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Catalunya
Todo por la Patria
Se pueden buscar todo tipo de excusas, argumentos y filigranas, a favor y en contra. Pero lo que en esencia se ventila en el llamado “desafío catalán” era una desigual competición de nacionalismos.
Entre uno emergente, cívico y nasciturus que aglutinaba los estandartes de la clásica burguesía del Principado en sus horas más bajas, el PDeCAT sucesor in artículo mortis de la muy corrupta CiU del 3%, junto a sus tradicionales rivales de ERC y una base de soporte en la sociedad civil formada por Òmnium Cultural (OC) y la Asamblea Nacional Catalana (ANC), más los incontrolados de la Coordinadora de Unidad Popular (CUP). Esta última como quinta en discordia en el reparto autodeterminacionista desde el momento en que su lectura del procés aspiraba a servir como una lanzadera de ruptura con el Régimen del 78 y la Monarquía que lo corona.
En la otra orilla, está el nacionalismo español de toda la vida, impasible el ademán. El que ostenta en propiedad la patente de nación soberana, única e indivisible, patria común de todos los españoles. Como proclama el artículo 2º de la vigente Constitución, reproduciendo casi en su literalidad lo que figuraba al respecto en el Fuero de los Españoles, la “carta magna” de la dictadura. Un macizo de la raza que ha recobrado legitimidad al ser escoltado en sus acciones coercitivas (represión policial del referéndum del 1º de octubre; aplicación del intervencionista 155; encarcelamientos judiciales; etc.) por actores sobrevenidos provenientes del centro y de la sediciente izquierda. Como muestra de esa tangana ahí quedan para los anales las masivas contra-manifestaciones por “la unidad de España” lideradas por el socialista Josep Borrell, en su día cabeza de lista de Ferraz a la presidencia del gobierno, el ex eurodiputado de Podemos, Carlos Jiménez Villarejo, y el ex secretario general del PCE y del PSUC Francisco Frutos, en comandita con algunos de los miembros más insignes del cerril “¡a por ellos!”.
Se trata de la versión cool del cuartelero “¡todo por la patria!” que ha dado lugar a jornadas memorables a diestra y siniestra. Así, hemos visto a un ex presidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla, llamando “cerdos” a los independentistas, y a una ex ministra de Vivienda en el gobierno de Rodríguez Zapatero, María Antonia Trujillo, colgar un tuit en las redes sociales ufanándose de haber abandonado un restaurante porque le habían servido una botella de agua marca Font Vella. Por no hablar de esa entrevista exclusiva a José María Aznar en la cadena SER del Grupo Prisa, la primera en 21 años, en el mismo momento en que en el juicio de la Gürtel se confirma con pelos y señales que durante su mandato existía una caja B en el PP. Esperpéntico aquelarre que llueve sobre mojado. Aunque sabíamos que la política hace extraños compañeros de cama. Lo dijo alguien con demostrado conocimiento de causa. El muy vitriólico franquista Manuel Fraga Iribarne, que había apadrinado la entrada en la sociedad surgida del consenso borbónico de Santiago Carrillo en el costroso Club Siglo XXI.
Con semejante paisaje y paisanaje no es extraño que el resultado sea un aumento del conservadurismo social y el oscurantismo político en el ruedo ibérico.
Eso es lo que refleja a las claras el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS): que el partido que saca más provecho del coral ¡a por ellos! es el de un Rivera cada vez más en la estela de su heterónimo joseantoniano, mientras el Iglesias del “asalto a los cielos” inicia su descenso a los infiernos por intentar soplar y sorber sin ser gaitero. En lo que todos, tirios y troyanos, parecen coincidir es en la pertinencia de la desigualdad de facto entre comunidades que ampara la Constitución del 78 en lo referido al régimen foral de los territorios históricos, en flagrante contradicción con el artículo 14 que proclama la igualdad de todos los españoles ante la ley.