuales delegan.
La Ley, el Estatuto de los Trabajadores, Ley de Prevención de Riesgos Laborales, obliga a los empresarios a tutelar la salud y la vida de los millones de personas asalariadas. La garantía de la vida, el derecho a la vida y la salud de las personas asalariadas se burla a diario, al condicionar las mismas a la lógica de la eficacia económica.
La garantía de la vida, el derecho a la vida y la salud de las personas asalariadas se burla a diario, al condicionar las mismas a la lógica de la eficacia económica.
Si la responsabilidad en la organización del trabajo corresponde al empresario y las muertes se producen como consecuencia de trabajar: contratos precarios, contratos vaciados de derechos, destajos, ritmos frenéticos y estresantes, tiempos de desplazamiento cada vez más grandes donde se obliga a la utilización de coches; presiones y violencia (moobing) en la organización del trabajo; autoritarismo y ausencia de democracia laboral, etc., sólo existen unos responsables, LOS EMPRESARIOS y el poder político (ejecutivo y legislativo).
La sociedad acepta la muerte en los “tajos”, como un hecho “normal”, y lamentan dichas muertes desde la hipocresía, sin interrumpir la producción, el trabajo precarizado y la ausencia de condiciones dignas que protejan la vida y la salud de las personas trabajadoras, porque la lógica de la eficacia económica capitalista es sacralizada hasta creerla inmutable y además, inevitable.
Esta conciencia en la sociedad se ve agravada por las campañas institucionales, las cuales señalan en sus eslóganes la escisión existente en la conciencia social: por una parte que el riesgo en el trabajo es evitable, prevenible e inaceptable socialmente y, por otra, que el modelo económico-político que comporta la economía de mercado (capitalismo) sitúa el trabajo y sus consecuencias (accidentabilidad, morbilidad, mala salud, etc.) en el campo de lo inevitable[1].
El Riesgo por el hecho de trabajar y el grado de aceptabilidad de este o su contrario, su rechazo.
Las clases asalariadas, en cuanto trabajadoras por cuenta ajena y cuenta propia y como ciudadanos/as con “derechos” exigen un determinado modelo social y, en consecuencia, productivo y de distribución de mercancías, que les asegure rentas, posibilidades de movilizarse en el entorno en el cual operan y desarrollan su vida y acceder a cuantos más productos mejor y al mejor precio.
El riesgo (por el hecho de trabajar) es un hecho objetivo, medible y cuantificable y además, categorizante (trabajadores jóvenes, precarios, de tal o cual sector, de afectación en determinadas partes del cuerpo, etc.). El riesgo en las sociedades post-industriales, es decir desarrolladas y económicamente dinámicas, traspasa los muros de las fábricas, de las oficinas o de las casas (tele-trabajo) y se convierte en un riesgo social.
Hablar de salud laboral en estas sociedades avanzadas, tiene el pequeño inconveniente de esconder más de tres partes de la realidad, la que corresponde a sociedades condenadas a enfermedades que anulan la vida[2] (carencia de alimentos, hábitat, agua, esquilmación de recursos, carencia de trabajo, guerras, etc.) y por lo tanto, bueno es que partamos de este hecho, pues, parece que un acoso psicológico en el trabajo –aquí y ahora-, fuera el “último invento revolucionario del sindicalismo…”
Lo desagradable, aunque real, es que el personal acepta el riego (por el hecho de trabajar) como habitual y, además, considera el mismo como inevitable. Las respuestas ante la muerte de trabajadores/as en el mundo laboral (accidentes mortales), carecen de conflicto suficiente y fuerte y, se traslada la oposición o negativa ante este hecho tan negativo (terminar con la vida de personas humanas) a meras manifestaciones formales de dolor (minutos de silencio, concentraciones, comunicados).
La lógica dominante que rige es la de la eficacia y, esta requiere de la competitividad como categoría sagrada del proceso de acumulación de capital, cualquier otra lógica, por ejemplo, producir para cubrir necesidades sociales para todos y todas, suele ser una anomalía de unos cuantos “ilustrados” y otros tantos convencidos.
Esta lógica de la economía de mercado (acumular capital, para producir y producir y, así acumular más capital), muy bien “armada” en las sociedades avanzadas, de democracia representativa, nos lleva a la “democratización del riesgo” desplazando el riesgo (por el hecho de trabajar) hacia las zonas más desiguales, menos libres de las relaciones salariales:
Las personas asalariadas con mayores tasas de siniestralidad y accidentabilidad y que asumen mayores riesgos, son quienes trabajan en los sectores de servicios, sobre todo en el transporte por carretera, trabajos al aire “libre”, y quienes no tienen una relación jurídico-formal directa con las empresas principales. Trabajadores/as de contratas que prestan servicios para grandes empresas de cualquier sector.
Las personas asalariadas con mayores tasas de siniestralidad y accidentabilidad y que asumen mayores riesgos, son quienes trabajan en los sectores de servicios, sobre todo en el transporte por carretera, trabajos al aire “libre”, y quienes no tienen una relación jurídico-formal directa con las empresas principales.
Nos encontramos en consecuencia con un planteamiento “democrático”, un aumento del riesgo (por el hecho de trabajar y por el hecho de vivir socialmente) hacia aquellas zonas menos “protegidas” de las relaciones salariales, cuya desprotección laboral y social se encuentra en relación directa con la precariedad contractual y la precariedad de las condiciones de trabajo, en el seno de una “sociedad que cada vez más se aferra más y más, al valor supremo de la seguridad”.[3]
La crisis sistémica agudiza y consolida la democratización del riesgo.
§ Las zonas más protegidas jurídica y sindicalmente del mundo del trabajo disminuyen de manera significativa en los años de “crisis en crisis…hasta la crisis “final”: miles y miles de trabajadores/as, de sectores industriales sindicalizados y contractualmente protegidos, abandonan “voluntaria” o de manera obligada, el mundo laboral.
§ Las personas trabajadoras que quedan en las zonas reestructuradas empeoran “voluntariamente” sus condiciones salariales y sus condiciones de trabajo: menos trabajadores trabajan más horas, cobran menos y flexibilizan su tiempo de trabajo en función de la demanda, sacrificando “voluntariamente” su conciliación con la vida social y familiar.
§ Estas zonas protegidas, desaparecen y son suplantadas por modelos de relaciones laborales, donde el trabajar más tiempo (horas de trabajo), trabajar en cualquier condición (flexibilidad interna), se convierte en la norma y las condiciones de trabajo, así como el riesgo, se desprotegen para instaurar la sobre explotación de las personas. Existe cierta relación entre salud y procesos de reestructuración, tanto en lo que se refiere al propio proceso, como a los efectos posteriores (reestructuración, trabajo temporal, de inferior cualificación, fuera del sector de procedencia, los propios efectos en las condiciones de trabajo de aquellos trabajadores que permanecen en el sector o la empresa…).
§ En cuanto en tanto, la salida a las crisis se hace sobre una mayor precarización de las condiciones de empleo, los costes en términos de salud son elevados y a la vez “escondidos” a la sociedad, pues a ésta solo se le muestra que hay menos “muertos/as”.[4]
§ La Agencia Europea para la Seguridad y Salud en el Trabajo dice algo tan obvio que resulta angelical... “La crisis financiera puede llevar a las compañías a ignorar o minimizar la importancia de la seguridad y la salud en el trabajo. Se corre el riesgo incluso de que las empresas se planteen recortar las inversiones en seguridad y salud en el trabajo”.
§ La “des-socialización“ que sufren millones de trabajadores/as al perder el empleo (derecho fundamental o categoría central para millones de personas como elemento central de socialización), a la vez que la cada vez menor seguridad jurídica del contrato obliga a una determinada conciencia en la persona asalariada, de hacer depender sus derechos, incluida la salud (derecho fundamental), a la única voluntad que cuenta como elemento de orden social-político, la empresarial.
§ La cadena de consecuencias, tanto por la frágil seguridad jurídica del contrato, como por la absoluta libertad de desprenderse del mismo, no sólo disciplina al trabajador, sino que le crea una conciencia donde el trabajar en cualquier condición (accidentabilidad, ansiedad, disociación, siniestralidad, agresiones a su salud mental social y biológica) considera que lo importante es trabajar y su seguridad física su salud, pasa al plano de la ”causalidad“, a ver si hay suerte y no me toca a mí.
§ Las crisis financiera y económica, climática, provocan una nueva situación social que afecta a las personas trabajadoras. La incertidumbre del entorno hace difícil predecir lo que ocurrirá, incluso la cuestión de si se mantiene o no el puesto de trabajo.
§ La ambigüedad de la situación produce el desequilibrio entre la gran cantidad de información sobre las crisis que aparece en los medios de comunicación que contrasta con habitualmente escasa información y la inminencia de una posible pérdida del puesto y/o condiciones dignas de trabajo:
o Precarización de las condiciones de trabajo
o Preocupación / Pánico
§ Cuanto más tiempo se mantenga la situación de crisis -parece muy poco probable que ésta vaya a desaparecer-, provocadora del estrés, mayor será el desgaste para el individuo. Este hecho da lugar a un descenso de la motivación durante la jornada laboral, aumentando el riesgo de problemas psicosociales dentro del entorno laboral. Este tipo de estrés produce enfermedades cardiovasculares y lesiones músculo-esqueléticas.
Mientras no se reevalúe la vida humana frente a la falsa lógica de cualquier sistema de producción, es decir, producir por producir, la muerte en los tajos nos recuerda a diario que la sociedad “ha optado” por la inhumanidad del capital, renunciando a garantizarse la vida y la salud.[5]
Las personas somos sujetos y tenemos que exigir que el trabajo se organice pensando en las personas que trabajamos y defendiendo la vida y la salud.
[1] Andrés Bilbao “El accidente como anomalía”
[2] Cada año mueren en el mundo 2.200.000 trabajadores (OIT) y debiéramos pensar más en nuestro cotidiano hacer que un altísimo porcentaje de dichas muertes se producen como consecuencia de la “externalización del riesgo” que los países ricos, desarrollados, opulentos, realizan.
“¿Qué otra causa, ni guerras tan siquiera, ocasionan tanto sufrimiento y tanta muerte? (Ángel Cárcoba) Nos encontramos en el mundo de las formas, donde nos quitan salarios suficientes (producto de nuestros trabajos), nos deslocalizan actividades y empleos para explotar (aún más) y matar más fácilmente a trabajadores/as con otras culturas, con otras insuficiencias. Es una de las manifestaciones más brutales humanas de una delincuencia “fría, calculada y aceptada socialmente”, que los italianos los denominan “homicidios blancos”, y los ingleses “asesinatos de corporación”.
[3] Gran parte de los accidentes mortales y graves, se producen en las zonas más precarias de las relaciones contractuales: contratas subcontratas, jóvenes descualificados, inmigrantes, etc.
[4] La menor mortalidad no obedece, como sería de desear, a una mejor prevención o políticas de salud laboral que primen la vida por encima de cualquier otro factor, sino que esta menor mortalidad, sólo responde a la menor actividad o decrecimiento cuantitativo de la misma.
[5] Distintos estudios señalan que las personas trabajadoras son conscientes de los riesgos que conlleva el trabajo y que inclusive pueden no solo enfermar, sino perder la vida, pero a continuación, en respuesta a esta percepción se añade que… “es lo que hay” y tienen que aceptar el riesgo como algo inevitable.