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Pensiones
Sin pensiones y salarios dignos, no hay progreso
Hay una sentencia, acuñada por la sabiduría popular, que nos aconseja reflexionar antes de abrir la boca para soltar alguna burrada; es aquella que asegura que “callado estás más guapo”. Pues bien, por muy conocida y certera que sea, no hay nadie que se aplique dicha recomendación. Tampoco la clase política o los grandes empresarios y banqueros suelen abstenerse de meter la pata en cuanto se ven rodeados de micrófonos y cámaras.
Lo normal sería que, siendo unas personas con importantes responsabilidades, se comportaran con mucha cautela y algo de sentido común. Sin embargo su soberbia y la tendencia a considerarse intocables e imprescindibles para la buena marcha del mundo, les llevan a decir lo contrario de lo que podría esperarse de tan doctas y autorizadas figuras.
Nuestro país -que no es el único, por supuesto- atesora muchos y buenos casos de bocazas, hipócritas e inoportunos opinadores. Desde quienes aseguraban que su partido era un ejemplo de honradez (mientras jueces y policías ya estaban procesando y deteniendo a lo más granado de tal banda de delincuentes) al orondo patrón -con yate y avión privado- que manifestaba sin rubor que una subida salarial del 1% iba a arruinar sus negocios, tenemos el más amplio y variado abanico de estos personajes tan dados a ver únicamente la paja en el ojo ajeno.
Para no olvidar a los históricos comenzaremos por la ilustre lista de ex presidentes de Gobierno, de la CEOE y ex gobernadores del Banco de España: los González, Aznar, Rodríguez Zapatero, M. Rajoy, José María Cuevas, Díaz Ferrán, Mariano Rubio, Ángel Rojo, MFO y otros muchos ex, que después de exigir sacrificios sin fin a la gente pobre desde sus bien retribuidos cargos, han seguido engordando sus cuentas a través de sus nóminas de consejeros, asesores (tanto de entes privados como públicos), miembros de influyentes fundaciones, etc. De la mayoría de ellos también se podría añadir que su paso por los organismos que presidieron no fue un ejemplo de eficacia ni de ética.
Aunque dicen que son tiempos de cambio y de progreso, las viejas prácticas no pierden fuelle. Y no es sólo que personas multimillonarias como los Roig, Florentino Pérez, Amancio Ortega, Boluda, Botín y un selectísimo etcétera sigan lamentando que la clase trabajadora sea reacia a aceptar los constantes sacrificios que el capitalismo triunfal le reclama, es que también las nuevas y nuevos gobernantes dan muestras de asumir que el progreso es una cuestión de datos macroeconómicos y no de justicia social.
Así vemos que el actual gobernador del Banco de España, Luis María Linde, justifica las bajas pensiones con el argumento de que, como la mayoría de personas jubiladas tienen piso propio, pues es como si cobrasen más.
Eso lo dice él, que percibe 186.000 €/año, frente a los 13.500 del pensionista medio. Por su parte la creme de la creme empresarial, a lo suyo, a ganar más de lo que se podrían gastar en veinte vidas. A la cabeza está el presidente de Iberdrola, don Ignacio Sánchez Galán, con sus 9´5 millones y varios pluses adicionales, pero de cerca le siguen bastantes más. Eso sí, en cuanto se presenta la ocasión a reducir plantillas y, si se puede, se le pasa al gobierno la factura a través de un ERE u otras fórmulas que se saben muy bien sus gabinetes de abogados.
Del ejecutivo de consenso tampoco faltan señales de peligro. Ahí están José Luis Escrivá (ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, con sus 75.000 eurazos anuales) o Nadia Calviño (vicepresidenta tercera y ministra de Asuntos Económicos, con 78.000) para recordarnos un día sí y al otro también que las pensiones son insostenibles y que hay que retrasar la edad de jubilación (que con la actual legislación ya va camino de los 67 años) y aumentar los requisitos para poder alcanzar el 100% de la pensión, a ver si así acabamos por resignarnos y tragar con las pensiones privadas, en forma de mochila austriaca o de cualquier otra ocurrencia.
Frente a esas campañas para atemorizar y desmovilizar a la clase trabajadora, y muy especialmente a sus sectores más precarizados, la única respuesta que puede salvar todos esos derechos sociales, que las generaciones precedentes nos legaron, sólo cabe la organización popular y la lucha permanente por el justo reparto del trabajo y la riqueza.